miércoles, 27 de febrero de 2008

Kim Ki-duk: "No hago cine de Hollywood"

En la edición 2005 del Festival de Cine de San Sebastián, Kim Ki-duk participó por partida doble: durante la gala inaugural recibió el Gran Premio Fipresci, concedido por la Federación Internacional de Críticos Cinematográficos a la mejor película de 2004 por Hierro 3 . Además, el director presentó en la sección Zabaltegi El arco ( Hwal ), la coproducción entre Corea y Japón que en ese momento era su última obra y que -como explicó a LA NACION, en una breve charla, en una pequeña y silenciosa sala del hotel Reina Cristina- profundiza conceptos presentes en el conjunto de su tan compacta como homogénea filmografía. Sencillo, vestía una camiseta y una gorra en el mismo estilo en el que se lo ve durante el rodaje de sus films.

Esquivo a los periodistas una vez liberado de la conferencia de prensa, aceptó hablar unos pocos minutos (los que tardaron en consumirse un par de gaseosas sobre la mesa), para regresar con el grupo que lo acompañaba.

Kim Ki-duk, que nació en Bonghwa, Corea del Sur, en 1960, es un hombre serio y lacónico y, por lo que se ve, muy simple. No se anda con vueltas falsamente intelectuales. Es, a primera vista, un artista autodidacta, amante de la pintura, que rechaza las tentaciones de Hollywood. El arco , que además participó de la selección oficial del último Festival de Mar del Plata, y tiene como figuras principales a Jeon Seong-hwang, Han Yeo-reum, Seo Si-jeok y Jeon Gook-hwan, llega el jueves a los cines locales presentada por Alfa Films.

Proveniente de una humilde familia de campesinos, interrumpió sus estudios primarios y nunca los retomó. Frente a la disyuntiva de trabajar en una fábrica o emigrar, al cumplir 30 años viajó a Montpellier, Francia, buscando su destino como pintor, asegura, como "un observador oriental de la sociedad europea". Allí comenzó a soñar con que su nombre apareciera, alguna vez, en los créditos de una película. Y lo consiguió tras invertir tres años en la escritura de su primer guión. Cristiano protestante (no budista como muchos suponen tras ver Primavera, verano, otoño, invierno y otra vez primavera ), Kim Ki-duk es autor de una docena de películas, de las cuales sólo un puñado de ellas se conocieron en nuestro país.

Opuestos que se unen

En El arco, Kim Ki-duk toma una historia mínima, la de un anciano pescador y una joven de 16 años -que vive con él desde que tenía ocho- al filo de cumplir la edad legal para consumar finalmente el matrimonio. Casi no se hablan; ocasionalmente llevan turistas y es posible que alguna vez ella conozca a algún otro hombre.

El arco es una historia de espera y de celos, con un arco y una flecha que sirven para alejar a los potenciales pretendientes de la mujer. Un arco que convertido en lira también puede ofrecer delicadas melodías, incluso ayudar a ver el futuro.

-¿Es muy preciso en sus guiones? -Poco y nada. En algunos casos son apenas una serie de borradores, de sinopsis con unos pocos diálogos.

-¿Qué imágenes le preocupan? -En particular me interesan los escenarios naturales. En el mundo moderno, en el urbano, hay mucho confort, pero también dudas. Los dos están llenos de contradicciones, como la vida misma, como las dos caras de una moneda. Intento mostrar esas dos caras, que, me parece, están tan fuertemente unidas como las de las monedas. En mis obras trato de hablar de opuestos que se unen. Aprendí, por ejemplo, que los colores blanco y negro son uno solo, que lo opuesto no tiene, en realidad, naturaleza contraria.

-Por lo visto, no confía demasiado en las palabras... -Los gestos, sean buenos o malos, son más sinceros que las palabras. Escribo mis guiones con algunos diálogos, pero una vez que comienzo a filmarlos los voy eliminando. Eso permite que el público construya otros, propios, con su imaginación. No hago cine de Hollywood, en el que todo está digerido. Me parece que una sonrisa o una mirada valen más que decir un montón de veces una frase de amor. Es algo parecido a lo que ocurre con los objetos, sea un palo de golf o un arco.

-¿Qué función cumplen? -Son para que los espectadores vayan más allá de lo evidente. Las películas de Hollywood no dejan pensar al espectador: es lo que se ve, y nada más. En las mías, en principio, no está todo claro: hay que verlas varias veces, porque siempre se descubre algo nuevo. Para no caer en ese juego de obviedades me hago cargo de diferentes roles detrás de las cámaras, además del de director. Eso me permite conformarme con presupuestos menores y controlar mejor todo el proceso de producción.

-¿A qué se debe su insistencia con dar a los ancianos papeles tan trascendentes? -Seguramente es algo que tiene que ver con nuestras raíces filosóficas, con el budismo. Suelen ser maestros que dan cuenta de que han vivido y superado muchas cosas. Acumulan experiencia de vida, casi como dioses menores que enseñan a partir de sus propios aciertos y errores. Es una forma de recrear el ciclo de la vida. Después de aprender, llega el momento de enseñar. Sin embargo, el de El arco es un ser humano con un conflicto interior, que no ha llegado, todavía, a la sabiduría del monje de Primavera

-¿Y la violencia, muchas veces contenida? -En nuestro mundo hay muchas formas de violencia que vemos todos los días, en directo, por TV. Pero en la vida cotidiana también hay violencia, la de las palabras, quizá menos espectacular, pero violencia al fin, la que a mí me interesa. Tengo en mi cabeza algunas películas violentas, incluso de guerra, pero también una acerca de una pistola que habla...

-¿Está particularmente preocupado por lo que ocurre con sus películas fuera de Corea, especialmente en Europa? -Sí, y por eso me interesa que se pasen principalmente en festivales europeos y sean distribuidas en esos países. Es una manera de difundir mi cine de una forma más económica que respaldando fuertes campañas publicitarias dentro de mi país, y de paso de llamar la atención de productores europeos. Habitualmente recibo fondos europeos para hacer mis películas. Para muchos coreanos mi cine es más europeo que oriental, aunque no esté particularmente preocupado por esos juicios. Sé lo que quiero hacer y es lo que hago desde el primer momento.

Claudio D. Minghetti

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