miércoles, 27 de febrero de 2008

Cine y jóvenes: tortúrame otra vez

Como ya sucede con el sexo, en la representación del terror también se perdió el pudor. El exceso, en ambos casos, logra resultados inversos a las intenciones de los más zafados: el erotismo se marchita y retrocede en el primer caso; el sadismo exacerbado mueve a risa o a sopor, en el segundo.

Los efectos especiales, valga la paradoja, "mataron" a esos amados fantasmas, espíritus, criaturas extrañas y brujas que, en rudimentario blanco y negro pero con mucha mayor sutileza y teatralidad, nos hacían morir de miedo décadas atrás, desde el momento mismo en que el globo de la Universal comenzaba a girar, encabezando los créditos iniciales y sonaban los primeros inquietantes acordes musicales.

En aquella escasez de recursos técnicos -mas no de actuaciones y guiones, que estaban fuertemente potenciados, no como ahora que han pasado a ser factores subalternizados por el dios marketing-, el terror se volvía ominoso precisamente por todo lo que no mostraba.

Ahora lo groseramente explícito del género -cabezas degolladas que ruedan, cuerpos que se despedazan de a poco, mutilaciones varias con lujo de detalles- le ha quitado gracia al asunto, mas no interés por parte de los nuevos públicos que lo consumen de una manera sustancialmente diferente de lo que lo hacían las generaciones anteriores, como se verá más adelante.

Contemporáneamente, con la revisión machacona que hace el Gobierno de los martirios sufridos por presos y desaparecidos durante la última dictadura militar -días pasados la Cámara de Diputados aprobó en comisión un dictamen que beneficiaría con una indemnización a quienes sufrieron torturas en aquella época-, marcha a la cabeza de las películas más vistas en las dos últimas semanas El juego del miedo 3 (sigue la saga de Jigsaw, el psicópata moribundo que depara horribles muertes a sus víctimas tras "lúdicas" agonías) y anteayer, en funciones de preestreno, arrancó con fuerza La masacre de Texas: el inicio , donde la malhumorada familia Hewitt recibe a los forasteros, motosierra en mano, dispuesta a partirlos en tantos pedacitos como puedan.

¿Una nueva (en este caso, bastante grave) contradicción argentina?: condenamos, como corresponde, política e institucionalmente la tortura, pero luego la elegimos como motivo preferido de nuestro esparcimiento.

"La tortura es el mayor componente de la película -se sincera Brad Tuller, uno de los productores de La masacre -, cuando la veía en el monitor, había veces que tenía que irme porque era demasiado brutal. La llevamos tan lejos como pudimos."

Su colega, Darren Lynn Bousman, no se queda atrás a la hora de describir El juego del miedo 3 , que dirigió. Involuntariamente, hasta parece querer disculparse: "Teníamos que hacerla más violenta, más intensa, más horrorosa. Trabajamos muy duro para hacer este film lo más excitante posible".

Unir la palabra "tortura" con "excitante" resulta fuerte. ¿Y qué pensaría el viejo Walt Disney si se levantara de su tumba y viera que esta película está distribuida por Buena Vista, división fílmica de su corporación?

"Muchas veces necesitamos -explica el psiquiatra José Eduardo Abadi- ver plasmado en situaciones exteriores lo que son los temores y fantasmas del mundo interno. En el mundo de hoy el terror se ha naturalizado como algo cotidiano que nos deja una ansiedad crónica que necesitamos descargar presenciando ciertos espectáculos para, paradójicamente, controlarla y perderle el miedo."

A nadie se le ocurre hacer películas que exalten la pedofilia o el nazismo. Sin embargo, la tortura se viene escapando cada vez más de esa restricción social. Consultado sobre esta cuestión, el doctor Pablo Jacoby, especialista jurídico en medios, responde lo siguiente: "Si bien la tortura está prohibida por el Código Penal y las convenciones internacionales a las que la Argentina adhirió, no es delictiva la película en tanto que el guión no realice una apología o exaltación de la misma". La pregunta, no tan difícil de contestar, es si su proyección constante ante públicos desprevenidos y morbosos no termina, de alguna manera, promoviéndola.

Para agregar un dato más de preocupación habrá que decir, finalmente, que los espectadores más consecuentes de este tipo de productos fronterizos con la legalidad son los adolescentes.

Sin embargo, para desdramatizar el tema bastará describir las costumbres más que inofensivas que ellos tienen para consumirlos: suelen organizar, en rueda de amigos, un pizza-party con helados en alguna casa y ven estos títulos mientras degluten las porciones (lo que prueba que no son para nada impresionables), o bien concurren a los cines en grupitos para gritar y hacer acotaciones de humor negro, mientras mastican parvas de pochoclo. Por cierto, también resulta un recurso formidable para que los muchachitos inviten a las chicas más indecisas al cine y éstas permanezcan firmemente aferradas a ellos durante toda la película.

Hasta acá todo bien. Con chicos sanos, lo único que habrá que lamentar, que no es poco, es su gradual insensibilidad hacia la violencia y, peor aún, su asociación automática con un momento de diversión.

Lo grave es que en las sombras de los cines y en la soledad de las casas, frente a películas tan tremendas como El juego del miedo 3 y La masacre de Texas: el inicio , algún frágil mental, ¿no podría sentirse impulsado a imitar a los perversos Jigsaw y Hewitt? Cada vez más seguido la crónica periodística real nos da la respuesta: sí.

Pablo Sirvén

Copyright S. A. LA NACION 2006. Todos los derechos reservados

No hay comentarios: