martes, 26 de febrero de 2008

Estafadoras, contestatarias y princesas

Dentro de la riquísima e intensa movida cultural idish que se desplegó en las primeras décadas del siglo pasado en Buenos Aires y algunos lugares del interior, el teatro, casi siempre con sabor popular, ocupó un espacio muy destacado. En salas arrendadas o (las menos) propias se representaron incontables piezas de dramaturgos judíos (locales o de afuera), obras traducidas (de González Castillo a Schiller o Shakespeare). Tragedias, melodramas, comedias, operetas, espectáculos de music-hall, todos los géneros subieron a escena en espacios que ya no existen como, entre otros, el Politeama, el Odeón, el Lasalle, el Excelsior, el Soleil... y en otros que aún perduran: el Alvear, el Nacional, Unione e Benevolenza... Aunque hoy pueda parecer increíble, la verdad es que esas salas se llenaban de un público deseoso de ver obras de ficción, pero también de escuchar esa lengua materna, coloquial y literaria, hablada por miles de inmigrantes y, en ese entonces, por sus descendientes. Y en esas piezas escritas por varones se perfilaba una gran cantidad y diversidad de personajes femeninos, a su vez interpretados por actrices que en algunos casos alcanzaban rango estelar dentro de la comunidad judía.

La reciente edición de Oysfarkoyft, Localidades agotadas (edición Del Nuevo Extremo), un fascinante libro de afiches del teatro idish en la Argentina, producto de la apasionada investigación de Silvia Hansman (archivista) y Susana Skura (antropólogo y psicóloga social), con diseño de Gariela Kogan, recupera parte de esa vida cultural que incluía la publicación de dos periódicos importantes. Por otra parte, en las Jornadas Buenos Aires Idish que se realizaron durante el curso de la semana pasada en la Biblioteca Nacional, coordinadas por Perla Sneh, Hansman y Skura presentaron un resumen de su exhaustivo trabajo titulado Novias, princesas y farsantes. Personajes femeninos en los comienzos del teatro idish en la Argentina, centrado principalmente en dramas y cuadros de vida (Lebns Bilder), de 1913 a 1931.

“Los afiches son sin duda objetos estéticos muy atractivos que llaman la atención de todo el mundo, aun de quienes no pueden leer un texto en idish”, dice Silvia Hansman refiriéndose a la cuidada edición en castellano e inglés. “A Susana Skura y a mí nos llevaron a profundizar en la producción teatral, a analizar las obras de la época y a observar los roles femeninos. Nos entusiasmamos tanto que tenemos la idea de sacar un libro sobre el tema. Los textos son sumamente reveladores, responden a momentos de cambio, muy convulsionados. Es que en los años ’20, en Europa, el feminismo está en su máximo esplendor. Y en Buenos Aires, dentro de la comunidad, mujeres que venían con todo un bagaje cultural, con nuevos conceptos sobre el rol femenino, se relacionaban con otras que llegaban con una mentalidad más tradicional”. Especialista en estudios de género y en historia judía, Hansman recuerda la militancia de las mujeres en el Wund, partido donde cumplían papeles importantes como cuadros dirigentes, activistas, recaudadoras de fondos, traductoras. “Muchas mujeres judías hablaban varios idiomas gracias a una educación provista por los padres para mejorar sus oportunidades de casamiento, pero las chicas aplicaban esos conocimientos a otros objetivos. Toda esa experiencia, cuando la traían acá, resultaba muy estimulante, aunque no bien vista por todo el mundo...”

Entre los dramaturgos estudiados por Hansman y Skura descuella Alpershon, “autor de varias obras con una propuesta que podríamos llamar progresista. El era líder del movimiento cooperativista y sus textos se inspiran en esa actividad. Es interesante notar que no recurre a estereotipos previsibles, que en sus personajes femeninos hay espesor y complejidad. En su obra Exilios plantea el caso de una familia que vive en el campo. Los hijos, salvo el mayor, quieren irse a la ciudad. Llega de Europa un tío con su hija que trae esa cultura de izquierda que te mencioné antes, y se forma una pareja idealista, pese a las diferencias de origen y de educación. Pero coinciden en la inclinación por la naturaleza, en la idea de que el amor no está forzosamente ligado al matrimonio y en la igualdad de rendimiento del hombre y la mujer en el trabajo”.

La oposición entre el campo y la metrópolis también aflora en La gran ciudad, una comedia de enredos acerca de un joven que deja a su novia buena en la colonia por las luces del centro y, sobre todo, por una avispada chica que es en realidad una estafadora que actúa en combinación con su amante –que hace pasar por primo– y su padre. La novia del campo se entera y con la ayuda de un amigo marcha a rescatar al muchacho. “Para la heroína es importante saber si él se casó en el Registro Civil, si tiene libreta, porque en el casamiento judío hay divorcio, si se lo justifica. Pero con la libre en esas fechas, no. Entonces hay en la obra una intención pedagógica, de informar al público sobre las costumbres locales. Vale subrayar que es la chica la que esta vez viene a salvar al varón en peligro...”

“En las más de dos mil obras catalogadas en el IWO, más del 90 por ciento están escritas en idish. Y hay que tener en cuenta que hablamos de lo que quedó, porque no siempre se tuvo claro la necesidad de preservar este tipo de material, o no se conocía la forma correcta de hacerlo”, se incorpora Susana Skura a la entrevista. “Si hablamos de actrices, en las primeras décadas del siglo veinte, no se puede dejar de mencionar a Mercedes Weiss, figura de gran trayectoria, a quien en el afiche se ve con escote profundo y tocado exótico. En muchos casos, las actrices eran esposas del empresario, del director o de un actor, y a veces los hijos se incorporaban al escenario. Como había personajes femeninos de distintas edades, porque se trataba bastante el tema generacional, las intérpretes encontraban roles apropiados a medida que pasaban los años. Por otro lado, los personajes de niños o adolescentes varones eran actuados a menudo por actrices jóvenes caracterizadas. Y aunque había figuras femeninas apreciadas y seguidas por el público, seguramente cuando las chicas decían en su casa que querían trabajar sobre el escenario, las madres no se alegraban demasiado... La selección de afiches que está en el libro permite ver imágenes muy diferentes de mujeres de la época, de las que en general no hay tanto registro, salvo el de la foto familiar. Porque varias de las actrices aparecen al natural”.

Si entre las cantantes descolló, incluso internacionalmente, Isa Kremer, entre las comediantes se lució la al parecer irresistible Molly Picon, una cómica que vino de visita y cuya pícara desenvoltura encontraba mucha respuesta en el público. “En Picon aparece el juego, no tan inocente, de la mujer disfrazada de varón, o, en otra ocasión, de interpretar dos roles femeninos opuestos, dos hermanas: la marimacho y la típica femenina. Un juego muy sofisticado, que tiene que ver con el teatro pero también con cuestiones de género de la época –comenta Hansman–. Porque el teatro es uno de los primeros espacios donde el hombre se viste de mujer. El único momento en que el judío se puede vestir de otra cosa, dejar el traje tradicional, es en Purim, un festival con ciertos permisos. El comienzo del teatro judío moderno ocurre cuando estos disfraces salen del ámbito religioso y pasan a la escena en piezas de teatro”.

Según Susana Skura, en las piezas de los años ’10 y ’20, “hay muchos personajes de mujeres contestatarias, y si bien en algunas obras puede surgir la misoginia, no se puede decir que se trate de una característica marcada. Al contrario, considerando el momento. En ciertas oportunidades, en la misma obra están representadas la generación de la madre, más sumisa y dependientes, y la de las hijas, que proponen distintos modelos de impugnación. Los temas que se reiteran son el matrimonio, la adaptación al nuevo ambiente, el aislamiento en el campo. Pero en las piezas que leímos, la madre judía, la famosa idische mame, esa gallina con sus pollitos, no figura como protagonista. Apenas se la encuentra en un rol secundario, o en todo caso, se siente su peso por ausencia”.

También de la primera mitad del siglo pasado son los tangos europeos escritos en idish que entona con mucha ternura Zully Goldfard, una notable cantante que se vuelve de lo más arrabalera cuando hace “La última copa” o —en un estilo realmente personal— se atreve con “Se dice de mí”. Zully, que dice con orgullo su fecha de nacimiento (1948), decidió dejar la restauración de antigüedades y dedicarse al tango y otros géneros hace apenas ocho años. Y hay que decir que ya va por el cuarto CD, Ciudad de nostalgia, que incluye “Neshumele” (Almita) y “Oygn” (Ojos), dos melancólicos tangos europeos. Hija de un sastre judío venido de Polonia al que ayudaba mientras escuchaba radio, Goldfard, si bien estudió piano, solo cantaba de entrecasa hasta que tuvo una especie de revelación, “salió algo que ni yo misma sabía que tenía guardado adentro, el canto se despertó en mí y empecé a revivir todos esos tangos que oía de chica... al escuchar ciertas músicas, la letra me brotaba espontáneamente. Creo que si no me hubiese dedicado a cantar, algo de teatro tendría que haber hecho seguramente, porque disfruto mucho el contacto con el público”.

Zully Goldfard no sabía que existían tangos en idish hasta que la llamaron para que hiciera un par en la presentación del libro de José Judkovsky, Los judíos y el tango. Primero creyó que se trataba de traducciones y dijo que no, pero le aclararon que habían sido escritos directamente en idish. Uno de los temas era “Papirosn”, “cuya música la había escuchado en otro ritmo, porque había sido transformada en algo más melódico. Volví para atrás a fin de restituirle el tiempo de tango que le era propio, le pusimos el bandoneón y lo hicimos bien tanguero. A partir de ese momento, empecé a investigar y descubrí que había muchos tangos en idish compuestos en Europa, en parte por la influencia de Gardel, que había viajado tanto. En Alemania, en los países escandinavos, en Rusia se componían tangos. También en los ghettos y durante la guerra en campos de concentración. Por otra parte, los inmigrantes judíos músicos que venían a la Argentina solían incorporarse a orquestas de tango”.

Lejos de la queja por la percanta que lo amuró del tango argentino, estos temas hablan mucho de un amor perdido por la separación forzada, por la muerte. Shmerke Kaczerginski (Vilna 1908-Buenos Aires 1954) escribió “Friling” en el ghetto de Vilna, después de que su mujer, Bábara, cayera en acción contra los nazis en Bielorrusia (“Deambulo por el ghetto,/ de calle en calle/ y no puedo hallar un lugar./ No está ya mi amada/ no sé cómo aguanto,/ gente, díganme al menos una palabra de consuelo”). “En ‘Almita’ también hay un hombre que se dirige a su amor, le dice que la extraña, que ella era todo para él... Por el momento tengo once tangos en idish, voy a llegar a los trece para el próximo disco. También querría, con la inapreciable colaboración de mi director musical y arreglador, Pablo Sacáis, musicalizar poemas en idish, seguir recuperando esa lengua de nuestros padres.”

Moira Soto

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