miércoles, 27 de febrero de 2008

Fotos eternas

Parece que fue ayer y sin embargo fue hace mucho tiempo. Pasaron muchas cosas, el camino fue largo y lleno de vericuetos. Nuestros recuerdos se superponen, se confunden, se deforman. Las fechas se alteran y los detalles secundarios se olvidan, pero ahí está esa foto, ese grupo de gente tan joven y prometedora, tan personal y tan aguerrida, y parece ayer. Uno trata de descifrar en qué estaba pensando exactamente al oír el clic de aquella cámara (no digital, por supuesto). ¿Quién tomó esa foto? Se ve que es verano; ¿en qué otra estación se puede estar en una playa en traje de baño? ¿Hay una fecha? No., qué maldita costumbre de no especificar. Claro:es que cuando uno sonrió y miró el pajarito la vida era tan cortita, la edad tan temprana, el camino del futuro tan largo -casi eterno- que ¿a quién le importaba precisar el día, el mes o el año? Esa era cosa de viejos. Sin embargo, no me puedo hacer el gil. Eso fue a comienzos de la década del setenta. Debía de estar en los treinta años. Parece menos. ¡Qué joven, por Dios! Trato de incrustarme en esa arena amarillenta por el tiempo, de recordar qué canción emitía esa radio portátil semioculta por los bolsos y los bronceadores. Hay dos que ya no están. ¿Quién iba a pensarlo?, ¿quién podía imaginar la muerte aquella tarde? Hay tres que viven en Europa, otro que creo que está en Estados Unidos pero del que nunca se supo más nada. A dos los sigo viendo bastante seguido y hay otro del cual no puedo recordar su nombre, perdón. ¡Mi Dios!, ¿quién era? Y allí atrás, esa gente a la que seguramente no he vuelto a ver, o quizá sí, ahí están: con un perro atorrante, tomando mate y mirando nuestra alegre juventud. Tienen la edad que tengo yo ahora y observan con cierto rencor nuestra insolente actitud. No debería ver tantas películas norteamericanas llenas de efectos especiales: hacen daño, pero las vi. No puedo dejar de imaginarme metido en esa foto como si el tiempo no hubiera pasado, o -mejor aún- como soy ahora, para volver a abrazar a los que se fueron pidiéndoles que aprovechen la vida, que a veces no es tan larga como uno cree; para decirles a los que sigo viendo que no elijan mal a sus futuros cónyuges, para desearles suerte a los que se van a ir del país y brindar con todos por la vida. Pero no estoy en una película pochoclera. La vida ha pasado, rápida y lentamente, con esa contradictoria sensación de torbellino y cámara lenta. Ya no somos los mismos.

No se puede volver el tiempo atrás, pero quizá sí uno pueda contactarse a través de la vieja foto con la mirada limpia de la juventud, con la timidez disimulada en la actitud desafiante, barbilla hacia adelante y pelo largo (lo del pelo puede variar según la época). Quizá se pueda beber en la fuente de la juventud, esquivar los cantos de sirenas colagenadas y recuperar la arrogante rebeldía que nos hacía creer que se morían los otros y no nosotros, que la vida era una fiesta inacabable y que los sueños estaban ahí nomás. Miremos nuestros ojos limpios y luminosos, nuestra sonrisa tenue y malévola, nuestra seriedad sin arrugas, y -¡por Dios!- no comparemos, no comparemos el sol, la arena, el shortcito y la biquini, la melodía de la radio portátil y la máquina fotográfica no digital; no nos consolemos con tonterías y lugares comunes como: "Ahora soy más sabio" o "ahora he madurado". Creo que no sirve comparar. Sí recordar, llorar si hace falta por lo que uno perdió y pensar que, aunque sea menor en años, el futuro sigue siendo nuestro. Y quedan muchas fotos por sacar (digitales, claro).

Enrique Pinti
Actor y escritor

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