martes, 6 de marzo de 2007

La realidad...

Los límites tienen una cuota de monstruosidad. Fronteras, muros (y murallas), medianeras, alambrados, sucesión de puntos, trazos marcados con el dedo índice en la arena dividen y separan mundos, gustos, culturas, esto de aquello. Y también despiertan vértigo; no aquel que brota cuando uno se enfrenta al precipicio o al desafío geográfico de la altura, sino el que asalta al advertir la prohibición, la transgresión de la norma. Por algo el límite es inconcebible sin el azote virtual de la amenaza: el “no pasar” (o en su versión bíblica, “no pasarás”), aquel reto a priori que además de prenunciar una sanción, separa de antemano a aquellos que pertenecen (“los nuestros”) de aquellos que no (el extranjero, “los otros”, “ellos”).

Desde ya que el límite es más que una línea: la división geopolítica, por ejemplo, no descansa en la separación de parcelas de tierras, ríos zigzagueantes, islas desiertas o accidentes orográficos; dispara la profusión de etiquetas nacionalistas (como rasgos identitarios que se adosan al nombre y al apellido así como a la carga genética que expresa su carácter único e irrepetible en un bigote, en un jopo, en un dedo) destinadas al roce permanente (el turista que deambula a los codazos en el extranjero; los deportes colectivos como reescenificación lúdica de enfrentamientos bélicos).

Y si los límites abren grietas y pliegues que se sedimentan geológicamente en la subjetividad, también distribuyen ideas: al fin y al cabo, el limes romano –frontera exterior del Imperio que llegó a su mayor extensión con el muro de Adriano en Greenhead, Gran Bretaña, hacia el año 117–, la Gran Muralla China –barrera contra los “bárbaros” construida durante la dinastía Han en el 202 a.C. para prevenir invasiones y que definitivamente no se ve desde el espacio–, el Muro de Berlín, además de ser ominosas construcciones arqueológicas, políticas y económicas, concatenan pretensiones de estabilidad y fijeza (mantener la consistencia y continuidad de un orden interno por el mayor tiempo posible; ahuyentar el miedo que siempre precede al derrumbe) y ordenan en un mapa dinámico –y con más similitudes al juego de estrategia militar TEG de lo que se cree– acomodando espartanamente sus casilleros: formas de ver, pensar y sentir el mundo.

Fácil sería la vida si los límites fueran solamente de piedra, plausibles de ser tumbados con la misma velocidad de hormiga con la que se levantaron. Hay límites más persistentes que no sólo detienen y constriñen; también hacen de faro indicando un punto a temer pero también a superar: son las fronteras biológicas, físicas, químicas, astronómicas, éticas cuya perenne persistencia las confunde una y otra vez con constantes inmodificables y eternas, que anteceden y sobrevivirán a la especie humana como las columnas atómicas que sostienen al universo.

Viaje hacia la realidad ultima

El atractivo magnético que irradia el límite explica con sencillez la persistencia y popularidad de un libro (en realidad, muchos libros en uno), que legitima y enaltece la rareza y lo extremo, y sigue en pie desde hace 50 años sin que ningún Dan Brown o J. K. Rowling lo pueda tumbar: el Libro Guinness de los Récords actúa a contramano de lo que pasa en la vida diaria: en vez de esconder el defecto o la virtud inocua, hay personas quegastan esfuerzo, dinero y tiempo para “entrar” en él y así mostrar al mundo aquello que los hace verdaderamente especiales.

La fórmula del éxito freak no se mantiene en secreto: más alto, más viejo, más gordo, más larga, más, más... Y no se queda ahí; trasciende la performance para convertirse en el modo (presente) de ser de las cosas. Algunos de estos límites son naturales, otros simplemente humanos. El universo y el grado actual de la “conquista espacial” (como si el espacio fuera un territorio virgen y rocoso a ser descubierto y reclamado) lo demuestra: luego de 27 años de viaje sostenido y solitario (fue lanzada desde Cabo Cañaveral, Florida, el 5 de septiembre de 1977), la sonda Voyager 1 puede quedarse tranquila; ya es única: a fin de cuentas, el 17 de febrero de 1998 superó a la Pioneer 10 y se consagró como el artefacto humano que más lejos ha llegado al sobrepasar con sus antenas, paneles solares y otros aparatos vetustos las fronteras finales del Sistema Solar y adentrarse en lo que los astrónomos advierten como “una zona de fuertes tormentas magnéticas” a 14 mil millones de kilómetros del Sol.

Se cree –con justa razón– que la Voyager mantendrá tal distinción por largo tiempo. La competencia humana está casi descartada: Jim Lovell, Fred Haise y Jack Swigert, astronautas de la Apolo 13, además de ser recordados por lo que casi se convirtió en una tragedia y llegó al cine con Tom Hanks a la cabeza, ganaron el privilegio de ser los humanos en haber llegado más lejos cuando sobrevolaron el lado oscuro de la Luna a 400.171 km desde la Tierra el 15 de abril de 1970. Frontera tecnológica, frontera económica, pero con el tiempo y el dinero franqueable al fin.

No ocurre lo mismo con ciertas peculiaridades espaciales; bueno, al menos hasta que se descubran otras. Es el caso de la “estrella Liliput”, o mejor dicho, la estrella más pequeña del universo: “OGLE-TR-122b”, observada por el Very Large Telescope del Observatorio Europeo Austral (Chile). Pesa menos de un décimo que el Sol, mide la octava parte y es sólo un 16% más grande que Júpiter.

O lo que ocurre con la constelación más pequeña: la Cruz del Sur (Crux Australis) que ocupa tan sólo un 0,16% del cielo (68.477 grados cuadrados) y que solamente se la puede apreciar las noches claras en el hemisferio Sur; el objeto más luminoso (el cuásar APM08279+5255, descubierto en marzo de 1998 en la constelación de Sagitario y que, según se estima, sería entre 4 y 5 millones más brillante que el Sol) y la galaxia más grande (la galaxia central del cúmulo Abell 2029, a 1070 años luz en la constelación de Virgo; su diámetro es de 5.600.000 años luz, algo así como 80 veces el diámetro de la Vía Láctea).

La quietud

Del tiempo –que tanto se confunde con el clima– se habla en todos lados: en la televisión (donde el meteorólogo-estrella le roba cámara al astrólogo), en los ascensores (como tema único de conversación capaz de llenar con esas charlas vacías los silencios incómodos y aparentemente eternos), cuando hay días cálidos en julio o gélidos en enero. Acá y allá, es siempre un tiempo atado a una sensación cotidiana, conocida e imaginada. Nada más lejos del “tiempo teórico” y del “tiempo límite”: el frío y el calor extremos. Que si se los busca, se los encuentra: en el interior de la nebulosa Boomerang, de la constelación del Centauro, por ejemplo, anida el lugar más frío del universo. Allí, a cinco mil años luz de la Tierra, esta nebulosa reluce despampanantemente toda su gelicidad. ¿Cuánto frío? 272 grados centígrados bajo cero, un grado más caliente (o lo que es lo mismo, menos frío) que el punto en el que todo movimiento se detiene: el cero absoluto (-273,15ºC o cero grados Kelvin). Se supone, por ende, que las cosas deben ser bastante lentas en esos lugares si se considera que lo que se conoce como “temperatura” de un cuerpo no es más que la velocidad a la que se mueven sus átomos.

“Esta nebulosa es el resultado final de una estrella moribunda que expulsa vientos de más de 500 mil kilómetros por hora desde hace 1500 años”,aclara Ferdinando Duccio Macchetto, astrofísico italiano que detectó el lado fío de esta nebulosa escudriñando el cielo con el Telescopio Hubble.

A diferencia de la Voyager, que disfruta en soledad su título muy bien conseguido, la nebulosa Boomerang sí tiene contrincante. Eso sí: depende de qué libro se consulte. La “trampa” –si se la puede llamar de esa manera– radica en que se consiguió una temperatura aún menor en un laboratorio: ni más ni menos que un nuevo estado de la materia conocido como “condensado Bose-Einstein” (que se comporta como un gas, pero no lo es) al que llegaron en 1995 varios físicos de la Universidad de California en Berkeley (Estados Unidos) quienes enfriaron átomos de rubidio hasta sólo una milmillonésima de grado por encima del cero absoluto, por lo que ganaron con justicia el Premio Nobel de Física en 2001.

Como el Ying tiene al Yang, el arriba al abajo, este registro tiene también su reverso: la temperatura más alta conseguida por el ser humano –los inimaginables 2 mil millones de grados Kelvin– alcanzada por científicos utilizando la “máquina Z” del Sandia National Laboratories en Albuquerque, Nuevo México, Estados Unidos, en febrero de 2006.

El tiempo si para

Y así como hay una temperatura tope, hay también un tiempo límite, alejado por supuesto de toda experiencia humana. Es la arena y dominio de los attosegundos.

“El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata pero yo soy el río; es un tigre que me destroza pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges”. Así, con tanto desparpajo, el autor de Otras Inquisiciones le rinde homenaje a aquel personaje, democrático y tirano, que vuela, que vale oro, que cura todas las heridas, que es relativo, y que por siglos para el ser humano fue lisa y llanamente circular (el eterno retorno asentado en los ritmos de la vida y la muerte, el día y la noche, la abundancia y la sequía). De ahí en más, el tiempo fue continuamente fragmentado, rebanado como una unidad que no le esquiva al reduccionismo: siglos, años, meses, semanas, días, horas, segundos, y desde la aparición del rayo láser en los sesenta, milisegundos (milésima parte de un segundo), microsegundos (millonésima de segundo), nanosegundo (milmillonésima de segundo), picosegundo (billonésima de segundo) y femtosegundos (milbillonésima de segundo, y que es a un segundo aproximadamente lo mismo que un segundo es a 100 millones de años).

La “barrera del femtosegundo” tuvo sus 15 minutos de fama. Hasta que finalmente se desvaneció: cuando un equipo internacional de físicos, capitaneados por Paul Corkum, del Steacie Institute for Molecular Sciences en Ottawa (Canadá), generaron por medio de un complejo láser de alta energía un pulso de luz que duró apenas la mitad de un femtosegundo: 650 attosegundos. Nada (o casi nada): 0,000000000000000001 segundos. ¿La unidad temporal fundamental? Nadie lo sabe.

No es un pajaro, no es un avion, es un electron

Ni arriba ni abajo, ni este ni oeste. En el universo establecer el lugar de una cita sin punto de referencia certero arañaría la categoría de odisea. Pero si hay algo cierto y físicamente inamovible es aquella barrera infranqueable que se mira pero no se toca: la velocidad de la luz (300.000 kilómetros por segundo o para pecar de precisos, 299.792,458 kilómetros por segundo). Nada conocido se mueve más rápido. Es axiomático: “Nada que tenga masa puede igualar la velocidad de la luz”. Sobre ese postulado se erige la Teoría de la Relatividad einsteniana, una prohibición que si bien nadie ni nada derrumbó, hay objetos que la rozan.Es el caso de unas burbujas de gas caliente del tamaño de Júpiter incrustadas en corrientes de material expulsado de galaxias hiperactivas conocidas como “blazars” (resplandecientes). Y según los últimos datos presentados, sus eyecciones se desplazan a 99,9% de la velocidad de la luz. Una enormidad. Nadie sabe cómo es posible esto o si hay aún algo más detrás. Lo que sí está claro es que es un fenómeno natural deslumbrante.

Sin conseguir imitar del todo estos exabruptos de la naturaleza, los artefactos humanos lo intentan. Así las sondas Helios 1 y Helios arremetieron contra los límites posibles de velocidad y rozaron los 252.800 km/h en su vuelo alrededor del Sol en 1974, para convertirse de un día para el otro en los artefactos más veloces jamás construidos.

Con estos parámetros en mente y siguiendo con el ímpetu ansioso y siempre disconforme que conduce a la experimentación, un grupo de investigadores alemanes se encaminaron a responder un interrogante que desde la consolidación de la teoría atómica altera a los detractores de la empiria, los teóricos: ¿cuánto tiempo le toma a un electrón viajar de un átomo a otro? Y tras la respuesta fueron: analizando la dinámica de los electrones en el caso los átomos de sulfuro sobre un metal rutenio, el equipo llegó a una conclusión inesperada: los electrones saltaban disparados del sulfuro hacia la superficie metálica en algo así como 320 attosegundos. Un lapso mucho menor del esperado y que lo catapulta a la categoría del fenómeno más rápido visto directamente en la física de estado sólido.

Freak show

El mundo biológico, en cambio, no está impregnado por el asombro y la angustia astronómica que despiertan las grandes extensiones de parcelas espaciales ni por la cara efímera del tiempo y la rispidez de la física que desbaratan cualquier sensación de jovialidad. Los límites del mundo de lo vivo, ese mundo aparte, casi insular en un mar de materia inerte, asaltan con sus extremos siempre tendientes a la descolocación. Se entiende: a diferencia de las distancias siderales del espacio o de la inasibilidad inherente al tiempo, lo vivo rodea y se ancla en lo imaginable, en lo próximo. Así la vida más simple (los micoplasmas, los organismos más pequeños conocidos que no superan las 150 millonésimas de milímetro) golpea con su ascetismo existencial; la bacteria más grande (llamada Thiomargarita namibiensis y visible a ojo desnudo con sus 0,75 mm de ancho) arrincona con su excentricidad estructural; la molécula más hedionda (etil mercaptan –C2H5SH– y butylselenomercaptan –C4H9SeH–, las sustancias más pestilentes de los 17 mil olores clasificados hasta la fecha) desata inconscientemente una mueca de asco.

Los freaks que hacen del circo el reino de lo bizarro también están presentes: la mujer con el cabello más largo (la china Xie Qiuping cuya cabellera midió 5,627 m); y el hombre más alto vivo (Xi Shun, también chino, que mide 2,36 cm).

Lo frío y lo caliente, lo lejano y lo cercano, el alto y el bajo, lo simple y lo complejo, el arriba y el abajo son más que pares contradictorios que no pueden ser sin el otro. Son coordenadas constitutivas y parámetros organizadores que ocultan siempre una pregunta (la inquisición por la naturaleza de las cosas) y la posibilidad remota (¿imaginaria? ¿hipotética?) de otros ámbitos de existencia. Son los límites arquitectónicos, los códigos de barras de la fábrica del cosmos que hacen que el universo sea uno: éste y no otro.

Federico Kukso
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La sordera de Dios

Hay frases que a uno lo toman por sorpresa. Sobre todo cuando, distraído, saliendo apenas de las cavernas del sueño, abre el diario de la mañana y echa una errática mirada sobre los títulos que saltan hacia uno, atrapándolo, jamás dejándolo indiferente, hasta lograr por fin lo inevitable: arruinarle el desayuno. Pero uno tiene que enterarse, estar medianamente al día, ser, entonces, esa clase de burgués matutino que Nietzsche odiaba, el lector de periódicos. El día no era un día como cualquier otro: era, precisamente, el 11 de septiembre, se cumplían cinco años de la cuestión de las Torres Gemelas. Yo esperaba leer todo tipo de noticias al respecto. Ya la noche anterior me había dormido preparado para semejante cosa: “Atención”, me dije, “porque mañana no va a ver una sola página del diario que no hable de las Torres”. No: uno vive equivocándose y he aquí que, una vez más, me equivoqué, dado que una noticia aguardaba por mí con una carga inequívoca de inesperaneidad, si se me permite el neologismo. La noticia, en grandes letras, hablaba de la visita del Papa, personaje al que suelo seguir en sus avatares porque el problema de Dios no sólo me interesa, sino que me angustia, a su Alemania natal, donde, lejanamente ya, había sido, en su sorprendida inocencia, un tierno jovenzuelo de las juventudes de Mefistófeles. Será por eso, conjeturan algunos, que individuos no identificados, pero en un indubitable acto de barbarie digno de esas lejanas juventudes que cobijaron al que era entonces, sin lugar a dudas, como dijéramos, “un tierno jovenzuelo”, arrojaron pintura contra las paredes de la fachada blanca de la casa natal del Papa, injuriándolas y, de paso, injuriándolo. El, es decir, el Papa, no se había enterado aún de esto cuando habló ante una inmensa muchedumbre, más que numerosa, o sea, numerosísima, es decir: multitudinaria, y el Papa, más que hablar, dio una misa y, en esa misa, dijo lo que yo leí al despertar, porque dijo: “En estos tiempos sufrimos una sordera ante Dios”, frase que fue traducida por el titulero del diario del siguiente modo: “El Papa dijo que Occidente sufre una sordera ante Dios”, y motivó que yo, por fin, viera claras las angustias teológicas de tantos creyentes desgarrados, de tantos hombres que quieren creer y no pueden, de, por ejemplo, Ingmar Bergman, que ha vivido trastornado por el “silencio de Dios”, o de Woody Allen, que ha dicho “Dios no juega a los dados con el Universo, juega a las escondidas”, equivocados ellos, todos sufriendo inútilmente, ya que eso que consideraban una enorme Ausencia, la Ausencia de la Palabra Divina, no lo era tal: no hay silencio de Dios, hay sordera de Occidente. Basta de búsquedas metafísicas. Lo que hace falta es un buen otorrinolaringólogo.

El Papa habló ante 250.000 fieles. Si alguien cree que el tono ciertamente satírico de las anteriores líneas expresa mi liviandad ante estas cuestiones, se equivoca. Son terriblemente graves para mí. La Humanidad está sola y sólo sabe destruirse a sí misma. Dostoyevski, un gran pensador religioso, decía: “Los hombres están solos en la tierra, ésta es su tragedia”. La llamada “fe del carbonero” pareciera ser la única posible: una fe que no pregunta, que no cuestiona, que se entrega abierta y pura. Pero el hombre de la modernidad perdió la pureza. El tema del “silencio de Dios” es el tema de su ausencia. Su ausencia, sobre todo, ante los horrores de la Historia. Primo Levi dijo: “Existe Auschwitz; no existe Dios”.

El Papa plantea sólo una parte de la cuestión. Es cierto que Occidente está sordo ante Dios. Si lo está es porque ya se acostumbró a Su silencio, no espera nada de Dios. La secularización arrasa con todas las creencias y el sistema capitalista de producción, que no cesa de crear mercancías y necesidades, propone nuevos dioses todos los días. Hay, sin embargo, en la nación-líder de Occidente una mezcla explosiva de secularización y fanatismo religioso. Estados Unidos se asume como un país fuertemente cristiano que, si está en guerra, lo está por defender los valores fundacionales de Occidente. La recurrencia a Dios es constante en el discurso bélico norteamericano. Incluso frases ya instaladas como “Eje del Mal” o “Ellos o nosotros” tienen rasgos de fundamentalismo cristiano que se creían propios del islamismo. No, y éste sería un tema para Borges: tanto se odian los enemigos enfrentados en la guerra post Torres Gemelas que sus rasgos terminan por asimilarse, se dibujan con las mismas líneas. Bush (y cuando digo “Bush” no me refiero sólo a ese mostrenco texano que pone la cara en la mayoría de las fotografías, sino a la maquinaria bélica que se mueve detrás de él) es capaz de ser, a la vez, secular y fundamentalista. Los intereses seculares (por decirlo con nitidez: el petróleo) se expresan con lenguaje fundamentalista. Estados Unidos no dice: “Queremos todo el petróleo del Islam”. Dice: “Dios nos acompaña en esta guerra”. Bush, que tiene la cualidad de sobreactuar: algo que, en rigor, clarifica las cuestiones, ha dicho: “Dios no es neutral”. También el líder iraní que lo enfrenta opina lo mismo. Opina que “Dios no es neutral”. Si tanto Estados Unidos como Irán creen que “Dios no es neutral” es porque, cada uno de ellos, cree que Dios apoya su causa. Ante el silencio de Dios, los fundamentalistas hablan en su nombre. Aquí, el Papa debiera ver que, más que la sordera de Occidente, lo que se necesita es una palabra de Dios, para desempatar. Cosa que sería difícil para Dios: lo obligaría a elegir. Pero, ¿no es acaso –insistamos en esto– el silencio de Dios el que permite a los fundamentalistas adjudicarse tan fácilmente su representatividad? Si –al menos– se temiera, si sólo se temiera alguna posible palabra de Dios nadie se diría con tanta liviandad su representante. Ocurre que –Nietzsche tiene razón– Dios ha muerto y esto permite que los guerreros digan, con irresponsabilidad, representarlo. No se trata, como dijo por ahí Slavoj Zizek, que Dios no ha muerto sino que vive en la fe fanática de los fundamentalismos belicistas. No: Dios ha muerto. Si hubiera algún temor (y muchas veces el hombre temió a Dios, pero hace mucho tiempo, cuando aún podía sentir Su cercanía) nadie hablaría en su nombre. ¿Cómo pueden los presidentes Bush y Ahmadinejad decir que tienen de su lado a Dios y actúan inspirados por El? Porque no temen que nadie los des-autorice. Están tan acostumbrados al silencio, a la ausencia, al hondo desinterés de Dios que lo invocan sin temor. Se lo adjudica Bush. Se lo adjudica Ahmadinejad, quien, además, está autorizado por el ayatolá Alí Khamenei, que viste túnicas y un turbante negro por el cual debe entenderse que es descendiente del profeta Mahoma. No quiero simplificar lo que dijo Zizek: hay un exceso de Dios en los fundamentalismos, pero ese exceso se dibuja sobre una carencia de Dios. Los hombres se exceden en invocar a Dios y en decir representarlo porque no temen ni su palabra ni, mucho menos, su ira. Cada uno de ellos es la ira de Dios. La ira de Dios no es la de Dios, sino la de los fundamentalismos belicistas, el norteamericano, el islámico.

Lo que le sucedió al Papa es como para meter miedo. Durante su viaje a Alemania dijo (y esto me sorprendió) que la sordera de Occidente preocupaba al Islam y a las poblaciones de Asia y Africa, las cuales estaban asustadas “ante un Occidente que excluye a Dios de la visión del hombre”. Luego dijo que la racionalidad occidental había desplazado a Dios del centro de las preocupaciones de los hombres; de donde vemos que la tan vapuleada razón occidental (toda la filosofía –desde Nietzsche y Heidegger hasta Jacques Derrida– es, ya larga y abrumadoramente, un ataque a la razón occidental, causante de todos los males) sería la que impide que Occidente no sólo sea sordo ante Dios, sino que preocupe a Oriente por esa sordera. Un buen gesto del Papa, que debía viajar al Islam al día siguiente. Pero el aquí bienintencionado Benedicto XVI parece que dijo alguna incorrección sobre Mahoma y la violencia y se acabó todo, no hay organización islámica en todo el vasto mundo que no lo considere un blasfemo de Mahoma.

El Islam tiene a Dios en todas partes. Tiene un Dios para la guerra, un Dios para orarle, y un libro, El Corán, para leer incesantemente y conocer las recompensas para los fieles y los castigos, nunca leves, para los infieles. Aquí, nosotros, hombres de la modernidad de Occidente, hombres secularizados, que, lejos de tener, como ellos, un exceso de Dios, sentimos, desde hace siglos y a través de grandes pensadores como Kierkegaard, Dostoyevski y Nietzsche, su carencia, estamos inermes. Nos cuesta entender –por más esfuerzos interculturales que hagamos– esa sobreabundancia de lo divino, que, para colmo de nuestra capacidad de compresión, se encarna en individuos concretos, en seres elegidos, en “descendientes de Mahoma” (¿ha imaginado, alguna vez, Occidente la posibilidad de un descendiente de Jesús de Nazareth?) que planean guerras y tienen proyectos nucleares para enfrentar a otros “elegidos”, que no se dirán “descendientes de Dios”, pero, en su caos bélico y destructivo interior, creen serlo. Entre tanto, en este mundo que ya no confía en la razón, que está harto de la fiesta de los instintos porque sabe que, si hay instintos, es porque el vértigo de las mercancías los despierta para vender sus productos, y entonces nos impulsa al sexo, y a las cirugías, y a la cultura fast, a la comida fast, al idiotismo fashion, a la televisión basura, al cine computarizado, al porno Internet y al vasto universo de las drogas, en este mundo, todavía, algunas almas desesperadas buscan a Dios, le rezan por las noches, lo buscan en el amor o en la opción por los enfermos y los pobres y los hambrientos, y no son ellos los que están sordos, el que está sordo es Dios, el que no escucha es Dios, y el entero mundo marcha al acaso, a la deriva, y en el cercano horizonte está la tormenta, la peor de todas.

José Pablo Feinmann
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La vuelta al mundo, de sofá en sofá y gratis

Se cayó el sistema. Mejor dicho, se cayó el sistema que sostenía al sistema. El 27 de junio último dejó temporalmente de existir el sitio de CouchSurfing, gran comunidad internacional de intercambio de alojamiento gratuito para viajeros.

Este recurso para viajar ahorrando en hotelería siguió existiendo por medio de otros proyectos similares. Pero, por lo que anunciaron sus responsables, buena parte del software y de las bases de datos de esta organización sin fines de lucro se perdió definitivamente.

Obra de un grupo de jóvenes viajeros y emprendedores de distintos lugares del mundo, encabezados por Casey Fenton, CouchSurfing nació hace dos años y medio, y en marzo último contaba con casi 90.000 miembros registrados en 205 países.

Era (sus pasajeros frecuentes preferirán decir es ) el más divulgado de los llamados clubes de hospitalidad on line , que son todo un fenómeno de estos tiempos. Mediante estos clubes, los usuarios pueden tanto ofrecer su sofá a otros viajeros como conseguir dónde parar en los más diversos rincones del mundo, siempre de manera gratuita, o por lo menos intercambiar datos útiles para la travesía u oficiar como guía local. Algo así como un Movimiento por el Turismo Independiente.

Hola y chau

Hasta el viernes, la dirección www.couchsurfing.com mostraba sólo un mensaje provisional anticipando la próxima llegada de CouchSurfing 2.0 y una serie de blogs y foros donde algunos lamentaban la tragedia y otros planteaban soluciones. Hoy CouchSurfing 2.0 ya está en línea.

La carta abierta del treintañero Fenton, que circula por el ciberespacio, es particularmente emotiva: declara muerto a CouchSurfing e invita a sus colegas miembros a encarar la etapa 2.0 entre todos. "Ustedes me han mostrado más de lo que hubiera imaginado. Su generosidad y espíritu es un regalo para la humanidad -les dice en el mensaje-. Todos experimentamos ya el potencial de esta visión para transformar el modo en que la gente se relaciona. Ahora no tenemos que enterrar el sueño, sino alimentarlo y hacerlo crecer a nuestro modo, en nuevas formas y proyectos."

Se habla esperanto

Sin embargo, no se trata del fin del mundo ni siquiera del fin de los hospitality clubs . En Internet sobreviven otras alternativas de mecánica similar a la de CouchSurfing, aunque quizá con menos prensa. Los huérfanos del gigante caído podrían comenzar a migrar hacia estos otros destinos. Como Globalfreeloaders, uno de los más conocidos, con 30.000 miembros, o como otros tantos, que llegan a ser tan específicos como Pasporta Servo, que contacta a viajeros que hablan... esperanto. También están en un rubro cercano comunidades como aSmallWorld, que vinculan viajeros, aunque no necesariamente en plan de conseguir alojamiento.

Pero estas cadenas solidarias no son nuevas ni surgieron con el advenimiento de Internet. Servas, por ejemplo, es una comunidad parecida que ahora lleva el .org, pero que fue creada sin computadoras a la vista, en 1949, por Bob Litweller, un norteamericano residente en Dinamarca. Claramente, la organización tiene un perfil distinto, con resabios de aquellos viejos tiempos del correo postal, no tan orientado al público joven, pero con propuestas afines como "incentivar el contacto personal entre individuos de diferentes culturas", pero es más formal, requiere el pago de un cuota y pasar entrevistas, y de ningún modo propone dormir en el sofá de nadie.

En el universo virtual, en cambio, Hospitality Club es el más veterano. Comenzó a funcionar en 1992 con otro nombre, y en 2000 se relanzó para alcanzar hoy los 100.000 viajeros y anfitriones en 201 países, según sus responsables. Como en los otros casos, el sitio funciona gracias a una red de voluntarios que les dan mantenimiento, chequean la información y se contactan con la gente.

Seguro se fue de vacaciones

En Montreal, Mr Rico (en este mundo, el concepto de identidad es ligeramente distinto) es uno de los 300 embajadores de CouchSurfing. "Usuario y coordinador de medios", tal como se identifica, mientras trabaja duro en la vuelta del sitio, Rico dice que sólo viajó por este medio a Estados Unidos, pero que ha recibido en su casa a más de treinta espíritus nómadas de Australia, Islandia, Alemania, Japón y más países.

Sobre la posibilidad de que mentes inescrupulosas saquen provecho de esta valiosa base de datos para hacer el mal en lugar del bien, este entusiasta couchsurfer es muy claro: "No tengo noticias de ninguna mala experiencia. Creo que CouchSurfing, con su sistema de referencias y links, funciona como una comunidad firme y segura para el viajero. Sin embargo, no podemos dar garantías. Con la información proporcionada, uno debe determinar si el otro miembro es confiable o no. Queremos hacer un mundo mejor, de un sofá a la vez. Así que cuando vengas a Montreal contá con un sillón en mi casa".

Daniel Flores

Datos utiles

Direccionario

CouchSurfing: actualmente el nuevo sitio está en contrucción, pero hay algo de información en

www.couchsurfing.com

Globalfreeloaders: más de 30.000 miembros.

www.globalfreeloaders.com

Hospitality Club: lanzado en 2000, en la actualidad cuenta con 100.000 miembros.

www.hospitalityclub.org

Pasporta Servo: comunidad de viajeros esperantoparlantes con adherentes en 80 países del mundo.

www.tejo.org/ps/

Servas: una comunidad de la era pre Internet que ahora tiene también sede en la Red. Requiere una cuota de ingreso y entrevistas, a diferencia de otros proyectos similares.

www.servas.org

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Un documental polémico

No todo el cine que circula por Internet es "pirata". Hay un caso significativo, un documental del estilo que tan bien lleva Michael Moore, que, desde principios de este año, ha tenido más espectadores en la Web que muchas de las películas estrenadas en salas comerciales con bombos y platillos. Su título es "Loose Change", ya tuvo dos versiones (la segunda, aún mejor documentada que la primera) y es un aporte más al tema todavía urticante del sangriento atentado del 11 de septiembre de 2001, que tuvo como blancos las Torres Gemelas del World Trade Center, en Nueva York, y el Pentágono, muy cerca de Washington.

El trabajo de hora y media de duración que produjo Korey Rowe y escribió y dirigió Dylan Avery (de sólo 22 años de edad) se puede ver con facilidad en cualquier PC provista de un buen procesador, banda preferentemente ancha, sólo con ingresar en el sitio www.loosechange911.com , o directamente al film en http://video.google.com/videoplay?docid=-5137581991288263801&q=loose+change&pl=true , donde se accede a sus versiones en inglés, con subtítulos en francés y alemán (en www.youtube.com puede encontrarse una versión en castellano).

Avery investiga en tono sensacionalista -"conspiracionista", le dicen ahora- lo ocurrido aquella mañana de verano en la Gran Manzana y muy cerca de allí en Washington, hasta las últimas consecuencias. A partir de antecedentes, testimonios, documentación desclasificada, una reconstrucción pormenorizada de los hechos, y un fino análisis que no elude duros juicios de carácter político, sus autores llegan a la conclusión de que aquel trágico golpe de furca al mundo civilizado contó con la complicidad del mismo George W. Bush y su entorno.

"Lo que los neoconservadores se rehúsan a ver; lo que Michael Moore no discutiría", asegura la frase publicitaria en el afiche, impresa bajo el título y la inscripción "Free Movie" en el sitio del film. Los responsables de esta feroz denuncia que ya acredita varios millones de espectadores hogareños aprovechan su presencia en la red de redes para comercializar copias baratas del documental, así como otro tipo de productos con el tema.

¿Fue en realidad el derrumbe de las Torres Gemelas una implosión controlada con explosivos adosados a sus cimientos? ¿Está Ben Laden detrás del atentado o sus videos fueron armados como la guerra trucha del film "Mentiras que matan"? ¿Lo que se estrelló contra el Pentágono fue un avión u otra cosa? Y, como si fuese poco: ¿está la administración Bush detrás de lo ocurrido, moviendo los hilos de la historia? Estas son algunas de las preguntas que intenta responder el documental.

Avery, que concibió y desarrolló la película con sus amigos y equipamiento digital casero muy bien aprovechado, ha utilizado Internet como principal canal de distribución. La reciente difusión de un video de seguridad en el momento de la explosión en el Pentágono fue, de paso, una respuesta a la difusión de "Loose Change" ("Cambio chico"). Sin embargo, la falta de calidad en su realización hace difícil por momentos descubrir las pruebas de lo que su realizador sostiene que ocurrió, ayudando a sembrar aún más confusión sobre el tema.

Quienes quieran ver y escuchar al joven director explicando qué lo impulsó a realizar su trabajo en poco más de cinco minutos no tienen más que entrar en el sitioYouTube, tipear "Dylan Avery" en el buscador. Así de simple.

Claudio D. Minghetti
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Secretos imperfectos

CARLOS SARRAUTE, MATEMATICO

Puede que el escritor Dan Brown la haya puesto en boca de todo el mundo con sus best-sellers conspirativos, paranoicos y previsibles. Puede que se la asocie siempre con secretos y acciones bélicas, con el ocultamiento de la verdad, con la astucia, el ingenio y la perspicacia de las “mentes brillantes”. Pero lo cierto es que la criptografía, una de las tantas aplicaciones prácticas de la matemática, como la teoría de las probabilidades, forma parte de la cotidianidad mucho más de lo que se cree. Sus principios se aplican cada vez que alguien manda un mail, compra alguna chuchería por Internet o que algún impávido se pretende aferrar hasta más no poder a la confortable idea de privacidad, como bien lo explica el matemático Carlos Sarraute.

–Empiece contándome a qué se dedica. –Trabajo en el laboratorio de investigación de Core Security Technologies, donde estudiamos cosas de criptografía, ataques informáticos y seguridad de la información.

–¿Core Security Technologies? –Sí. Es una empresa de seguridad informática que, entre otras cosas, tiene un producto llamado “Core Impact” para hacer “test de intrusión” o penetration test.

–Y eso es... –... un servicio de consultoría que una compañía contrata para testear la seguridad de sus redes informáticas. El test consiste básicamente en atacar la red y ver si lográs meterte en alguna máquina, acceder a archivos, robar información. Es algo así como buscar alguna vulnerabilidad interna.

–¿Y usted a qué se dedica en particular? –Yo trabajo en varios proyectos, como por ejemplo modelar ataques: tanto modelar al atacante como la red atacada. Es una simulación de alto nivel para ver cuál sería el camino más conveniente para un atacante que pretenda maximizar sus intentos de meterse en las computadoras de una empresa.

–Sería algo así como pensar cómo lo haría un hacker. –Exacto. El punto de vista siempre es el del atacante. La idea es poder usar eso después para una defensa. Ver por dónde se metería el atacante, cuáles son los caminos más críticos para mejorarlos. De hecho, el servicio de consultoría es como un ataque real. Una empresa contrata el servicio, pero no avisa a sus trabajadores para testear también los mecanismos normales de defensa de su infraestructura. Un sistema se considera seguro si resiste a los ataques.

–Se parece a las simulaciones de incendio, donde la gente no sabe si es una simulación o un incendio real. –Y... sí.

–¿Y eso qué tiene que ver con la matemática? –Mucho. Es matemática aplicada. El contacto más común que tiene la gente con las matemáticas consiste en entenderlas como algo medio abstracto, como si nadie supiera bien para qué sirven. Pero de hecho sirven mucho. Es más, muchas teorías abstractas surgen de intentar resolver problemas concretos. Para no ir más lejos, la aritmética partió de la idea de contar elementos, la geometría, de medir campos para la agricultura. Y hay otros dos casos que rozan más lo concreto que lo abstracto: la criptografía y la teoría de las probabilidades.

–Cuénteme eso. –Hay una historia muy interesante que tiene como protagonista al noble francés Chevalier de Mére, que en 1654 inventó un juego que consistía en tirar un dado cuatro veces y, si en alguna de las tiradas salía un seis, ganaba. El asunto es que efectivamente terminaba ganando siempre y ya los amigos de la corte no querían jugar más. Hasta que inventó otro juego que se basaba en sacar doble seis en veinticuatro tiradas. Y ahí empezó a perder. Consternado, le pidió a Blas Pascal que lo ayudara a estudiar las probabilidades de éxito o fracaso en ciertos juegos de azar. Fue pensando en estos problemas de dados que empezó a desarrollarse la teoría de las probabilidades que ahora se usa prácticamente en todos los campos. Recién en el siglo XX, un matemático ruso, Andrei Kolmogorov, formalizó la teoría.

–La sacó del mundo de los dados... –Sí, y le dio la forma con la que se la enseña ahora.

–¿Y la criptografía? –La criptografía es una de las herramientas de base para la seguridad informática. Es la que provee todos los bloques básicos para encriptar mensajes, proveer confidencialidad. Los puristas llaman criptografía a lo que tiene que ver con fabricar código; criptoanálisis, a las técnicas para romper códigos; y a la disciplina que engloba a los dos, criptología. Pero todo el mundo usa la palabra criptografía. Una pequeña definición podría ser “el estudio de las comunicaciones en presencia de adversarios”. Introduce los términos principales: gente que busca comunicarse en un ambiente hostil, donde se quiere o espiar las comunicaciones o meterse en el medio y falsear los mensajes.

–¿Le parece que la mayoría de las personas sigue pensando con los mismos conceptos del correo habitual? –Así es. Los mails antes de llegar a destino pasan en el medio por docenas de servidores y de personas que los puede leer tranquilamente. Lo curioso es que hay muchas herramientas gratis para encriptar mails y, sin embargo, la mayoría del mundo los manda como texto plano.

–Como también ocurre con los mensajes de texto. –La criptografía tiene una historia muy antigua. El primer cifrado conocido es el de Julio César, que era sumar a cada letra tres: la A se reemplazaba por D, la B por E... y así. Hasta el siglo XX todos los sistemas de cifrado estaban basados en letras. Uno de los que se usó por más tiempo fue el de sustitución: agarrar una letra y reemplazarla por otra, o por un símbolo.

–Y el boom ocurrió en la Segunda Guerra Mundial con la máquina de cifrado alemana Enigma, Alan Turing y los intentos de romper los códigos nazis. Todo esto habla mucho de la importancia de la comunicación como un factor desestabilizante, ¿no? –Exacto. Uno de los objetivos de la criptografía es la confidencialidad. Poder comunicarse en forma segura sobre un canal inseguro. Por el desarrollo de Internet es una necesidad básica. También tiene que ver con proteger la privacidad de la gente. Fácilmente puede haber sistemas a la escala del Estado registrando todos los mails de los ciudadanos buscando palabras clave.

–Como la famosa red de espionaje norteamericana Echelon. –Si uno quiere tener comunicaciones privadas tiene que encriptarlas.

–¿Hay algún código que no pueda ser descifrado? –Sí. Es algo que estuvo estudiando Claude Shannon durante la Segunda Guerra Mundial. Pensó cómo sería un sistema que resista a cualquier atacante incluso si tuviera poder de cómputo y tiempo infinito. Llegó a la conclusión de que la clave tiene que ser tan larga como el mensaje. En la práctica mucho no sirve, pero da un límite teórico a lo que se puede hacer. El sistema se llama one time pad y se usó durante la Guerra Fría entre Washington y el Kremlin.

–¿Cree que se puede legislar sobre estos asuntos? –En la Argentina no hay mucha legislatura en cuanto a seguridad informática, pero en Estados Unidos es terrible. No sólo prohíbe meterse en la red de alguien y robarle información, sino que prohíbe hacer lo que se conoce como “ingeniería inversa” de productos comerciales.

–¿Cómo es eso? –La ingeniería inversa es cuando agarrás un programa, o sea una serie de códigos para la máquina, y lo empezás a interpretar. Te dan un programa y no tenés derecho a analizarlo. Es como si te dieran una máquina y te prohibieran abrir la tapa para ver cómo funciona por dentro. Es una de las formas que encontraron para poder reforzar medidas de seguridad y de protección de contenido digital; como no pueden encontrar la manera de resolverlo técnicamente, ponen leyes que prohíben directamente mirar lo que tienen “adentro”.

–De ahí surge toda la filosofía del software libre con Linux a la cabeza. –Así es.

–La idea de privacidad también cambia. Es como si uno se estuviese manejando con ideas viejas. Hay una ilusión de privacidad. –Es un tema recurrente en seguridad informática que, cuando tenés una ilusión de seguridad o de privacidad, es mucho peor. La sensación de seguridad hace también que el trabajo de uno se vuelva más inseguro.

–Bueno, pero uno no puede vivir con una sensación de inseguridad permanente.–No, pero digamos que la gente que trabaja en seguridad informática es bastante paranoica...

Federico Kukso
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¿Triste, feliz, harto de todo? Cada vez hay más divanes virtuales para descargarse online

En estos días de tristeza general, además de recurrir a las descargas habituales, los divanes también pueden ser virtuales y pueden ser una fuente de descarga para muchos usuarios. Aquí y allá, sitios como tired.com invitan a contar porqué uno está cansado ("tired"), pero no ofrecen respuestas alguna... simplemente, ayudan a desahogarse. Más cerca, el argentino Sentímetro.com.ar permite clasificar entre "tristinos" y "felicitos" según el día que uno tenga.

No importa por qué uno se harta: todos alguna una vez en su vida se sienten igual. Atrapados por una angustia existencial, o simplemente cansados de la sonrisa de su vecino, un problema de pareja o una derrota deportiva. Y no sólo de fútbol. La semana pasada, Gastón Gaudio se auto-gritó dentro de una cancha: "¡el pasto no es el problema... me tiene harto el tenis!", luego de una mala jugada en su debut en Wimbledon. Cuesta imaginarse al jugador prendiendo una notebook después del partido, para contarle el porqué de ese cansancio a alguien que no conoce y del cuál no obtendrá respuesta alguna. Sin embargo, muchas personas simplemente recrean lo descrito. Internet es su refugio y es allí se sienten cómodos.

El portal tired.com, por ejemplo, recibe 100 denuncias semanales. La página recibe al visitante con la pregunta ¿Está usted cansado/a?, y una oración abajo la opción de: Díganos por qué. Cuando se hace click en "díganos" se abre el Outlook con el destino tired@tired.com, que invita a la respuesta instantánea. El dueño del sitio es Mike Kuniavsky, un consultor de diseñadores web, que nunca imaginó que lo que empezó como una broma se convertiría en un confesionario anónimo. Los mensajes son tan variados, como los de esta mujer: "Tengo dos empleos y dos niños. Mi marido es uno más de 13 atrapado en un cuerpo de 30' ¡Esto es un círculo vicioso que me come viva!"; hasta un marinero que de alguna parte del mundo se queja de estar "cansado de estar sobre un barco de mierda. Cansado de mi pequeño dedo del pie feo. Cansado de que mi ombligo huela a queso'". Y siguen...

A nivel local, los usuarios también tienen su espacio para la descarga. En 2004, el dominio Sentimetro.com .ar ganó como mejor proyecto del concurso "Un día en la vida", de la fundación Telefónica, que apuntaba a captar las características de inmediatez, lo rápido y efímero del sentimiento representado en Internet. La página da la posibilidad de postear una imagen y un comentario según el estado de ánimo. Dos posibilidades: los denominados "felicitos/as" para un día rosa y los que tengan un día gris podrán estar del lado de los "tristinos/as" . El usuario ingresa un " Sentinick", contraseña, confirmación de la misma y un e-mail (campo que no es obligatorio, pero da la posibilidad de respuesta) y un corazoncito del color del día ocupará coordenadas según la hora y el sentimiento expresado.

Una de las autoras del portal, Luciana Lanfiuti, diseñadora en comunicación visual y licenciada en producción multimedia, explica que "Sentímetro no refleja nada real. Es casi irónico, como un chiste. Pero igual está bueno que haya gente que tenga la posibilidad de expresar lo que siente; se transforma en un fotolog comunitario". Miles de portales dan la posibilidad de expresar lo que se siente y postear mensajes de todo tipo. A diferencia de sitios de confesión anónimos (como sentímetro), que permiten descargarse todo sin revelar identidades, los mensajes que llegan a Tired.com son enviados desde un correo electrónico real. ¿Por qué lo hacen? Kuniavsky tiene dos teorías: una es la confianza que genera el diseño simple del sitio, y la otra es que confunden el portal con alguna clínica contra el insomnio.

Cabe preguntarse si se hace algo con tantas denuncias de cansancio. "Simplemente los leo y eso es todo por ahora. Tal vez un día haga algo más con ellos", contesta Kuniavsky a Clarín.com, tranquilo, sabiendo que ya se transformó en el confidente de miles de personas en un capítulo más de la relación entre el sentir e Internet.

Fabricio Soza
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Contra las miserias del mundo se viene la solidaridad VIP

Cómo denominarla? ¿Solidaridad VIP? ¿Filantropía top? ¿Caridad chic?

Bill Gates, el hombre más rico del mundo, dejará definitivamente la empresa que fundó —el imperio Microsoft— para dedicarse enteramente a la Fundación Bill & Melinda Gates, organización caritativa dedicada especialmente a las áreas de salud y educación, en la que volcará gran parte de su fortuna, estimada en 46.000 millones de dólares. A través de ella, ya lleva donados más de 10.000 millones de dólares en proyectos para luchar contra el sida, la malaria y la tuberculosis.

Para ayudar al bueno de Bill y su esposa en su lucha contra la pobreza y las enfermedades, un amigo de la familia, el multimillonario Warren Buffet, acaba de arrimarles un aporte de 37.400 millones de dólares (el 85% de lo que pudo ahorrar). Si se piensa que las reservas del Estado argentino, consideradas altas por los economistas, rondan los 25.000 millones de dólares y que el presupuesto anual total de las Naciones Unidas anda por los 20.000 millones de dólares, se tendrá una idea de la envergadura de las cifras mencionadas.

En una línea distinta pero con fines parecidos, una pareja algo menos millonaria —pero lo suficientemente millonaria como para tener una residencia en Malibú que cuesta unos 9 millones de dólares— decidió tener a su hija en Namibia. Angelina Jolie tuvo al fruto de su amor con Brad Pitt, llamada Shiloh Nouvel, en un pobre país devastado por el Sida y gobernado por el mismo personaje desde su independencia en 1991.

Según los lindos actores, tuvieron a su hija allí para que el mundo pusiera su mira en Namibia. Las malas lenguas dicen que fue, en realidad, para eludir —protegidos por las autoridades nada indecisas de Namibia— a los paparazzis. Lo cierto es que los felices padres hicieron las correspondientes donaciones, hablaron maravillas de esa nación, sacaron el pasaporte namibio para su hija y hasta vendieron los derechos de las primeras fotografías de la beba en la bonita suma de 9 millones de dólares que, dijeron, donarán para ayudar al país y a los aborígenes bosquimanos.

Lo que sin duda hicieron fue fabricar una millonaria en medio de la indigencia: la beba recibió, entre otros regalos, la ostentosa veleidad de un chupete de oro macizo con 279 diamantes.

Lo de Angelina Jolie respecto de la maternidad filantrópica tiene historia: ya lleva adoptados un nene camboyano y una nena etíope. Por nuestros barrios también pulula una modelo y vedette que ha expresado reiteradamente su deseo de adoptar un nene negro y africano y pobre, por cierto, como si aquí faltaran.

Todo esto despide un aroma a snobismo con un toque de crueldad. Pero quizá no sea para tanto. Pareciera que alguna gente cansada de bañarse en champán, abollar Rolls Royces y tirar manteca al techo sintiera, por ahí, el agudo y saludable pinchazo de la culpa en un mundo cada vez más injusto en el que 1.200 millones de personas viven con menos de un dólar al día y unos 2.800 millones lo hacen con menos de dos dólares diarios. Y entonces se afanaran en ayudar.

Lo notable del caso es que el remedio llega algo tarde y a un paciente terminal. ¿O líderes de indiscutido intelecto como Bill Gates no alcanzan a darse cuenta de que quizá haya políticas sociales y económicas —como la de Bush, sin ir más lejos— cuyos resultados suman pobreza e injusticia? ¿O que el mismo sistema de inequidad que les permitió acumular semejantes fortunas es productor de indigencia? ¿O que los cambios en la historia suelen pasar de la mano de la política y no de la de la misericordia?

Pero desde luego, ¡bienvenidos al mundo de la beneficencia!: no cambiarán nada el rumbo del planeta pero son mejores los magnates con preocupación por el prójimo que los parapetados en egoísmos sin fronteras ni talla.

En la película Apocalypse Now, el protagonista, un oficial norteamericano inmerso en los horrores de la guerra de Vietnam, reflexiona: "Primero los rociamos con napalm y después les acercamos una curita". Algo así, pero con un toque casi indescifrable de liviana, casi traslúcida frivolidad.

Marcelo A. Moreno
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León, el paciente que se quedó a vivir en el Hospital Israelita

SE INTERNO EN LOS AÑOS 70 Y SE CONVIRTIO EN UN EMPLEADO ADMINISTRATIVO. Inmigrante polaco, León Bekman vive allí desde que se internó, hace 30 años. Sufre esclerosis múltiple y dicen que donó sus propiedades al hospital.

La fiebre de Wolynia, más conocida como fiebre de las trincheras, es un derivado extremo de la miseria y sus síntomas fueron registrados en la Primera Guerra.

Las comarcas de la Wolynia fueron un ducado y después objeto de pugnas nacionales. Pertenecían a Polonia cuando León Bernardo Bekman nació, hace 74 años "en un pueblo perdido, Wisniowiec, en Kremnitz —dice— no lo va a encontrar en el mapa". Desde la conferencia de Yalta pertenece a Ucrania con otro nombre pero Bekman no lo lamenta. Su lengua materna fue el idisch y aunque aprendió el polaco en la escuela y aún lo sabe leer, ya no comprende el sentido de las palabras ("llegué a odiar el idioma y a todos los polacos"). El se siente argentino, aunque en verdad es ciudadano del Hospital Israelita, donde vive desde hace 30 años.

Más que un paciente internado, es un pupilo de su cuarto: allí repasa las historias clínicas y transcribe el censo de pacientes, las altas y actas de defunción. Las dos veces que lo visité lo encontré plegado sobre sí mismo en una silla, concentrado ante el diario abierto en la cama. No leía, estudiaba los caracteres con obsesión de linotipista y cuando se puso de pie, no resultó mucho más alto. Si no fuera el viejo sonriente y bondadoso que es, se lo podría imaginar como el hombrecito misterioso de la novela de Gustav Meyrink, el Golem amasado por un rabino que se hacía ver en el cementerio judío de Praga.

En su memoria del Hospital Israelita, Nicolás Rapoport, uno de sus fundadores y primeros médicos, apuntó que la institución surgió de la iniciativa de un grupo de inmigrantes judíos comprometidos en la original Sociedad de Beneficencia Israelita Argentina "Ezrah", y que fue levantado y progresó en base a donaciones, como los clásicos hospitales de colectividades a fines del siglo XIX. En 1916 se colocaba la piedra fundamental para el primer pabellón y las dos primeras salas fueron inauguradas el 25 de mayo de 1921. Veinte años más tarde atendía a tres mil pacientes internados. La llegada de los barcos de inmigrantes, continúa Rapoport, era seguida por los médicos del hospital, que visitaban a diario el Hotel de Inmigrantes.

La historia de los Bekman fue así: su padre vino al país en 1931 y cinco años después llegaron su mujer y su único hijo, de ocho años. Durante seis meses sobrevivieron en la capital con la venta ambulante y luego se trasladaron a La Plata. Allí el padre abrió su propia tienda de ropa, "Carmel", en honor al monte de donde proviene el mejor vino de Israel. Argentina era un país de gran movilidad social por los años 40 y León estudió para perito mercantil. Pero en 1962 enfermó de esclerosis múltiple. Pocos meses después murió su madre y en 1968, su padre. León, que según sus propias palabras siempre fue petiso, no pudo remontar las deudas y el negocio fue a remate. La extinción de la familia lo llevó a viajar a Buenos Aires y a mediados de los años 70, gracias a los oficios de la colectividad judía, a la que estuvo siempre muy apegado, consiguió cama.

Según un chisme oído de un miembro de la cooperativa que hoy administra el centro —el jefe de camilleros R. Serrano, con veinte años de trabajo en el hospital— en los 80 Bekman donó sus propiedades de La Plata a la Asociación Mutual de Beneficencia "Ezrah". El Hospital Israelita aún recibía donaciones de los judíos prominentes de todo el país. A esa altura lo que comenzó como una internación se había convertido en hospedaje. El se había vuelto un paciente imprescindible y quizá un día sugirió, a la manera de Bartleby, el personaje de Herman Melville: "preferiría no irme".

El hospital es su ciudad y él habla de los distintos servicios como de sus mudanzas en las tres últimas décadas. Durante una época fue vecino del segundo piso, más tarde se trasladó a una habitación en el sector de Maternidad, y así sigue. "Puedo mostrarle mi currículum", dice y extiende una carpeta en la que se lee que empezó a trabajar como secretario de administración en el servicio de Clínica Médica y que después pasó a la Unidad Docente Hospitalaria. De esta temporada conserva la herramienta adquirida con el oficio, la Olivetti de metal color oliva en la que sigue tecleando a diario. Desde hace más de un año vive en el cuarto número 709, donde puede ser observado, dado que suele caerse como secuela de la enfermedad. Hace tiempo paseaba por los corredores con el bastón y siempre lo visita su sobrina, pero ahora hasta la cama le queda alta. Por lucidez extrema ante la decadencia —o por coquetería, que es muy semejante —, no le gusta ser fotografiado. "Es que me da bronca verme la cara, yo mismo me tengo bronca por cómo quedó mi cuerpo." Sin embargo esa piel que no ha visto el sol durante tres décadas se vuelve transparente en las orejas vistas a contraluz. Más que un anciano parece un niño que dejó de crecer cuando eligió exiliarse del mundo.

Matilde Sánchez
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El humor es cosa seria: Tomas Sanz

Aquella tapa aún hoy es famosa. Mostraba al entonces jefe del Ejército Cristino Nicolaides, perdiendo el equilibrio sobre una patineta, y al fondo aparecía una Justicia cuyos ojos no terminaban de estar vendados. El ejemplar número 97 de la revista Humor apareció en la calle en febrero de 1983 y fue inmediatamente secuestrado en los quioscos. Y, además, sus responsables fueron llevados a juicio por la junta militar, acusados de calumniar y ridiculizar al jefe del Ejército. En su alegato, los fiscales aseguraban que era imposible suponer que un comandante del Ejército pudiese tener problemas en manejar un adminículo infantil como una patineta. Tomás Sanz recuerda que a todos los que estuvieron presentes les sorprendió que el juez Oscar Salvi, encargado de llevar adelante el juicio, pidiera permiso y saliera de la sala. “Años después tuve la ocasión de hablar con él y me confesó que tuvo que salir porque, después de escuchar semejantes argumentos, no podía contener más la risa”, cuenta Sanz, sentado en un bar céntrico, cerca de donde están las oficinas de su trabajo actual en el diario deportivo Olé, repasando tres décadas de humorismo –y periodismo– realizado bajo las peores condiciones. Algo que obligaba a tener toda clase de reflejos, tanto a los periodistas como a los lectores: Tomás recuerda que aquella vez algunos quiosqueros, para que no les secuestraran la revista, dejaron los paquetes en algún bar amigo. “Cuando uno iba al quiosco a comprar la Humor, la pagaba y después te mandaban a buscarla al bar”, explica Sanz, que se enorgullece al recordar que de aquel juicio, realizado en plena dictadura, todos los acusados –entre los que estaba él, por ser el jefe de Redacción– salieron absueltos de culpa y cargo. No sucedió lo mismo con el absurdamente dilatado juicio que le realizó Eduardo Menem por haber publicado en 1991 que tenía una cuenta en un banco de Uruguay. Dos veces pasó el caso por la Corte Suprema, alegando finalmente que había prescripto, pero no hubo caso. Sólo logró que, de los tres meses de prisión iniciales, le rebajasen la condena a un mes de prisión en suspenso. Su abogado, Gil Lavedra, ha llevado el caso a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, aunque Sanz ya no espera demasiado. Pero lo que más le da bronca, explica, es que es inocente. Porque una cosa es que lo hayan acusado de reírse de alguien, cosa que sí le sucedió con un juicio que perdió con Bernardo Neustadt. Habría que ver si el asunto era delito –la Justicia decidió que sí–, pero que se burló, no puede negar que lo hizo. Ahí están para atestiguarlo la media docena de páginas publicadas en Humor ridiculizando el involuntario nudismo de un Neustadt de vacaciones y en familia publicado en la portada de la revista Caras. Pero asegura que, en el caso de Menem, la existencia de esa cuenta bancaria fue confirmada por su fuente, la revista uruguaya Brecha. “Lo que no puedo negar, después de todo, es que esto de que te hagan juicio es mucho mejor de lo que pasaba antes, cuando no sabías qué te podía pasar, ni de dónde iban a venir las balas”, ironiza alguien con una vasta experiencia en censura previa, clausuras, amenazas y secuestros, tanto de revistas como de compañeros de trabajo. “Nunca supe por qué insistíamos en seguir haciendo esto”, confiesa Sanz, englobando en ese plural a quienes encabezaron cada uno de los proyectos desde el primer momento, como Oscar Blotta, Andrés Cascioli, Mario Mactas, Jorge Guinzburg y Carlos Abrevaya, entre otros. “Seguro que fue más por ingenuos que por valientes. Y porque era lo único que sabíamos hacer.”

La revista que mandaron a guardar

“Metamos el dedo en la llaga. Y también en el culo, muchachos”, bromea Sanz, identificando el espíritu que alentaba la primera época de Satiricón, aquella bestial revista de Oscar Blotta que inició una nueva manera de hacer humor gráfico en la Argentina a comienzos de los años ’70. A diferencia de lo que terminó sucediendo con Humor durante la dictadura, recuerda Sanz, Satiricón era una revista audaz y zarpada, pero más en el aspecto social –y sexual– que en el aspecto político. “Me acuerdo de que teníamos una sección llamada ‘Pateando al caído’. Y cuando murió Osvaldo Pacheco, titulamos: ‘Murió Pachequito: hizo bien’. Era casi Barcelona”, explica, haciendo una comparación con la única revista actual de humor que hay en los quioscos.

Aquel punto de partida de toda una época que fue Satiricón comenzó, en realidad, en los momentos libres de una pequeña agencia de publicidad, dirigida por Oscar Blotta. Hasta allí había llegado Sanz, un muchacho nacido en Quiroga, un pueblo cercano a 9 de Julio –donde nació también Mona Moncalvillo, precisa el propio Sanz–, pero que pasó casi toda su adolescencia en Haedo y luego abandonó unos tempranos estudios de Ciencias Económicas para dedicarse al dibujo. “Llegué tarde a esto del humorismo, ya de grandulón”, apunta Tomás, que terminó ganándose la vida como dibujante publicitario, hasta que Blotta volvió de un viaje a Estados Unidos con algunas revistas que se le habían metido en la cabeza, como National Lampoon y Mad. “Se le había metido eso en el balero y no se lo sacaba nadie”, cuenta. Y recuerda que la revista se empezó a hacer usando las mismas oficinas de la agencia que había, por ejemplo, armado una publicidad de jeans con la música de “Muchacha, ojos de papel”, de Almendra. “Pero, con el correr de los números, la revista fue relegando a la agencia.”

Aunque Satiricón empezó en medio del gobierno de facto de Agustín Lanusse, Sanz no recuerda que hubiese ningún clima opresivo, ni autocensura, ni nada. “Uno al menos no esperaba ninguna violencia física”, aclara. Esos miedos empezarían después, cuando comenzaron las luchas intestinas del peronismo ya en el poder. El primer aviso llegó en agosto del ’74, cuando Satiricón era una revista que gozaba de un éxito comparable al de las míticas revistas de humor de los años ’50, como Patoruzú o Rico Tipo, con tiradas de 200 mil ejemplares. “Una mañana llegamos a laburar y nos encontramos con la faja de clausura”, recuerda Sanz. “Habían firmado un decreto a medianoche y cerrado la revista por unos comentarios contra Isabel y, especialmente, contra López Rega. Fue un golpe muy duro para todos.” Oscar Blotta abandonó el barco, pero el resto de los humoristas se aglutinó en una revista llamada Chaupinela, que obviamente vendía mucho menos pero sirvió para despuntar el vicio hasta que, sorpresivamente, un juez respondió al recurso de amparo presentado por Satiricón, decretó abuso de autoridad y permitió que volviese a salir. “Vuelve Satiricón, la revista que nos mandaron a guardar”, fue el anuncio con el que volvieron a los quioscos. El entusiasmo duró apenas cuatro números: había llegado el golpe y la Marina estaba a cargo de la Secretaría de Prensa. “Había que presentar antes los originales, para ver si los autorizaban”, recuerda Sanz. “Fuimos varias veces, siguiendo todos los procedimientos. “Acá hay que estar en contra de la guerrilla”, nos dijeron. “Nosotros siempre estuvimos en contra”, les respondimos. “Pero la única forma de estar en contra es la nuestra”, insistieron ellos. Al final, un tipo apellidado Carpintero, que estaba a cargo de todo, confesó que la revista no les gustaba. Y nos recomendó: “Ustedes son gente inteligente, dedíquense a otra cosa”. Ahí se terminó Satiricón”.

Una revisitita ingenua

Cuando se le pregunta a Tomás Sanz por el peor momento de todos los que pasó en su carrera de humorista y periodista bajo la dictadura, responde sin dudar que fue el que desencadenó el final de la revista que armaron los que se quedaron con ganas después de Satiricón, que se llamaba El Ratón de Occidente. Pero en un principio, al menos tal como la presenta Sanz, la revista no auspiciaba semejante final. “Era una revista tabloide, con noticias locas y boludeces de la farándula. La verdad, no jorobaba a nadie.” Cascioli se había ido, pero en sus páginas se juntaban Abrevaya, Mactas, Hanglin, Grondona White, Tabaré y Aquiles Fabregat, entre otros. Los mismos de siempre, digamos. “Yo llegué a ser director, medio haciendo de todo”, cuenta Tomás. Blotta había vuelto a las andadas, y la editorial se animó a sacar una revista femenina llamada Emanuelle, bastante atrevida para la época. “Había notas como ‘El macho del mes’, y aparecía Galíndez desnudo en la ducha, cosas así.” Emanuelle fue secuestrada de los quioscos por el general Ibérico Saint Jean, gobernador de facto de la provincia de Buenos Aires. “Dos días después de esa requisa, cuando yo estaba de vacaciones en Mar del Plata, un comando entró en pleno día en la redacción, que estaba en Córdoba y Maipú, y se llevó a Blotta, a Mactas y a una traductora apellidada Vesco. Su apellido coincidía con el de un aventurero extraño que estaba en el Caribe, y como los militares estaban obsesionados con el dinero Graiver y los Montoneros, la pregunta que siempre se hacían era: ‘¿Quién banca esto?’. Una semana más tarde, los tres fueron liberados, pero la editorial se pulverizó en el aire. Cuando lo liberaron, a Blotta le dijeron: ‘Váyase del país. Pero no al interior, porque lo vamos a ir a buscar, sino del país’. Y se fue.”

Ahí sí debió terminarse todo. Sanz terminó haciendo house-organs para cámaras empresariales, según recuerda. Pero también recuerda que, un año después de aquel final, Cascioli volvió a aparecer con la idea de una revista de humor. “Era el ’78, y lo peor de la represión había pasado”, recuerda Sanz. “Pero también era andar por la cuerda floja, porque los nombres eran siempre los mismos, y en algún lado saltaban.” En sus comienzos, Humor era –según la recuerda Tomás– una revistita ingenua, con alguna que otra segunda lectura, pero no mucho más. “Pero lo que nos empezó a animar fue que se empezaron a juntar los lectores”, cuenta. “Se notaba en el correo de lectores, en la comunicación con la gente. A comienzos del ’79 nos dimos cuenta de que la revista caminaba bien, y para el número 24, creo, nos atrevimos a poner una caricatura de Videla en tapa. Era una tapa económica, el tipo estaba nadando y la idea era que las pirañas de la importación nos comían. Igual podía parecerse a aquella caricatura de Onganía como Morsa que hizo Landrú, y por la que cerraron Tía Vicenta. Pero pasó.” Así fue como, lentamente, se fueron acercando periodistas y temas a lo que empezó siendo apenas una revista de humor. Y la publicación fue creciendo, hasta que adquirió una fuerza propia. “Yo creo que sobrevivimos porque en un comienzo se les escapó, y cuando se dieron cuenta ya éramos demasiado conocidos afuera. Igual había todo tipo de rumores, como que nos bancaba la Fuerza Aérea y cosas así. Es que nadie podía creer que siguiésemos en la calle. Pero seguimos. Y nos convertimos en la única revista en la que se podían leer ciertas cosas.”

Ni siquiera con Menem

Al analizar el comportamiento de Humor cuando llegó la democracia, Sanz dice que le hubiese gustado haber podido hacer como hicieron los de Le Canard Enchaîné, una reconocida e incorruptible revista humorística de izquierda francesa, cuando Mitterrand llegó al gobierno. “Titularon: ‘Qué lástima, perdimos un amigo’”, cuenta. Y lo que no pudo hacer la dictadura, finalmente, lo hizo el mercado. “Pero porque una cosa era cuando todos estábamos contra los militares, y otra fue cuando llegó la democracia. Porque los peronistas nos veían como gorilas, los radicales suponían que teníamos que acompañarlos en su gestión y la gente de izquierda se dio cuenta de que nosotros muy de izquierda no éramos. Y se nos fueron yendo lectores.” Pero Sanz desliza también que, entre tantos cambios, Humor nunca terminó de volver a ser una revista simplemente de humor. “Ni Menem pudo salvarnos”, se ríe Sanz, que también apunta que su ridiculización ya era moneda corriente, y la revista dejó de aparecer, sin pena ni gloria, en 1998. “Lo peor fueron esos últimos años, porque nos dábamos cuenta de que no llegábamos a la gente.” De entonces hasta ahora, Sanz trabaja en Olé, y sólo piensa en el humor gráfico cuando aquella otra vida humorística es recordada por algunos juicios pendientes. “A los gobiernos, democráticos o no, nunca les gustan las críticas”, dice Tomás, y recuerda que Caputo se enojó mucho con la Humor. Y que María Julia también le hizo juicio a la revista. Lo que también cuenta es que, si bien sabe que aquella época terminó para siempre, nunca ha dejado de dibujar. “Pero ahora lo hago para mí”, revela. “Yo me fui metiendo en esto del periodismo casi sin darme cuenta. Pero lo que siempre me dio un placer enorme fue dibujar.”

Martín Pérez
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El artista compasivo

Lo primero que atrae del cuadro son esas miradas que atraviesan el espacio irradiando asombro, angustia, incredulidad, desolación... Un grupo de jóvenes estudiantes reacciona así frente al ataque de locura de un rabino. La obra, firmada por un tal Maurycy Minkowski, toma por asalto a la cronista que ha ido al Jewish Museum de Nueva York con ánimo de ver la muestra de la admirable escultora Eva Hesse (nota de Las12 del 9/6/06). El cuadro titulado He Cast a Look and Was Hurt ejerce una poderosa fascinación, es difícil quitar los propios ojos de esos ojos tan acongojados. Más adelante, en el recorrido de este magnífico museo que se dedica a explorar la intersección de 4 mil años de arte y cultura judíos, aparece otro Minkowski –éste protagonizado por mujeres que huyen de un pogrom– que se puede reconocer de lejos aunque una no haya oído hablar en la vida de este singular artista.

Una detenida incursión vía Internet ofrece revelaciones inesperadas, sobre todo a través de un exhaustivo trabajo de Zachary M. Baker, de la Universidad de Stanford: el pintor judío polaco Maurycy Minkowski, nacido en Varsovia en 1881, pintor primero de paisajes y retratos, luego comprometido con una temática profundamente judía, autor de cuadros que están en diversos museos del mundo y en manos de coleccionistas, vino a Buenos Aires a exponer una gran cantidad de cuadros en 1930, no consiguió vender ninguno aunque mereció comentarios elogiosos, y al cabo de tres meses murió en un accidente de tránsito. La colección más importante de Minkowski está en Buenos Aires, decía Baker, pertenece al IWO (Instituto Judío de Investigaciones) y se salvó casi por completo cuando explotó la bomba contra la AMIA, el 18 de julio de 1994.

El hecho de que Maurycy Minkowski, además de pintar numerosas escenas del padecimiento de los judíos en Rusia y Polonia a comienzos del siglo XX, hubiese consagrado gran parte de su obra a exaltar el rol de la mujer en el judaísmo, en las más diversas manifestaciones, parecía tema más que suficiente para “redescubrirlo” en este suplemento. De regreso en Buenos Aires, las primeras consultas a algunos críticos de arte locales parecieron demostrar que, efectivamente, Minkowski era un ilustre desconocido fuera de los límites de la colectividad judía local que frecuentaba el museo del IWO, bautizado precisamente con el nombre de este artista, que funcionó en el tercer piso de la AMIA hasta el terrible atentado. Pero la respuesta a una llamada azarosa, por las dudas nomás, al descollante fotógrafo Pedro Roth multiplicó la justificación de esta nota: el 6 de julio próximo, a doce años de la bomba, se abre la muestra Mauricio Minkowski en la sala 12 del Centro Cultural Recoleta (Junín 1930), auspiciada por la Fundación IWO, y a la vez se anuncia la edición de un libro sobre el artista judío polaco, cuya obra fue fotografiada por Roth, con textos de Silvia Bronstein de Wilkis y Zachary M. Baker.

“Dentro de poco presentará Minkowski su obra sencilla y bella al público argentino. Es indudable que éste, sin prejuicio alguno, sabrá apreciar con el corazón una obra que sólo el corazón ha dictado”, escribía desde Bélgica en el diario La Nación, en junio de 1926, Julio E. Payró. “Ninguna violencia, ninguna escena de matanza, de incendio, de brutal invasión, sino el recuerdo y la amenaza del pogrom pesan en la atmósfera de la obra de Minkowski (...) Así, en su ternura inmensa, el gesto del artista traspasa el horizonte de Polonia y abarca a toda la humanidad que sufre”, decía este crítico de arte en otro tramo de su artículo. Sin embargo, ese anuncio tardaría cuatro años en cumplirse en cuanto a la llegada de Minkowski, y bastante más en lo que hace a la apreciación por parte del público argentino.

En estos días, los cuadros de Minkowski que se van a exponer desde la semana que viene están recibiendo los últimos retoques que los ubican en los marcos hechos por el propio pintor, en la sede actual del IWO. Después de haber recibido el impacto en el Museo Judío de Nueva York es realmente un privilegio y una emoción poder ver estas pinturas en compañía de Silvia Hansman, directora del archivo histórico, y de Silvia Bronstein, curadora de la muestra, quien comenta: “Es que él era carpintero de oficio, un artista completo, armaba sus telas, montaba sus bastidores, hacía los marcos en relieve con motivos que aludían al tema de la obra”.

Entre los cuadros colgados o apoyados contra la pared, se alternan muchos de mujeres con vestimenta antigua en los de ceremonias religiosas y con trajes de los años 20 en los que reflejan la vida cotidiana. Según Silvia Hansman, “Minkowski puso una mirada nueva sobre temas tradicionales, y también trató temas nuevos como el de las chicas adolescentes yendo a la escuela, muy avanzado para su época. Porque él estuvo atento a los cambios que se producían respecto de la mujer, en los modelos de familia. Tenemos cuadros como el de las mujeres vendiendo en el mercado sus aves, que da cuenta de la mujer trabajadora, que mantiene a su familia, un ideal distinto al de otras culturas. En la judía, a la vez, el modelo de hombre es el que estudia. La feria era el evento comercial y social del pueblo, la representación de los pequeños comercios judíos del momento. Aquí se ve el barril que a mí siempre me intriga: en este caso, puede contener pepinos o pescado... Por eso digo que Minkowski tiene una mirada especial a las mujeres en sus roles tradicionales, y también en otros roles no tan comunes”. Lamentablemente, el hermoso cuadro de las tres adolescentes vistas de perfil, por la calle, camino de la escuela con sus libros, con las polleras cortonas de los años ‘20, no entrará en la próxima muestra por razones de espacio.

Silvia Bronstein confirma la predilección de Minkowski por las figuras femeninas y aclara que el cuadro del rabino que enloquece que está en Nueva York es uno de los pocos protagonizado únicamente por varones: “En general, ellos aparecen en sus oficios –en la exposición estarán El carpintero, acompañado de su esposa en segundo plano, El maestro y su alumno–, o detrás de una ventana, a los costados, estudiando. También se puede ver algunos hombres en las escenas de refugiados y hambrientos, cuestiones que desgraciadamente aluden a la actualidad, en la Argentina y en el mundo. Lejos de la idealización, Minkowski pinta la cruda realidad, la difícil vida cotidiana, la pobreza, la mujer del carpintero casi en harapos, descalza, con un niño en brazos al que apenas puede sostener”. La expulsión, Sin hogar, Los errantes, figuran entre los cuadros que remiten a esta temática. Pero no se podrá mostrar La comida de los pobres, un cuadro que está en el depósito del Museo de Bellas Artes, al parecer en mal estado, que ni siquiera pudo ser visto por la gente del IWO, cosa que deplora Hansman: “Es una obra de mucha actualidad, emparentada con la pintura de crítica social argentina de la época, cuando Minkowski, que había empezado como retratista y paisajista se radicalizó, digamos, muy impresionado por las persecuciones, los judíos que perdían sus casas se veían obligados a dejar sus pueblos, a marchar a las grandes ciudades. En Rusia y Polonia ocurrió esta especie de éxodo. La gente veía venir las masas empobrecidas que llegaban buscando techo, comida. Tal como se aprecia en el cuadro Después del pogrom, encabezado por una mujer, que estará colgado, Minkowski representa estas dramáticas escenas con gran sentimiento”. Bronstein acota que el pogrom de Bialistok es el acontecimiento que produce el quiebre en Minkowski, lo compromete con el dolor absoluto del desposeído, del expulsado.

En su artículo para el libro sobre el pintor que murió en la Argentina, Silvia Bronstein sintetiza su biografía: a los cinco años, luego de un accidente, Mauricio Minkowski quedó sordo, lo que no le impidió desarrollar su talento para el dibujo y la pintura. Entre 1900 y 1904, estudió en la Academia de Bellas Artes de Cracovia, se relacionó con artistas polacos, recibió medallas de oro y plata. En 1906 ganó el premio de la Asociación de Arte de Varsovia por su obra A los pies de la cama de la hermana enferma, luego adquirida por un banquero de Varsovia y hoy considerada como una de sus obras más logradas. En 1907, Minkowski se lanza a recorrer solo los shtles de Ucrania, país donde es sospechado de espionaje por lo que debe recurrir a un abogado que le tramita un permiso de residencia en San Petersburgo, donde siguió pintando. Empieza a exponer en París, también en el Hermitage, luego en Koenigsberg. Estudia historia judía y se interna en la rica biblioteca del rabino de Varsovia. Es enviado como corresponsal del diario Schviat a las ciudades judías destruidas por los pogroms y esas imágenes lo marcan para siempre. Fue muy reconocido después de la Primera Guerra y realizó numerosas exposiciones en ciudades de Europa elogiadas por la crítica. En 1930 decide venir a Buenos Aires con su mujer Raquel y su hermano Félix, trayendo –las noticias discrepan– entre 100 y 200 cuadros para exponer, con la idea de viajar más tarde a Estados Unidos.

“Minkowski quería pintar a los judíos argentinos, especialmente a los gauchos”, anota Silvia Bronstein. La galería Müller, de la calle Florida, preparó una gran muestra. El diario Mundo Israelita habló de “sus telas vigorosas, pletóricas de belleza” y alentó a concurrir a la muestra y a la adquisición de las obras “de este ilustre embajador del espíritu judío”. Pero es verdad, como consigna Zachary Baker en su artículo, que ningún judío con dinero le compró ningún cuadro en esa exposición. “Recién después de su muerte, que fue muy sentida por la colectividad, se empieza a agitar un poco en el ambiente judío el interés por su obra. Se hace la colecta para donar La comida de los pobres al Bellas Artes, que lo manda al sótano...”

Con la muestra que abre en Recoleta en algún punto se empieza a hacerle justicia a este artista humanista signado por la tragedia y, en nuestro país, por la falta de exposición al público en general. “Lo importante es que lo estamos poniendo a consideración de todo el mundo ahora”, dice Abraham Lihtembaum, director del IWO. “Es la primera vez que se ofrecen en la Argentina más de tres obras juntas, fuera de nuestro Instituto. Y vamos por más, por una itinerante por el mundo.”

La rescatadora

No parece casual que haya sido una mujer la persona que más tuvo que ver con el salvataje de la obra de este pintor que tanto amó a su esposa y estimó a las mujeres. Ester Szwarc, coordinadora académica y docente del IWO, se arriesgó para preservar la obra de Minkowski y de otros artistas judíos, después del atentado. Ella lo cuenta así: “La mayoría de los cuadros estaban, en el momento de la explosión, guardados en un gran armario, justo donde se habían detenido los efectos de la bomba. El armario permaneció, pero prácticamente inabordable. Había unos poquitos cuadros expuestos de Minkowski, algunos se perdieron y otro quedaron colgados sobre el vacío, porque detrás estaba el hueco”.

Rescatar los primeros cuadros fue sumamente difícil, porque había que tratar de sostenerse de las vigas desde arriba: “Eran pesadas y resultó peligroso. Uno de los chicos que ayudaban y yo llegamos a colgarnos de una baranda que había quedado arriba, a algunos cuadros los tuvimos que separar del marco. Además, había que bajarlos por el mismo boquete que debió ser agrandado. Teníamos que sostener los cuadros con las manos, tratar de hacer equilibrio a través de las cornisas y de los escombros”.

Los cuadros que estaba dentro del armario recién pudieron ser rescatados a partir del 18 de agosto, cuando la gente, que se había reunido al cumplirse un mes del atentado, fue hacia Tribunales acompañada de la policía que custodiaba: “En ese momento, tres chicos y yo decidimos que salíamos al vacío para ver si podíamos mover ese armario y sacar su contenido, cosa que la policía no habría permitido por precaución. Esto estaba en el tercer piso, al final del museo que había desaparecido. En el pedacito que había quedado, nosotros intentamos mover las vigas con mucho cuidado. La primera etapa fue dejar los cuadros adentro, porque hasta el 18 de agosto yo me subía a una viga algo insegura y desde allí tiraba nylon para proteger los cuadros, porque el armario había quedado sin techo, les caía la lluvia. Todas las noches trataba de taparlos, para que se mojaran un poco menos... Primero dejamos todo en este gran salón que era el auditorio. La mayoría de los cuadros de Minkowski, un pintor que siempre me gustó muchísimo, no necesitó restauración, están limpios y con el deterioro detenido. Eso sí, a uno lo tuve que sacar horizontal, porque si lo hacía en forma vertical se caía la pintura que quedaba, se descascaraba. Lo restauró Néstor Barrio, con la técnica del punteado: seis meses con un equipo de seis personas”.

Fotografiar pintura con fidelidad

Pedro Roth conoció la obra de Minkowski en la década del 70, “cuando me acerqué al IWO, en la vieja AMIA, para hacer una fotos para un libro que editó Manrique Zago sobre la inmigración judía. Vi sus cuadros y quedé fascinado. Me pregunté por qué no los daban a conocer públicamente, pero así estaban las cosas en ese momento. Le propuse a Billy Whitelow, en esas fechas director, hacer una muestra en Bellas Artes. Le llevé algunas fotos, él estaba muy interesado pero no hubo manera de conseguir la autorización. Pasó el tiempo, hice fotos para el coleccionista José Moscovitz, empecé a ver más obra de Minkowski que había sido adquirida por muchos judíos de la generación anterior a la mía, a bajo precio porque era considerado más por el lado de la temática que tocaba que del valor artístico. Pero lentamente empezaron a llegar noticias de afuera, en Israel se empezó a rematar en Sotheby’s la obra de Minkowski y los precios fueron subiendo. Algunos judíos emigrados de Rusia llevaron cuadros fuera del país, y se los dejó salir justamente por el sujeto que trataban. Poco a poco se empieza a instalar la calidad de la obra de este artista, que ya había sido reconocida en algunas de las exposiciones que hizo en vida en Europa. Va saliendo del ámbito, de la égida de lo que es el judaísmo para convertirse en un artista universal, como Chagall”.

Pedro Roth dice que Minkowski estaba tan enamorado de su esposa que por eso muchas de las protagonistas de sus cuadros son distintas versiones de ella, “sin duda una mujer muy bella, al parecer melancólica, acaso depresiva. Cuando él murió, ella perdió la razón y hubo que internarla. Creo que Minkowski hace algo nuevo en el arte judío, e incluso diría en la pintura en general de tema social: las mujeres son protagonistas, sujetos de sus cuadros, cuando lo habitual era usarlas como objetos o como símbolos, tal el caso del cuadro argentino El despertar de la criada. Pero como personajes principales en lo social, en lo religioso. Minkowski pinta a las mujeres como personas dentro de una cultura patriarcal”.

Dice Roth que fotografiar un cuadro puede parecer simple, pero que el problema mayor consiste en preservar la exactitud de los colores: “La luz debe ser pareja, de una sola clase, y llegar a un compromiso entre los brillos y el color, sobre todo cuando se trata de óleos. Hay que aprender a mirar los colores. En el caso de Minkowski, él crea el primer plano, el segundo, el tercero y el cuarto en algunos de sus cuadros, y los va caracterizando a cada uno con su propia luz, porque él sabía usar este elemento y crear climas que envolvían a los personajes. Para mí es un gran acontecimiento que salgan a la luz pública los cuadros de este gran artista, me hace feliz que se pueda ver una obra que estuvo tan guardada tanto tiempo. Siento como un triunfo que se puedan mostrar aspectos de la historia, la religión, la cultura judía que tan bellamente representó Minkowski. Porque a través de sus imágenes él dio testimonio, recreó un mundo, una época, episodios históricos y momentos religiosos que conforman un verdadero patrimonio. No es de sorprender que en el momento de la primera muestra en Buenos Aires, en 1930, haya habido cierto rechazo por los cuadros de contenido social, de huida de refugiados y sobre todo de refugiadas, de mucho sufrimiento, de mucha orfandad. Hay que tener en cuenta que en el año ‘32 Berni manda al Salón Nacional Desocupados, que se convertiría en el cuadro más caro de la historia del arte argentino, y se lo rechazan. Y al año siguiente, con un ramo de flores, gana el Gran Premio Nacional”.

Moira Soto
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¿Qué es la inteligencia?

Durante muchísimos años estuve a la búsqueda de una buena definición de la palabra inteligencia.

¿Qué es exactamente? Todo el mundo, y cuando digo todo es porque no hay manera de haber hablado con alguien que en algún momento no hubiera dicho: “es un tipo muy inteligente” o “una persona muy inteligente” o bien, “tiene una inteligencia descomunal” o al revés, “no tiene un gramo de inteligencia”.

Paro acá, porque usted ya entiende de qué hablo. Pero lo que me asombra es que si uno le pide a alguien que le diga qué es la inteligencia, lo más probable es que se encuentre con respuestas muy variadas y dispares.

a) Se trata de la capacidad para resolver problemas.

b) Se trata de la capacidad para adaptarse rápido a situaciones nuevas.

c) La habilidad para comprender, entender y sacar provecho de la experiencia.

d) La capacidad de un individuo para percibir, interpretar y responder a su entorno.

e) La habilidad innata en percibir relaciones e identificar co-relaciones.

f) La destreza para encontrar correctamente similitudes y diferencias, y reconocer cosas que son idénticas.

Obviamente, la lista podría continuar. Hubiera bastado que le dedicara más tiempo a recorrer Internet o buscar en las enciclopedias que tengo a mano. El problema reside en que no hay una definición aceptada universalmente sobre lo que significa. Entonces, ¿de qué habla la gente cuando habla de inteligencia?

Más allá de mi resistencia y que me cueste aceptarlo, hay un hilo conductor en lo que cada uno cree que dice cuando habla de la inteligencia de una persona.

Pero tengo preguntas inmediatamente.

Sea lo que sea la inteligencia,

- ¿Uno es inteligente para todo?

- Una persona inteligente para los negocios, ¿es también inteligente para la física?

- Para ser inteligente, ¿uno tiene que ser rápido?

- ¿Tiene que llegar a las conclusiones más rápido que la media? Y por otro lado, ¿cómo se mide la media?

- ¿Puede uno ser inteligente solo siendo profundo pero no necesariamente rápido?

- ¿Ser inteligente es tener ideas nuevas?

- Las personas inteligentes, ¿están preparadas para entender todas las preguntas y buscar las respuestas?

- ¿Dónde está el punto o la línea, en donde uno pasa de no-inteligente a inteligente?

Las posiciones clásicas

Históricamente hay ya planteado un debate sobre el tema y, por supuesto, hay varios ángulos para entrarle.

Unos sostienen que es una cuestión genética y, por ende, hereditaria. Otros, que depende del ambiente en el que el chico se desarrolla, los estímulos que recibe. Y en el medio, todos los demás. Desde 1930 se discute si la inteligencia es sólo genética o determinada directamente por las condiciones de contorno. Pero fue en la década del ’60 y del ’70 en donde se produjo el vuelco más dramático entre el discurso público y el privado: nadie se atrevía a decir abiertamente lo que los científicos especialistas en el área comentaban en voz baja: la inteligencia –para ellos, claro está– tiene un fuerte componente genético y, por lo tanto, hereditario.

En Estados Unidos, se publicó en 1994 la primera edición del libro The Bell Curve. Intelligence and class structure in American Life (“La Curva de Bell. La inteligencia y la estructura de clases en la vida norteamericana”). Se convirtió automáticamente en un best-seller y generó todas las polémicas imaginables. Sus autores, Richard J. Herrnstein y Charles Murray, presumen de haber encontrado una buena definición de inteligencia, formas de cuantificarla y, por lo tanto, formas de medirla. Aparecen análisis estadísticos (que ellos interpretan como irrefutables desde el punto de vista científico) y un estudio pormenorizado del IQ (Intelligence Quotient, cociente de inteligencia o coeficiente de inteligencia). El IQ se transformó en el método más general para expresar la performance intelectual de una persona cuando uno la compara con la de una población dada.

El libro dividió a la sociedad norteamericana (no necesariamente en partes iguales). Quienes adhieren a las conclusiones de Herrnstein y Murray son vistos como reaccionarios de ultraderecha (y lo bien que hacen). Los otros quedan ubicados en el amplio espectro que queda libre.

Lo que resultaría indispensable es analizar lo que se discute desde un punto de vista más desapasionado. Es difícil debatir sobre un tópico tan inasible e indefinible con certeza.

Otros científicos están fuertemente en desacuerdo con los tests de inteligencia (y lo bien que hacen también), “porque –sostienen– la más importante de las cualidades humanas es demasiado diversa, demasiado compleja, demasiado cambiante y demasiado dependiente del contexto cultural y –sobre todo– demasiado subjetiva para ser medida por respuestas a una mera lista de preguntas”.

Y siguen: “La inteligencia es más equiparable a la belleza o a la justicia que a la altura o el peso. Antes que algo pueda ser medido necesita ser definido”.

Desde otro lugar, Howard Gardner, psicólogo de Harvard, sostiene que “no hay un solo tipo de inteligencia o una inteligencia general, sino siete caracterizaciones bien definidas: linguística, musical, lógica-matemática, espacial, corporal y dos formas de inteligencia personal (intrapersonal e interpersonal), basadas en la capacidad computacional única de cada persona”. Y agrega: “Sé que mis críticos dicen que lo único que hice fue redefinir la palabra ‘inteligencia’ extendiéndola hasta lugares que para otros ocupa lo que se llama ‘talento’. Pero si algunos quieren denominar al pensamiento lógico y al lenguaje como ‘talentos’ y aceptan sacarlos del pedestal que ocupan actualmente, no tengo problemas en hablar sobre ‘talentos múltiples’ que puedan tener las personas”.

¿Ambiente o herencia?

Los debates ardientes continúan entre los que atribuyen la inteligencia al contexto social de educación y los del otro lado del mostrador, que la ven como genéticamente determinada desde el momento de la concepción. Así puesto, el tema hierve, porque toca las controvertidas cuestiones de educación, clases sociales y relaciones raciales.

Mi posición frente a este debate es que las condiciones de contorno son esenciales. Un ejemplo: si el día que yo nací hubieran equivocado al bebé que le llevaron a mis padres, estoy seguro de que el chico que se hubiera desarrollado en mi casa hubiera tenido altas posibilidades de desarrollar sus habilidades libremente. Claro, no necesariamente hubiese sido ni matemático ni periodista. Pero lo que me queda claro es que hubiera explotado la habilidad “de fábrica” que tiene cada persona al nacer.

No quiero aparecer como un experto en el tema, ni mucho menos. Sólo quiero plantear un problema que circula hace mucho tiempo y que no tiene solución aparente. Mi opinión es sólo una más, tan valiosa (o no) como la de cualquier otra/o.

Pero la quiero dar igual: estoy convencido que todos nacemos con alguna destreza, con el gusto por algo particular, con algún talento o facilidad. Pero si un niño, desde el momento en que nace se desarrolla en un medio ambiente sin posibilidades económicas, o sin estímulos adecuados, es muy probable que nunca llegue a descubrir qué le gusta, ni qué disfruta.

Si les diéramos a todos los niños la posibilidad de vivir en condiciones de desarrollar todo su potencial entonces, después, podríamos analizar quién es inteligente y quién no. Aunque ni siquiera nos hayamos puesto de acuerdo con lo que quiere decir.

Adrián Paenza
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Utopias americanas

Cuando Thomas More escribió su Utopía (1516), el infortunado canciller no sabía que estaba creando todo un género que iba a oscilar entre la literatura y la filosofía política, de lectura tediosa pero a veces inspiradora. En cierto modo, la obra de More también daba cuenta de la irrupción de América en el imaginario europeo. El inglés atribuía el relato a un compañero de Américo Vespucio que regresaba de estas latitudes; hasta se diría que en el “socialismo” de su isla había ecos del imperio incaico, del cual ya se hablaba en Europa.

Desde entonces, América fue el continente de la codicia y de la esperanza: el ámbito en el cual no sólo cabía la posibilidad de enriquecerse sino también la de realizar todos los sueños utópicos europeos.

En su origen, las colonias de América del Norte dieron asilo a todas las disidencias religiosas, y junto a ellas también a muchas utopías. Sudamérica, en cambio, atrajo a más codiciosos que reformadores. A tal punto que, en su momento, Hegel se sintió con derecho a expulsarla de la Historia y a negarle un futuro.

Toda vez que los escritores europeos mencionaban nuestras tierras era como una concesión a ese difuso exotismo que aureolaba a su frontera colonial más remota. Agatha Christie solía mandar “a Buenos Aires” a todos esos personajes que quería sacar de circulación.

Pero lo más lamentable es que ni siquiera los clásicos solían tener ideas muy claras en cuanto a la geografía física y humana de Sudamérica.

Ligerezas de Voltaire

Mucho más sarcástico e ingenioso que realmente informado sobre estas remotas regiones y sus habitantes, el gran Voltaire envió al protagonista de su Cándido (1752) en un viaje al Río de la Plata.

El infortunado Cándido, siempre confiado en el optimismo del doctor Pangloss, partía de Cádiz rumbo a nuestras tierras y llegaba apenas en el corto tiempo que insumían los tres relatos de sus compañeros de viaje.

Llegados a Buenos Aires, conocen al gobernador, de nombre Ibarra, y se enteran de que los jesuitas están sublevando a los indios en la Colonia del Sacramento (Uruguay), donde nunca se supo que estuvieran. Cándido decide seguir viaje al Paraguay, para ir al corazón del imperio jesuítico.

El gran ingenuo cuenta con la ayuda de su criado Cacambo, nacido en Tucumán, que habla perfectamente “el peruano” y conoce el camino para ir al Paraguay, que queda “aquí cerca”. Montados en dos veloces caballos andaluces, salen al alba y llegan a Asunción cerca del mediodía, casi como en avión. Notemos que el anterior viaje a caballo, entre Lisboa y Cádiz, les había llevado toda una noche.

Los viajeros encuentran a los civilizados guaraníes entregados al canibalismo y al bestialismo, ansiosos por cocinar y comerse al primer jesuita que encuentren. Aquí la pasión política le permite a Voltaire ignorar la tenaz resistencia que ofrecieron los guaraníes a los realistas cuando España puso abrupto fin a la experiencia utópica, de la cual sólo nos dejarían ruinas.

Luego viene un largo y accidentado viaje a Cayena, esta vez bastante más ajustado a la geografía, donde Voltaire aprovecha para diseñar su propia utopía indigenista, Eldorado (así, todo junto). Según las leyendas, eso quedaba por Colombia. Al parecer, Voltaire no era muy adicto a los mapas.

La Patagonia mitica

Más tarde, un escritor “libertino”, Restif de la Bretonne (1734-1806) escribió El Dédalo francés o Los descubrimientos australes de un Hombre Volador (1781). Restif vivió en tiempos de la Revolución Francesa. En la película La noche de Varennes, Ettore Scola lo imaginó viajando en diligencia por la Francia revolucionaria en compañía de Thomas Paine y Giacomo Casanova. En aquella novela, Restif contaba las aventuras de un viajero que recorría la Patagonia a bordo de una ingeniosa máquina voladora de tracción a sangre, mucho antes de que Julio Verne pusiera El faro del fin del mundo en la remota Tierra del Fuego. Entonces la Patagonia era tan remota como el planeta Marte, y los pueblos que visitaba Restif eran totalmente imaginarios.

Como sabemos, los europeos que más se sintieron atraídos por la Patagonia fueron los ingleses, especialmente después de que el joven Darwin hubo explorado sus costas a bordo del Beagle.

Hace menos de un siglo, el poeta, crítico de arte y teórico anarquista Sir Herbert Read (1893-1968) imaginó otra curiosa utopía europea ambientada en América latina, esta vez en un marco deliberadamente fantástico, aunque mucho mejor situado en la realidad del continente. La niña verde (1935) de Read fue una novela bastante anómala que tenía por eje principal el simbólico descenso a un mundo subterráneo donde el protagonista encontraba la paz espiritual. Read (que fue el editor de las obras de Carl Gustav Jung) la cargó de sentidos esotéricos que aquí no vale la pena señalar. Pero lo que aún resulta atractivo es una historia casi autónoma, ambientada en América latina, que ocupa los primeros capítulos de La niña verde. Read estaba en los antípodas de Voltaire. Conocía bastante bien el escenario latinoamericano, a juzgar por los precisos e inobjetables detalles de su ambientación.

El protagonista es un aventurero inglés que por circunstancias fortuitas llega a fundar una utopía paternalista en una imprecisa república sudamericana (híbrido de Bolivia y Paraguay), garantizándoles justicia y bienestar a los criollos e indios que la pueblan. Su Estado ideal es una suerte de despotismo ilustrado y benévolo que parece haberse inspirado en el Paraguay del doctor Francia. Pero aun siendo más justa que la realidad conocida, su utopía es tan perfecta y estática que su propio creador se harta de él y regresa a Inglaterra, abandonándola a su suerte.

Un futuro "incaico"

En 1930, cuando la Patagonia trágica era aún una suerte de Far West en el extremo austral del mundo civilizado, un notable escritor inglés, Olaf Stapledon (1886-1950), tuvo la ocurrencia de hacerla nada menos que el escenario de una curiosa utopía indigenista. Por lo menos, tal como podía concebirla la mente de un socialista fabiano.

Entre otras desmesuras de las que fue capaz, Stapledon se atrevió a escribir una historia universal que abarcaba desde su presente (la década del ’30) hasta la extinción del género humano, muchos millones de años más allá de nuestra era. Su desmesurada epopeya, titulada Ultimas y primeras humanidades (1930), ha sido recientemente reeditada en español y aún provoca cierta perplejidad. Borges encontraba la prosa de Stapledon más cercana a la frialdad del historiador o del naturalista que a la pasión del narrador, y no dejaba de acotar que en este caso quizás hasta la palabra “historiador” fuera un tanto benévola. Sin embargo, hay muchos, incluyendo a quien firma, que no comparten ese aburrimiento.

En 1930, Stapledon se lanzó pues a imaginar el futuro mediato e inmediato del género humano. En sus predicciones de corto plazo fue un tanto miope, porque no logró anticipar esa nueva guerra mundial que iba a desencadenarse en menos de una década. Pero en el largo alcance su visión se torna inquietante. Stapledon habla de la formación de una Unión Europea, de una etapa de “americanización” del mundo y de un inevitable conflicto global entre China y Estados Unidos. Es una predicción que setenta y cinco años más tarde muchos futurólogos acompañarían, aunque en ese tiempo nadie hubiera apostado por China.

Para Stapledon, la carrera de nuestra civilización iba a desembocar en un gobierno mundial y en una cultura global obsesionada por la velocidad, que acabaría suicidándose en un colosal colapso energético en cuanto se agotaran los combustibles fósiles. Uno de sus mayores errores fue desestimar la energía atómica, un tema del cual no dejó de ocuparse.

Los nuevos amerinidios

Con la caída del Estado Mundial, el mundo futuro de Stapledon se hunde en la barbarie y atraviesa una prolongada Edad Oscura. Pero al cabo de varios milenios la civilización vuelve a renacer. Esta vez lo hace en la Patagonia, donde irá a dar su canto de cisne la especie Homo sapiens.

Para entonces, el planeta ha sufrido cambios climáticos y profundas transformaciones geológicas, que han hecho emerger nuevas tierras de la plataforma continental argentina. Es así como se ha formado un puente natural que une América del Sur con la Antártida, donde las islas Malvinas y Georgias del Sur conforman ahora un nuevo altiplano.

En esta suerte de Atlántida austral, surge una civilización cuya Atenas estará al este de Bahía Blanca, en tierras que hoy yacen bajo el Atlántico. Las fronteras del nuevo mundo patagónico se extenderán por el sur hasta el continente antártico y por el norte hasta Perú y Brasil. Pero en su progresiva expansión, los patagónicos colonizan Africa y Oceanía (Europa se ha fragmentado) y con el tiempo acaban construyendo un nuevo imperio mundial.

Para sus patagónicos, Stapledon traza el perfil cultural de una nueva etnia de marcada idiosincrasia indoamericana. Entendía que los pueblos originarios de América, que habían sido capaces de sobrevivir a la conquista, al mestizaje cultural, a la modernidad y la globalización, también podían resultar los más firmes a la hora de resistir a la “americanización” global que veía avecinarse.

Los patagónicos de Stapledon son un pueblo de sobrias costumbres, con una expectativa de vida muy corta. Alcanzan la edad adulta a los quince años y tienen un impulso sexual relativamente débil, de modo que su cultura conserva ciertos rasgos infantiles. De todos modos, son muy propensos a la actividad intelectual y a la especulación.

Al ser tan breves sus vidas, su principal religión idealiza a la juventud. Su mesías es conocido como “el niño que se negó a crecer”, y sus creyentes tienden a ver en él a ese hijo perfecto que todos desean tener, antes que un padre o un gran hermano.

Nacido en un hogar de pastores de los valles cordilleranos, el niño comienza su carrera como líder de un vasto movimiento juvenil. Su exuberante y prolífica sexualidad, insólita entre sus congéneres, alienta la creencia de que es un ser sobrenatural, un dios hijo de hombres.

Cuando alcanza la madurez, a los veinticinco años, el niño divino se transforma en una suerte de Zaratustra. Después de retirarse un tiempo a meditar en las peñas del Aconcagua, el profeta baja al llano, para predicar un nuevo evangelio que anuncia el desapego y la libertad interior.

Rebelde e iconoclasta, el niño irrumpe en el templo y se burla de los dioses, de modo que los sacerdotes acaban condenándolo y ejecutándolo por impiedad. Pero su culto crece y conquista al mundo patagónico, y al cabo de unos siglos llega a ser la religión oficial. Para entonces, los aspectos transgresores del niño se han diluido en una teología conservadora. De tal manera, aquel que por un momento había tenido rasgos de un Che Guevara, es reabsorbido por el durable arquetipo cultural de Peter Pan.

Ascenso y caida de la Patagonia

Este culto de la juventud, con su filosofía del desprendimiento, su exaltación de la camaradería juvenil y su compromiso ético para conservar joven el espíritu, es el que inspira a los patagónicos a construir una civilización pacífica. La suya será una sociedad de costumbres frugales y solidarias, que valora por sobre todas las cosas el juego, el arte y los deportes. Haciendo un balance, resulta bastante más justa que la nuestra, aunque no se destaca por su tecnología, que todavía es “medieval”.

Como es inevitable, al cabo de algunos siglos, los patagónicos se reencuentran con el pasado. Explorando las ruinas de la antigua civilización global descubren los libros que van a cambiar su destino. Recuperan el saber tecnológico de la modernidad y ponen en marcha una nueva revolución científica. Pronto aparecen la industria moderna y la clase trabajadora, aunque esta vez el proceso se lleva a cabo con una cuota menor de conflictos sociales de los que registran la revolución industrial del siglo XIX y la exclusión social del XX.

Cuando llega el momento en que los patagónicos aprenden a liberar la energía atómica, el avance tecnológico ya les permite pensar en el ocio y la eliminación del trabajo manual. Pero entonces ocurre un accidente fatal que aniquila no sólo a su civilización sino a la especie entera. Comienza con un motín descontrolado en una planta nuclear. Un saboteador provoca el estallido del reactor, que a su vez pone en marcha “una reacción en cadena” que se propaga a los yacimientos de uranio del mundo. La ola de fuego arrasa a los continentes, destruye las ciudades y acaba por dejar inhabitables las tierras durante siglos. Mucho más tarde, los escasos sobrevivientes reanudarán el proceso evolutivo, pero ésa es otra historia, de la que se ocupará Stapledon en el resto de esta extraña “novela”.

¿Qué decir de esta inquietante fantasía escrita quince años antes de Hiroshima y setenta años antes de la globalización? Mezcla de aciertos y errores como toda predicción (mucho de lo que Stapledon imaginaba que tardaría milenios ya lo hemos conocido en el curso del siglo XX) sorprende por la audacia con que atribuye un futuro auspicioso al subcontinente latinoamericano. Cualquiera diría que una utopía como ésta bien podría haber sido soñada por un latinoamericano, aunque en este caso imagino que al autor le habrían llovido las críticas.

De todos modos, Stapledon tenía una inveterada tendencia a pensar en escala no ya histórica sino casi geológica. Imaginaba que el Estado Mundial globalizado duraría dos mil años y postergaba su utopía patagónica para un futuro muy lejano. Mientras escribo esto, leo en los diarios que las islas Sandwich del Sur están creciendo. Quizá la utopía no tarde tanto.

Pablo Capanna
Pagina/12 - Futuro - Junio 2006