miércoles, 27 de febrero de 2008

Di Nucci, narrador de un drama cotidiano

El restaurante se llama Martita, es boliviano y queda en Nueva Pompeya. Tiene pocas mesas y las ventanas abiertas a los árboles, pero también al desasosiego de calles arrasadas por colectivos y camiones, que todo lo sacuden a su paso. Sergio Di Nucci, ganador del premio LA NACION-Sudamericana de Novela 2006, por su libro Bolivia Construcciones, eligió el sitio y no fue por azar.

En un rato, al citar a Emile Zola dirá que no cree que sea necesario amanecer en un prostíbulo para escribir una novela sobre prostitutas. Pero ahora, y como su libro cuenta la vida de inmigrantes bolivianos en la Argentina, dice que ha pensado que este sitio es ideal para fotografiarse, para hablar del tema.

"Cuando escribí la novela estaba haciendo una traducción de El libro negro del psicoanálisis y era un trabajo que me daba ganas de llorar. Así que escribir Bolivia Construcciones era como un recreo. En un punto, ésta es también una novela de amor. De amor por determinadas gentes de Buenos Aires: por los bolivianos del Bajo Flores. Di Nucci nació en 1974 en Avellaneda y vive en Barracas. Trabaja como traductor y es profesor de la facultad de Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), periodista free lance en el diario Página 12, y escribió esta novela con toda intención: la de ganar este premio, cobrar el dinero y donarlo.

Bolivia Construcciones comienza con la llegada del protagonista -un chico cuyo nombre nunca sabemos y cuya edad puede sospecharse entre los 14 y los 17 años- a tierras novedosas: la Argentina.

"El viaje desde Potosí fue largo, zigzagueante y sobre todo frío [...]. Al mediodía llegué rengueando al puesto fronterizo, Villazón-La Quiaca. Hacía calor y el cuarto olía a vino picado." Después, seguirán su desembarco en la villa del Bajo Flores de la mano de Quispe, un boliviano mayor que él, concienzudo y meditabundo, y los trabajos y los días junto a otro compatriota, Pedro, un albañil también mayor.

Ambientada en esa zona de la ciudad de Buenos Aires, donde el barrio coreano convive con la villa 1.11.14 -sectorizada según LA NACIONalidad de sus habitantes (bolivianos, peruanos y paraguayos, todo salpicado de argentinos nativos)-, la novela está narrada por una voz que permanece lejos del drama o la tragedia.

Promesa de aventura

Para el protagonista, este mundo nuevo -la ciudad, la villa- no es un universo hostil, sino promesa de aventura: una tierra incomprensible, pero emocionante, en la que, por ejemplo, la experiencia de ir al baño de la casa no es un viaje a las entrañas del horror sino una celebración regocijada del asombro. "De unos caños salía no solamente un olor fétido, sino multitud de animales: arañas, unos gusanos gordos, cucarachas robustas y patudas [...] Pero este bestiario tenía la ventaja de que lo veía uno al ir al baño, y ahí lo dejaba y no volvía uno a acordarse de él hasta el próximo viaje."

Más tarde, cuando acompaña a una cuadrilla de compatriotas a construir una chimenea en la casa de una argentina, odontóloga de clase media, describe a uno de sus hijos: estudiante, de nombre Ernesto. Habla de justicia popular, de los derechos de los inmigrantes, fuma habanos y escucha música brasileña mientras la cuadrilla boliviana suda para cambiar un caño. Inmediatamente después, se revela inútil ante la emergencia básica -ubicar la llave de gas- porque de esas cosas se ocupa su mamá.

"Hay cosas cómicas, que yo quería que fueran así. Quería ir contra la corriente de lo que por lo general se hace: la denuncia, o la mirada romántica sobre la villa. Quería una historia de felicidad. No quería contar una tragedia, pero tampoco una cosa celebratoria, ingenua, sobre gente que pasa necesidades. No quería tener una mirada romántica sobre la villa", cuenta el creador de la obra.

La novela es precisa en sus detalles: las descripciones de la pieza raquítica donde viven el protagonista y Quispe; el paisaje de pasillos angostos donde se mezclan las músicas -cumbias villeras, tangos, boleros, salsas peruanas-, las casas de comidas, los templos evangélicos, los negocios de videos, las lencerías al paso, la cotidianidad de ese mundo cuyo descubrimiento, según jura Di Nucci, fue casual: un día, paseando por el barrio coreano, dio con la feria de Bonorino: miles de toldos que la colectividad boliviana monta los fines de semana sobre la calle de ese nombre, y donde hay desde peluquerías ambulantes hasta puestos de comida.

"Yo no tengo el conocimiento de la cultura boliviana que puede tener un antropólogo o un periodista curioso. Yo voy a la feria y a restaurantes que quedan dentro de la villa, a beber y comer, y nunca tuve un problema. Lo que yo conté, lo podría haber contado cualquier otra persona. No tengo amigos ni contactos ahí. Pero no quería hacer este libro como algo de valor documental", relata Di Nucci.

La comida quizá sea la excusa para sus excursiones al Bajo Flores. Sea como fuere, no es casual que el protagonista de Bolivia Construcciones esté siempre al borde de la muerte por hambre y tras las huellas del fricasé o el ceviche más cercanos. En un país que supone que no hay vida más allá del bife de chorizo, la novela de Di Nucci viene a decir que, así como el argentino brama por su carne tierna, paraguayos, peruanos y bolivianos reclaman su propio paraíso: el de sumergirse en esos platos que aquí despiertan respingos por exceso de picante y caldo inexplicable.

"Me encanta la comida, y cuando veo lo que comen los argentinos, me produce tristeza. Una milanesa, un sanguchitotostado, y después pasás por estos comederos bolivianos y peruanos, donde hay comidas sabrosas, tan distintas. La comida argentina es de un aburrimiento atroz. También quería contrarrestar otra idea que los argentinos tienen de Bolivia: que allá la gente vive en relación con la naturaleza, con el campo y las cabras, y se preguntan por qué vienen a pasarla mal acá, donde son discriminados y viven en villas. El chico deja el tedio del campo para venir a este nuevo mundo incierto -la villa-, para muchos, una promesa de felicidad.

La novela también habla de la felicidad de la villa, un sitio que perciben como un hogar, donde se puede comer bien y tener grandes amigos, soñar y divertirse. "Hacía dos meses que estábamos en Ostende, y yo extrañaba la calle Bonorino", dice el protagonista durante un viaje a las playas argentinas. Porque Bonorino -la villa, toda su feria- es, para él y para tantos, la forma que tiene la palabra "hogar".

El relato creado

La historia de esta novela empezó hace un par de años. El desembarco en la feria de Bonorino le había despertado, entre otros apetitos, el de escribir sobre la colectividad boliviana.

Durante 2005, el periódico Vocero Boliviano , que tiene ya diez años de existencia en el país y refleja casos de discriminación y dificultades varias de la colectividad en la Argentina, convocó a bolivianos residentes a escribir sus historias de vida en el país. Los ganadores del concurso serían publicados en un libro. Di Nucci leyó la convocatoria y decidió participar. Escribió un relato y lo llamó Bolivia Construcciones .

Narrado por la misma voz, con la misma trama y los mismos protagonistas, es una suerte de resumen de lo que hoy es novela. La historia de ficción resultó elegida por un jurado de sociólogos, agregados culturales y el embajador de Bolivia, y fue a dar al libro junto a las historias, muy reales, de seis bolivianos y una boliviana realmente engañados al cruzar la frontera, realmente explotados en quintas y talleres, realmente maltratados en todas partes.

"Escribí la historia de vida y a los dos meses supe que había sido elegida, premiada y publicada. Pensé que el conocimiento que yo creía que tenía de esa zona no estaba equivocado. Podía pasar como una historia de vida verídica."

Entonces, escribió Bolivia Construcciones , la novela. Y ganó. Y pensó en donar el dinero, primero, a una ONG; después, en repartirlo en el Bajo Flores. Finalmente, en ponerlo al servicio de un mecanismo que mejorara y agilizara los trámites de radicación de bolivianos en la Argentina: todavía no sabe cuál.

-Yo escribí la novela para ganar el premio y para donar la plata. Siempre me llamó la atención pensar qué hace un escritor con el dinero cuando gana un premio. ¿Qué es esa plata? ¿Para qué es esa plata?

-¿El pago por su trabajo? -No sé.

-¿Por qué podría no serlo? -Porque me parece que hay una incongruencia entre escribir una novela sobre la villa y después recibir el premio de LA NACION en el Alvear. El dinero no me corresponde. Les corresponde a ellos, a los bolivianos, de los cuales trata la novela.

-¿La misma ecuación harías con cualquier otro tipo de tema, si hubieras escrito sobre clases medias o altas? -No sé. Pero me sorprende eso: lo que hacen los escritores con los premios.

-¿Y no es peligroso sugerir que ser escritor no es un trabajo? -Está bien, puede ser. Quizá porque yo no me siento escritor. Yo trabajo de periodista y eventualmente hago otros laburos. Pero en cuanto a mis valores, para mí, esto es lo más aceptable. Me parece muy triste y lamentable la gente que empieza a hablar de su pánico a la página en blanco. En este mundo, escribir es una felicidad.

Leila Guerriero

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