domingo, 28 de septiembre de 2008

Los amigos de las vacas ya pueden ir de compras

NUEVA YORK (The New York Times).- "Como menos carne que antes", cuenta Haddas Kantorowicz, que se presenta como una sanadora tántrica, y que días atrás pasó por Organic Avenue, un negocio vegano de ramos generales en Manhattan. "Hoy soy mucho más consciente que antes", sigue. Pero aunque aprecia las virtudes de una dieta libre de carne, no está tan dispuesta a abrazar el estilo de vida vegano, que le pediría olvidar una cartera de cuero de cocodrilo o un par de zapatos de cuero. "Y no estoy lista para usar productos derivados del cáñamo", confiesa.

Pero pronto podrían hacerla cambiar de opinión la multiplicación de las modas amigas de lo vegano y los negocios que prohíben en sus estantes los productos de origen animal. Si ella se decide a adoptar la tolerancia cero que mantienen los vegetarianos militantes, ella encarnará el tipo de consumidor al que apuntan muchos de los productores veganos.

Cadenas de alimentos como Whole Foods; boutiques como MooShoes, un espacio neoyorquino para billeteras, cinturones y carteras de imitación de cuero; negocios online como Pangea, y etiquetas con ecopensamiento como Moral Fiber, Real Fake, Novacas y Matt & Natt están animando a los consumidores, incluso a los que hasta ahora sólo siguen una dieta sin crueldad, a adoptar sus preceptos no sólo en la cocina, sino también en sus guardarropas. El vegan chic, que alguna vez fue visto como un oxímoron, es una nueva y brillante puerta para el marketing.

Los veganos, que podrían ser vistos como vegetarianos extremos, mantienen una dieta y estilo de vida en general que no daña los animales ni el ambiente, directamente o a través del proceso de géneros como cuero, lana o seda. Por motivos de conciencia o de salud, rechazan los zapatos y la ropa hechos de piel y cuero, incluso los que están hechos con pegamento y tinturas de origen animal.

"La gente está mucho más consciente de lo que se pone, por qué se lo ponen y cómo afecta el ambiente", explica Robert Burke, un consultor del negocio de la moda en Nueva York. E ignorar esas premisas "hoy no es nada sexy", dice.

Hace seis meses, Denise Mari abrió Organic Avenue, en el Lower East Side. "En un momento, ser vegano significaba enfocarse en lo que había que abandonar -cuenta-. Ahora, estamos dando un paso más allá del mundando lo-que-se-necesita-para-sobrevivir y concentrándonos, en lugar de eso, en cómo hacer con esto una forma de vida divertida que pueda atraer al resto de la gente." A Mari le gustaría que la gente dijera: "¡Guau! ¡Qué elegante es esto! Lo quiero por su estilo".

En su negocio, Mari vende remeras sin mangas y vestidos camiseros de fibra de cáñamo y de bambú, y hasta trajes de hombre hechos de seda de ahimsa, una fibra procesada sin dañar a los gusanos de seda (y cuestan 700 dólares).

Millones de verdes

Por supuesto, Mari y otros comerciantes son beneficiarios de un crecimiento en la población vegetariana. El año último había 4.800.000 vegetarianos en Estados Unidos, de los que entre la mitad y un tercio eran veganos, de acuerdo con cifras del Vegetarian Resource Group, una organización educativa sin fines de lucro. En 1997, el número bajaba a la mitad.

Pero por estos días los vendedores y los diseñadores están animando también a un cliente potencial identificado el año último por la consultora Mintel International como "vegetariano ocasional". Compran artículos veganos selectivamente, pero -según Mintel- "su poder de compra es supremo".

Esta población consciente de lo saludable y ecológico ha contribuido visiblemente al crecimiento de un mercado vegetariano que hoy mueve 1.2 mil millones. En su mayoría, se trata de tofu y de sustitutos de leche, de queso y de carnes rojas y blancas. Indica Mintel que el mercado creció un 63,5 por ciento entre 2000 y 2005.

Sólo una docena de años atrás, los que buscaban mercadería amiga de las vacas tenían que comprar zapatos en Payless (veganos en virtud de sus materiales sintéticos), o conseguir botas de goma o de lona, billeteras o mochilas que se vendían en el website de Vegan Essentials, uno entre un puñado de negocios online. Ahora, incluso unos pocas tiendas masivas están incorporando en sus líneas productos veganos con diseño. Las zapatillas Vans promocionan su modelo skater Geoff Rowley, hecho de goma y nobuk sintético. Y Rampage, una marca masiva, está publicitando su línea sin crueldad, de imitación de cuero.

En Nueva York hay una estampida de boutiques con conciencia ecológica que venden productos que pasarían el examen incluso ante el vegetariano más estricto. Kaight, un local que está hace 5 meses en el Lower East Side, ofrece vestidos hechos a mano de cashmere reciclado, jeans de denim orgánico, y vestidos hechos de Lyocell, una fibra de lana biodegradable (cuestan 275 dólares). NY Artificial, en el Meatpacking District, vende carteras hechas de a una en gamuza y cuero sintéticos (desde 275 dólares), y cintos tan anchos como corsets hechos de vegetal, una lona cubierta con savia de árbol.

"Hay un mercado para estos diseños -asegura Alex Guzman, un consumidor-. La gente quiere hacer algo para proteger los derechos ambientales tanto para animales como para humanos. Pero no quieren llevar una lona a cuestas."

En el nivel de más lujo, se sabe, ahí está la diseñadora Stella McCartney, que desde hace mucho tiempo es una activista por los derechos de los animales, y ofrece lona, lino y zapatos y carteras en imitación de cuero, los que, a pesar de costar más de 800 dólares, tienen sus seguidores.

Ruth La Ferla

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Las chicas supermusculosas

“Hay 25 millones de mujeres en el mundo familiarizadas con las pesas, de las cuales unas 3 millones lo practican en alto rendimiento, 250 mil suben a un escenario y 250 son las top del mundo; ésas son las cifras de las mujeres que fabrican músculos, y van en aumento”, cuenta Cristina Musumeci, presidenta de la Federación Argentina de Musculación, entidad que nuclea a hombres y a mujeres que llevan sus músculos como arte. Con palabras justas, cuidadas, siempre con un ritmo e ideas precisos, esta mujer de 48 años, con más de 24 dedicados al entrenamiento de su cuerpo, también se ha licenciado en Teología y actualmente realiza estudios de Salud Sexual. Desde 1983 hasta el 2002 hizo exhibiciones y fue varias veces campeona argentina, sudamericana e iberoamericana, además de obtener un cuarto puesto a nivel mundial en categoría individual y tercero en pareja. Actualmente no quiere mezclar su actividad dirigente, y como referencia nacional es jueza de jueces, examina fallos que pueden ser polémicos, cuando algunos atletas aún en actividad juzgan a colegas que pueden ser sus propios competidores. También entrena a competidoras para ocupar el lugar de jueces. Y hay mucho que mirar como juez en los torneos, ya que “a veces no gana el mejor sino el que sabe engañar a los jueces, porque somos ilusionistas del cuerpo; todos tenemos defectos y podés taparlos: si visto de frente sos cuadrado, hay formas de perfilarte o de hundir el estómago para que desde los siete metros donde está el juez se te vea con cintura chica y hombros amplios, mostrando una figura triangular que no tenés”. Seductora, con su cuerpo trabajadísimo y realmente triangular, Cristina confiesa que como jueza les explica a las chicas cómo tienen que actuar, pero como entrenadora les enseña “el ilusionismo de tapar el defecto y marcar la virtud”. Claro que, en la vida, lo que le parece sano es entregarse afectivamente para poder mostrar los defectos, actitud que sabiamente debe dejar de lado en su actividad de dirigencia. “Soy una mujer que represento una Federación donde la mayoría son hombres, machistas latinoamericanos; así que tenés que poner en juego y sobresaltar tu poderío y ocultar debilidades.”

FUERZA SEXY Una de las chicas que entrena Cristina y a quien ahora también forma como futura jueza es Soledad Fernández, campeona argentina de Culturismo a los 24 años, además de ganadora de numerosos torneos chicos que la fueron formando en la seguridad con que se para en los escenarios y muestra a quien quiera verlas la verdad de sus virtudes. Tan vistosa en su musculación como coqueta en los detalles de maquillaje y ropas que elige, Soledad empezó a los 16 años a trabajar su cuerpo, luego de años de patinaje artístico. “Entré un día al gimnasio. Como toda chica, quería levantar un poco la cola y terminé levantando todo, hasta la copa”, se ríe con ganas y con orgullo de una vida que comenzó a perfilarse cuando la dueña del gimnasio, culturista, le dijo que ella también podía quedar como las mujeres que veía en las revistas especializadas que matizan la espera o el entrenamiento inicial, cuando la cabeza necesita distraerse mientras el cuerpo trabaja. Ahora que compite profesionalmente y que disfruta de esta vida, nunca pierde la concentración, ni en el gimnasio ni cada día, donde cuida en cada detalle una dieta estrictísima en la que, por suerte, también la acompaña su novio, hombre de músculos desarrollados, pero sin historia ni deseos de competir ni ser culturista. “Ahora vivimos juntos, pero vamos al gimnasio en diferentes horarios, hacemos distintos entrenamientos, yo necesito más concentración, porque esto va en serio, te lleva siete meses entrenarte bien para un gran torneo y no me puedo descuidar”, cuenta Soledad y dice que se sabe amada y admirada por su pareja, que la tiene en un altar, como un trofeo personal. También se considera sensual y fuente de deseo masculino: “Hay hombres que te ven bárbara, porque aparte de ser una chica fuerte sos sexy. Pienso que al hombre le gusta la mujer que se cuida, que hace una dieta. Y si la que tienen en casa no hace nada, ahí la comparación salta a la vista”. Busca una imagen cotidiana y dice que apenas entra con su novio a un restaurante es foco obvio de todas las miradas: “Aunque esté vestida como cualquier chica menudita, siempre te sentís observada, porque la sociedad no está muy acostumbrada, hay pocas chicas que hacen esto”.

AMADO HULK Una de las que sí hacen esto es Alejandra Rosa, que –apenas pasados los cuarenta y con un hijo de 15 años que la admira y alienta– es campeona argentina en la categoría Body Fitness, donde el desarrollo muscular es menos marcado que en el culturismo. Es profesora de Educación Física, trabajó en Potencia, otra disciplina de musculación, tuvo una pareja culturista a quien acompañó en torneos, pero llegó a entrenarse con Cristina buscando un entrenamiento fuerte, a nivel competitivo, aunque sin pensar entonces que competiría. Sólo buscaba la vida disciplinada y metódica asociada a la alta competencia. “Vivía afuera, llegué a la Argentina y quise hacer algo muy fuerte para sobreponerme a un tema personal, quería hacer algo que implicara una continuidad, una conducta, ordenar mi dieta y entrenar duro.” Pero la causalidad hizo que una atleta peruana que se preparaba con Musumeci para un Mundial la convidara a practicar poses culturistas junto a ella y ahí el placer fue grande, sintió que algo dentro se le acomodaba, como si se juntara con una vieja amiga que había dejado hacía mucho. “Era algo que tenía dormido, que gracias a Dios se despertó, me hizo mucho bien y todo superó totalmente mis expectativas, porque antes que tapar un agujero emocional lo que pasó fue encontrarme.” En un entrenamiento meteórico, Alejandra consiguió ser campeona casi sin pasos previos en escenarios que le dieran experiencia para afrontar las miradas expertas. Salió y ganó, alentada por su hijo rugbier que gritaba como si se tratara de un partido de fútbol. Esa es la imagen que le viene, junto al apoyo de mucha gente que la acompañó en un sueño de musculación que venía desde niña. “Cuando tenía diez años le veía las patas a Nora Vega, una patinadora marplatense, y quería tenerlas así; también me encantaban las piernas de los futbolistas, iba en colectivo y miraba los músculos de la gente”, relata con ternura y le viene un recuerdo que cuenta con una sonrisa enorme: “Volvía corriendo del colegio para ver El increíble Hulk y no sabés lo triste que me ponía cuando se volvía chiquitito”. La risa es de todos ahora, que logramos compartir la sensación de la nena que adoraba a las personas musculosas, mucho antes de conocer la palabra culturismo, en una familia que no la estimuló nunca en el aspecto deportivo: eso fue algo que vino con ella, que siente que plasmó “de grande algo que soñaba de chica”. Ese reencuentro dice que le dio mucha paz cuando subió al torneo, segura del entrenamiento que había hecho y del equipo que la llevó al triunfo. “Este campeonato que gané, sentí que fue una caricia de Dios, porque venía de un problema y el culturismo me amplió la vida, potenció más algunas cosas, porque siempre fui voluntariosa y en este deporte tenés que probar mucho tu fuerza de voluntad, tu conducta, tu forma de vida.”

COQUETERIAS En la preparación voluntariosa para las competencias, Soledad siempre está atentísima a su estética: “No me subo así nomás. Llego al torneo con una maquilladora; si invierto mucho durante el año, cómo no voy a hacerlo en el mejor momento, si ahí ponés todo; porque el tren pasa una sola vez y después chau”. El entrenamiento es fuerte y pide entrega. “Tenemos que desconectarnos de muchas cosas para llegar, la dieta es muy dura, pasamos hambre, hay que dejar de salir, no vemos tanto a nuestras amistades, dejás a tu novio”, detalla la mujer que dice sentirse tan madura en algunos aspectos como niña en otros, pero siempre metódica, dedicada a lo que quiere lograr, segura de sí misma y de su sexualidad: “Arriba del escenario pongo todo, pero a pesar del lomo que puedo llegar a tener, no me olvido de que nací mujer, quiero ser fuerte pero sexy; no hace falta ser lesbiana para ser culturista, porque además una lesbiana no tiende a arreglarse tanto y eso es un detalle importante; porque así como querés tener un cuerpo maravilloso para mostrarlo al mundo, tenés que cuidar la belleza, porque la mujer culturista no es un macho, los que dicen eso habrán tenido la mala suerte de ver una culturista medio machona y se quedaron con esa imagen”.

Cristina cuenta que alrededor de los veinte años, o un poco más, entrenaba en un gimnasio cuando vio entrar a dos adolescentes que comenzaron a observarla, hablando de ella como si ella no los escuchara: “Uno le decía al otro: ‘Mirá esa mina... qué asco’. Y el otro le decía: ‘Mirá cuánto músculo’. Iban observando lo que me pasaba con el ejercicio y de golpe dicen: ‘Che, pero no es tan fea’. ‘Bueno, es verdad, mirándola bien es linda.’ ‘Y la verdad, ¿vos no le darías?’ ‘Y sí, qué fuerte que está...’ La charla duró lo que el ejercicio, por lo que en unos minutos, donde lo primero que vieron les impactó, pero pronto se dieron cuenta de que ese aspecto masculino puesto en una mujer no era tan desagradable; vieron que mi feminidad no quedaba de lado”.

“Siempre fui una persona que le importó poco el qué dirán y desafiaba esas miradas, y cuando sos desafiante pero con cariño la persona va cambiando la opinión”, asegura Musumeci, y Alejandra Rosa comenta con afecto que tanto a su hijo adolescente como a sus amigos les fascina su desarrollo corporal: “Le dicen a mi hijo que les gustaría tener mis brazos, y eso que son bastante finos. Es que ven cómo trabajo, hago dietas, ven lo sano que hay”.

Propensa a la salud que hay en la unión de los opuestos, Cristina comenta los cambios que percibe en los géneros en esta época. “Antes la mujer no podía tener rasgos masculinos, ni el hombre femeninos, llámese afecto o fuerza; pero hoy nos damos cuenta de que ambos tenemos los dos aspectos y debemos desarrollarlos, si bien nos inclinamos más hacia el lado donde nos lleva nuestra genética y como nací mujer desarrollo más mis aspectos femeninos, bien feliz de hacerlo, aunque sé que pinceladas de lo masculino quedan y te hacen bien, te da más seguridad”, precisa la entrenadora y completa la descripción: “Cuando el hombre muy masculino, fuerte, logra desarrollar aspectos femeninos relacionados con la contención, con lo afectivo, con poder largar un lagrimón sin ningún tapujo, eso le hace bien y no deja de ser hombre; lo mismo que una mujer, que no deja de ser mujer porque levanta peso”.

OBRA DE ARTE Un culturista busca una perfección corporal que se establece según tres parámetros que deben ser armónicos en su proporción. La línea (la forma de reloj de arena, con la cintura chica, los hombros amplios y las piernas con buenos vasos), el volumen muscular (músculos bien desarrollados en relación armónica entre sí) y la marcación (que se den las divisiones musculares sin perder la forma general) son los detalles que llevan no sólo a ganar torneos sino que son el norte para todo culturista que considere que su cuerpo es su arte y su trabajo una disciplina artística. “Lo bueno y lo peligroso es que llevás la obra de arte a todas partes, mientras otros artistas la dejan en su estudio”, dice Musumeci, y confiesa que muchas veces usan ropas amplias para salir, para no andar mostrando “la obra” todo el tiempo: “No tengo ganas de exponerme continuamente, porque no tenés la obra siempre igual, a veces no está el cuerpo marcado como uno quiere y otras tenés que restaurarlo, porque es un templo que guarda tu alma”. El culturismo, para ella, le ha servido para conocerse más en totalidad, estando atenta a la corporalidad de una manera extrema: “No es que agarrás una pesa, bombeás un poco el músculo y ya te sale. Tenés que hacer ensayo y error continuamente. Me llevó 24 años locos, entrenando hasta los domingos, con paciencia, disciplina y saber cuándo tenía que descansar, porque no es sólo meter para adelante el acelerador, tenés que hacer esto con los tiempos de tu cuerpo, que son únicos, en una actividad inmanente, que nos pasa por adentro, se infla el músculo, la cabeza, el cerebro y todo tu ser, porque aprendés a hablar con tu cuerpo, que no es cosa fácil. Si hasta mucha gente se enferma por no haber podido hablar con su cuerpo”. Dice que el culturismo ayuda a poner la lupa sobre temas esenciales del hombre, como el darse cuenta realmente de nuestra corporalidad: “Una vez hablando con una persona budista me decía que teníamos cuerpo, y yo le contestaba que somos el cuerpo, por eso es que a través del culturismo estoy creciendo; y recreando mi cuerpo, recreo el espíritu”. Alejandra, hipnotizada por las palabras de su maestra, dice concisa que ser culturista la llena de felicidad, palabra que resuena en los oídos de Soledad, que simplemente define su disciplina: “Es felicidad, fuerza, unidad. Si tenés algún problema, vas al gimnasio y se corta”.

EROTISMO TRANSFORMADOR “Yo siento que la belleza forma parte del erotismo, y promover un cuerpo trabajado, saludable, corresponde a lo bello. Además tenés un abdomen fuerte, lo que desde el punto de vista de la salud sexual es un aporte del culturismo”, detalla Alejandra Rosa con minuciosidad científica que contrasta con la gracia natural de Soledad contando historias de pareja entrenada: “Imaginate lo que fue para mi novio encontrar una mujer que hace fierros a la par de él, que incluso lo superó. Las culturistas somos mujeres distintas; no le pido que me compre una pollerita o una caja de bombones, mejor que me traiga pollo, que necesitamos comer siempre, con eso me comprás”. Entre risas y regresos a la ciencia, Cristina aporta su saber: “El erotismo de la mujer culturista está cambiando un montón de aspectos; es más fuerte, menos prejuiciosa, con menos tabúes, si ya se atreve a levantar tantos kilos; además vuelan mil fantasías, porque si bien el hombre siempre domina en la relación sexual, de golpe y porrazo tiene la suerte y la bendición de sentirse dominado, porque da muchas más posibilidades de juego que tener un solo rol, eso nos enriquece”. En esa ampliación, para la dirigente y teóloga se están dando cambios fundamentales en los roles masculinos y femeninos. “Creo que la mujer culturista es un signo de los tiempos, indica que la mujer está desarrollando la fuerza, indica una mujer autónoma, que puede estar sola sin necesidad de ser dependiente del hombre; todos cambios que se plasman de una manera simbólica en la mujer musculada, un ser femenino que exacerba rasgos que siempre se consideraron masculinos, pero que en realidad no tienen por qué serlo”, dice segura de que el culturismo llegó para poner fisuras en la cultura: “Es un desafío que se hace sin querer. No considero que la musculatura, e incluso la exagerada, sea patrimonio del varón; si sos mujer y te gusta, adelante, poner esos límites es como decir que si sos un hombre que levanta fierros no puede ser delicado, suave, respetuoso y hasta vulnerable emocionalmente; qué tiene que ver si después se mete en una barra y levanta 200 kilos”. Piensa un poco y sin detener su entusiasmo dice: “Estamos jugando por primera vez con el aspecto claroscuro que es el ser humano, con el yin y el yang, con el anima y el animus, nombrándolos según la filosofía que quieras tomar para decir que nos estamos dejando de embromar con estas cuestiones, hay que ser más flexibles y darse cuenta de que está surgiendo un nuevo ser humano que va a mejorar el mundo, que tuvo hasta ahora una estructura muy verticalista que no nos dio resultados. De hecho, las dos grandes verticales, las Torres Gemelas, fueron a parar a los caños; ahora queremos más horizontalidad y estamos mezclando lo femenino y lo masculino, lo que mueve muchas estanterías”.

DIEGO OSCAR RAMOS

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La vida de policía se aprende en el cuerpo

Yo recibí 267 soretitos y voy a entregar a la sociedad 267 agentes de policía. Olvídense (de) todos los soretitos verdes(alude al Ejército), los marrones (Gendarmería), acá son policías, y todo lo que hayan aprendido hasta ahora me importa tres carajos.” Un aspirante a policía recordaba con esta exactitud las palabras que había pronunciado ante la formación de novatos, en el playón de entrenamiento, el jefe de instructores de una de las escuelas de la Federal. La frase fue registrada por la antropóloga Mariana Sirimarco, que recorrió por ocho años las escuelas policiales federales y bonaerenses para su tesis de licenciatura. “El trabajo es un intento por abordar cómo esos ingresantes, que no son policías, llegan a serlo. Se trata de entender el proceso de construcción del sujeto policial tal como es desarrollado en las escuelas de ingreso a la carrera policial”, explica. Su hipótesis es que “si se acuerda que policía y sociedad civil son términos construidos como irreconciliables, se entenderá que el sujeto policial, en esas etapas iniciales de la formación, sólo puede ser construido destruyendo, en los ingresantes, cualquier sustrato de civilidad”.

Sirimarco sostiene que el proceso que viven los cadetes apunta a “dejar ‘la vida civil, esa vida de mierda’, para hacer ‘vida de policía’”. El trabajo fue realizado antes del escándalo por los 22 aspirantes de la Escuela de Cadetes de la Policía Federal que fueron hospitalizados luego de un “baile” salvaje en la instrucción de segundo año. Pero los datos reunidos hacen presumir que los métodos siguen siendo similares y que se fundamentan en que “los policías tienen que ser duros, viriles, mientras que los que vienen de la sociedad civil son débiles o directamente maricones”.

“Un liceísta rememoraba cierta vez en que los instructores los sacaron al patio durante la noche. Los levantaron y en pijama fueron a ‘milonguear’ al patio. Era invierno. Descalzos, en pijama, a ‘milonguear’ a un playón que estaba frente a la compañía. Como los instructores no querían hablar, entonces usaban un silbato. Un solo silbato era ‘carrera march’. Dos era (cuerpo a) ‘tierra’. La ‘milonga’ duró sus buenos 45 minutos”. La antropóloga e investigadora del Conicet consideró que esas prácticas “aunque no cotidianas, son sí habituales en los contextos de formación”. Los castigos mediante el esfuerzo físico son llamados “bailes” en la Federal y “milongas” en la Bonaerense.

Sirimarco pudo determinar que algunos policías se quejaban de esa “rutina física extenuante” que consiste en “correr, saltar, agacharse, tirarse al suelo, arrastrarse y volver a correr”. Sin embargo, otros ex cadetes, hoy policías, siempre están “prestos a defender esas prácticas”. En la tesis, titulada “Milongas: pedagogía del sufrimiento. Construcción del cuerpo legítimo en el contexto de socialización policial”, se cita a una comisaria de la Bonaerense que “gustaba repetir que ‘una escuela sin milonga no es una escuela’”.

Esa jefa explicaba que “una escuela que no tenga milonga no me gusta porque (el cadete que sale de allí) es el que después me viene mal vestido, indolente, no se para, no saluda”. En este punto, la antropóloga señala que “una íntima imbricación, como se desprende de estas palabras, se anuda entre milonga y obediencia”. El “baile”, en suma, “resulta un dispositivo sumamente eficaz para apuntar hacia la docilidad de los cuerpos, hacia la construcción de ese sujeto policial inclinado a la obediencia. Adiestrarlos es disciplinarlos, es potenciar su sumisión, ya que como bien señala Foucault, es ‘dócil un cuerpo que puede ser sometido’”.

Sirimarco aclara, no obstante, que “las milongas no sólo imparten nociones de disciplina en tanto docilidad” sino que “entrañan también modalidades de actuación de la disciplina en tanto castigo. Toda infracción o incapacidad cae bajo la égida de lo punible, y la punición, en la mayoría de los casos, se desenvuelve en el terreno corporal”. En ese marco “la milonga actúa como sanción normalizadora, entendida ésta como una sanción que afecta no sólo a los que se desviaron de una norma institucional, sino también a los que se desviaron de una norma –tácita– de lo que se entiende que debe ser el ‘buen desempeño’”. En la tesis se dice que “esta punición anclada en los bailes y milongas puede ser entendida como un mero castigo” o también como “una simple corrección o hasta un modo de vida”.

En todos los casos, “el error, antes que ser subsanado por una explicación o una demostración, es ‘corregido’ en el cuerpo”. En la Escuela Juan Vucetich de la Bonaerense, mientras hacían “milonguear” a los cadetes, algunos instructores repetían que “lo que no entra por la cabeza, entra por los pies”. El cuerpo, entonces, pasa a ser “el soporte de internalización de la norma”. Y del mismo modo en que “las pruebas y humillaciones corporales efectivizan una ruptura con el pasado” civil, implican al mismo tiempo “la normalización de un nuevo sujeto, estructurado en torno a un nuevo saber y una nueva hexis corporal”.

Para hacer entrar las enseñanzas “por los pies”, los instructores maltratan al aspirante: “‘¡Corra, tagarna, corra!’ Tagarna, malandra, lacra, bípedo, constituyen los apelativos con que cadetes y liceístas aprendieron a identificarse”. Esos apelativos “no son sino rastros de un discurso donde lo que se busca es doblegar al otro, y donde esa denigración verbal se continúa en el plano material, o viceversa”. En este punto, Sirimarco cita el testimonio de un ex cadete: “Algunos eran bastante perversos, porque nos llevaban a un descampado lleno de cardos. Y cardos grossos, ¿no? Nos decían ‘tierra’ y teníamos que tirarnos de pecho sobre el pasto. Y si había cardos tenías que tirarte. Todos los pinchos clavados en las manos, los codos, las rodillas. Te la tenés que bancar”.

Sirimarco recuerda que “las denigraciones y el padecimiento” han sido considerados por diferentes autores “como elemento característico de los procesos de iniciación”. En ese marco, el “baile” entre los cardos es “una experiencia sensorial directa del dolor”. En el proceso de “educación” de los cadetes “el malestar y el padecimiento son las metodologías puestas en práctica” con un objetivo que “se esconde en las palabras con que un cabo de la Federal inauguraba el inicio de la instrucción: ‘Acá se abrió la puerta de la jaula, ustedes entraron, nadie los llamó; así que al que le guste, bien, se la tienen que aguantar’”.

La investigadora afirma que “se trata, mayormente, de aguantar, de que el cuerpo aprenda a aceptar, poco a poco, esas intervenciones dolorosas y sea, en suma, instruido y reorganizado en torno al ‘principio del dolor’”, en el sentido que le daba Klaus Theweleit en su obra Male Fantasies. Male Bodies, Psychoanalyzing the White Terror. Mediante la “pedagogía del sufrimiento, los cuerpos son desgastados, demarcados y re-encauzados, por medio del dolor y la violencia, en una nueva matriz de actuación”.

Un ex cadete recordaba otra forma de castigo, “El viaje al polo”. “Si tenías cuatro pares de medias, tenías que ponerte los cuatro pares. Los borcegos, el pijama y arriba el pantalón. Camisa, camiseta, el pullover, la bibalina, el capote. Y una manta arriba. Y te hacían milonguear. Con todo eso puesto. Y estabas una hora. Y con eso correr, tierra, carrera march, con la manta puesta, con todo puesto. Llegaba un momento que no dabas más”. De esa forma, sostiene Sirimarco, “el cuerpo lábil de la civilidad debe ser templado mediante el dolor para poder emerger como el duro cuerpo policial”, siempre asociado “a lo recio y lo ‘duro’”. La autora resalta que “la valoración de estos rasgos de comportamiento remite no tanto al quehacer policial real, como a la labor policial institucionalmente idealizada, concebida en términos de peligrosos enfrentamientos y de manejo de personas (no necesariamente delincuentes) también turbias y peligrosas”. Para Sirimarco, “los ‘bailes’ o ‘el viaje al polo’, entendidos pedagógicamente, brindan las pautas necesarias para re-ordenar ese frágil cuerpo civil en un cuerpo legítimo para la mirada institucional”.

Sirimarco, que también es docente de la carrera de Ciencias Antropológicas de la UBA e integra su equipo de Antropología Política y Jurídica, asegura que el hecho de que “el sujeto policial deba ser forjado a partir del sufrimiento habla a las claras del discurso institucional que se alienta no sólo sobre lo que debe ser el cuerpo policial, sino sobre lo que debe ser, también, su labor. Un cuerpo y una labor asociados a lo resistente, tanto como al ejercicio de la violencia y del poder con que se templan los cuerpos y las actitudes”. Concluye diciendo que “así, a través de estos dispositivos corporales anclados en las milongas, lo que se logra es construir una clave de lectura de los cuerpos en torno a un cierto registro de sufrimiento y rudeza. La instancia de sufrimiento se vuelve así un insumo institucionalmente legítimo para re-escribir la corporalidad”.

Fuerza de elite

Aunque no fue el objetivo de su investigación, la antropóloga Mariana Sirimarco hace mención en su tesis a un entrenamiento todavía más duro: el que deben afrontar los miembros de los cuerpos de élite. Esos grupos “capacitados para actuar en situaciones de crisis complejas requieren del personal que desee pertenecer a ellos un entrenamiento tan particular como riguroso” que incluye “crudas metodologías, desde ser sometidos a gas lacrimógeno hasta ser baleados con perdigones”. Un agente de la Policía Federal que conversó con ella reconoció sin tapujos: “Te torturan, pero es un entrenamiento”. Sirimarco dice que eso sucede en la instrucción que reciben los integrantes del Grupo Especial de Operaciones Federales (GEOF), de la Policía Federal, o del Grupo Halcón, que pertenece a la Policía Bonaerense. “Esos casos condensan, como pocos, esa visión idealizada de la labor policial y eso hace que se magnifique a tal extremo el papel del sufrimiento físico como instancia de formación, algo que seguramente no es fortuito”. Lo que se busca forjar es “el cuerpo necesario para la labor policial, donde el dolor es el umbral que hay que traspasar para adquirir la resistencia y la dureza que requiere la función”.

Carlos Rodríguez

Lo que cuentan los cadetes

El trato recibido por los cadetes en los años durante los cuales se realizó la investigación quedó reflejado en los diálogos con algunos de ellos. En esas charlas se advierte, también, el cambio en el carácter y en la visión del mundo y de la violencia.

- “Cuando vos tenés que pegar, no podés llevar escudo y bastón, te los tenés que sacar (...) Tenés que ir empujando, no pegando (...) Lo que pasa es que no lo dejás marcado, ni nada por el estilo (...) No es que vos vas y le pegás para hacerlo mierda, le pegás un golpecito (...) No es pegar. No es pegar para hacer daño, es para que retroceda. ‘Retrocedé, retrocedé’ (el aspirante hace el gesto de pegar una patada). Sí (admite que pegan patadas), pero no es para hacer daño (...) Es para reducir a una persona por medio de una psicología, digamos, diciendo: ‘Te voy a hacer mierda’.”

- “Cuando pasás corriendo al lado de un oficial o un suboficial no lo podés tocar. Tenés que pasar a una distancia de un metro, un metro y medio. Es el protocolo militar (se ríe). Una vez, dos aspirantes, mujeres, lo tocaron al instructor. Una mujer ni siquiera es aspirante (para los jefes), es ‘femenino’. A las dos que tocaron al jefe, las hicieron bailar. Y después (bailaron) a todas las mujeres. Y después, a nosotros.”

- “Cuando subo a un colectivo, lo primero que hago, por costumbre, o sea porque te lo van metiendo en la cabeza, es mirar. Subís y lo primero que hacés es mirar. Estás poniendo las monedas, como cualquier otro, pero estás mirando quién carajo está dentro del bondi. Que no haya, qué sé yo, que no esté pasando nada. Estás como en una psicosis, como decís vos. Te sentás. ¿Dónde? Atrás, porque querés mirar lo que pasa. Si voy con un amigo o con mi mujer, me dicen: ‘Che, boludo, ¿por qué mirás tanto?’.”

- “Yo tuve la etapa de nene, cuando se quiere ser policía, bombero o doctor. Después me hice rebelde, revolucionario, el Che Guevara, quería romper todo. Después, cuando pasás todo el pelotudeo, te acordás de nuevo que querías ser policía. Y después pensás que no, porque los amigos del barrio, la gente, se va a acordar que rompías vidrios, que les pegabas pelotazos a las viejas. ¿Y ahora quiere ser policía? Yo pude entrar a los 19 y entré a los 25. Cuando me decidí, te puedo decir que es como ir a decirles a tus amigos que te hiciste puto.”

- “Vos cuando sacás el arma es para matar, es la instrucción que te dan. Cuando mostrás el arma, tenés que estar dispuesto (...) Tenés que estar dispuesto a matar porque el delincuente, cuando le mostrás el arma, piensa que lo vas a matar y te va a reventar. ¿Entendés? Lo dejás herido, el delincuente te va a seguir disparando. Le pegás en una pierna, el delincuente tiene la mano para seguir disparando. Si un tipo se cae, se levanta (...) Vas a seguir disparando, no importa que tengás una bala acá (...) Vas a seguir disparando.”


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“Su máxima rostridad”

En un laboratorio dramático en Costa Rica, en 1991, un actor se levantó a multiplicar: ató a ambos extremos de unas telas que utilizaba como cuerdas a sus “padres”.

Sus “padres” quedaban a cinco metros de distancia a su derecha y a su izquierda respectivamente. El manejaba “las cuerdas”. Los padres permanecían atados por el cuello a las cuerdas. Comenzó a “tirar de las cuerdas” muy lentamente de cada lado. De modo que el “padre” y la “madre” eran atraídos hacia su cuerpo cada vez que él tiraba de las cuerdas. La lentitud era asombrosa. Los padres eran traídos muy despaciosamente hacia el cuerpo del “hijo”. Es probable que la multiplicación haya durado diez minutos. En tiempo cronológico. El tiempo de duración era imposible de evaluar. Los “cuerpos de los padres” finalmente quedaban próximos al cuerpo del hijo. Fue la multiplicación más violenta que observé en mi vida. Era la violencia de la pura imagen. La imagen misma transmitía violencia pura. Pero nada era ostensiblemente violento en la escena. La imagen distorsionada transmitía una violencia desgarradora.

Cuando le preguntaron al protagonista qué relación existía entre la multiplicación y la relación personal con sus verdaderos padres contestó: “No pensé en mis padres. Sólo en el placer que me producía en las manos el tirar de ambos extremos de la cuerda”. La tensión producía otro campo de velocidades.

El actor estaba explorando los tiempos de la creación. Lo intrínseco del proceso creativo: la máxima lentitud como máxima velocidad (Bob Wilson).

Las multiplicaciones más creativas no tratan de explicar nada ni de interpretar nada. Sólo hablan de devenires; de desbloqueos, de intensidades; de líneas de fuga; de nuevos territorios, de nuevas formas de ser en los grupos; de velocidades, de lo no inteligible, de opacidades. De afectos alegres.

Son puro devenir de experimentación. Atentos a los devenires animales.

Las multiplicaciones dramáticas son velocidades, ritmos, desbloqueos de intensidades del protagonista.

Bacon con Locche

Yo quiero una imagen muy ordenada pero quiero que venga por azar. (Francis Bacon)

Quieres que una cosa sea lo más real posible y al mismo tiempo profundamente sugestiva o que abra profundamente áreas de sensación distintas de la simple representación del objeto que pretendes hacer, ¿no consiste en eso toda arte?

¿Por qué no quiero contar una historia? No es que no quiera contar una historia pero deseo profundamente hacer lo que dijo Valéry: transmitir la sensación sin el aburrimiento de la transmisión. Y en cuanto aparece la historia y su explicación aparece el aburrimiento. (F. B.)

Considero que esta violencia de mi vida, la violencia entre la que he vivido, es diferente de la violencia de la pintura; cuando se habla de la violencia de la pintura es algo que no tiene nada que ver con la violencia de la guerra. (F. B.)

La violencia de las sugerencias dentro de una imagen misma que sólo puede transmitirse a través de la pintura. (F. B.)

Yo siempre estoy intentando romper el proceso. La mitad de mi actividad como pintor es romper lo que puedo hacer con facilidad. (F. B.)

Quería una imagen que coagulase esta sensación de dos personas realizando un tipo de acto sexual sobre la cama, pero me quedé completamente en el vacío y lo dejé todo a las pinceladas al azar que hago constantemente y entonces sí di con lo que se llama forma concreta. (F. B.)

No obtuvo con las estrías de su experiencia de su historia de recuerdos de otras historias de hombres reinventó al azar (cuerpo sin órganos) las pinceladas que lo hicieron sorprenderse. Esto se llama imaginación técnica. Existe un azar técnico. Las multiplicaciones azarosas, las no representativas, las que experimentan los nuevos sentidos y las nuevas imágenes que traen nuevos sentidos. Las puro cuerpo sin órganos son pura imaginación técnica.

En cada esquive azaroso de Nicolino Locche estaba inscripta su imaginación técnica. Pero cada esquive azaroso tiene que suspender de lado momentáneamente un “saber”. Y cada esquive azaroso está inscripto sobre una rigurosa artesanía previa.

El coordinador tiene momentáneamente que suspender su saber. En la imaginación técnica azarosa del trabajo de Bacon hay una férrea formación. Nos referimos a que las férreas formaciones a veces se oponen a los nuevos devenires. Estamos siempre en las nuevas subjetividades a producir en una heterogeneidad real.

No ser Brando

Un director debiera devenir cada vez más imperceptible, indiscernible e impersonal. Si así fuera, uno sería como la hierba creando una multitud. Su subjetividad no es él, lo que él siente, sino lo que es capaz de dejar pasar a su través. Todos los flujos e intensidades posibles. Ha suprimido de sí mismo todo lo que le impedía circular entre las cosas y crecer en medio de ellas.

Momentáneamente ha desaparecido, al permanecer allí, inmóvil. Pero cuánto movimiento debiera haber en su quietud. Para desaparecer tranquilo, tiene que haber desarrollado un estilo; haber creado su singularidad.

Dice Bernardo Bertolucci sobre la actuación de Marlon Brando en El último tango en París: “Cuanto más intenta no ser Brando, más es Brando, y más matices logra transmitir”.

Cuando Marlon Brando acude a su propio estilo, a su máxima rostridad, a su máxima singularidad, brota de él un abanico de devenires. Cada gesto, cada pausa es una pequeña usina de nuevos espacios tiempos y, paradójicamente, cuanto más lo reconocemos es cuando más ha sido capaz de desaparecer de sí mismo para devenir austeramente otros en sus líneas abstractas. Parece contradictorio: cuanto más acudo a mi propio estilo, más puedo desaparecer.

Territorios de infancia

El recuerdo realiza una territorialización de la infancia. Pero el bloque de infancia funciona de otra manera: es la única y verdadera vida del niño, es desterritorializante, se desplaza en el tiempo, con el tiempo, para reactivar los deseos y hacer que se multipliquen sus conexiones; es intensivo e incluso en las intensidades más bajas hace resurgir de ellas una alta.

El niño no deja de reterritorializarse en sus padres: es que tiene necesidad de intensidades bajas. Pero en sus actividades, como en sus pasiones, el niño es al mismo tiempo el más desterritorializado y el más desterritorializante. De esta manera forma un bloque de desterritorialización que se desplaza con el tiempo, en la línea recta del tiempo, que viene a reanimar al adulto como se reanima una marioneta y le reinyecta conexiones vivas.

Seguramente los niños no viven como nuestros recuerdos de adultos nos hacen creer, ni siquiera como ellos lo creen según sus propios recuerdos casi contemporáneos de lo que hacen. El recuerdo dice ¡madre-padre!, pero el bloque de infancia está en otro lado, en intensidades más altas que el niño compone con sus hermanos, sus amigos y sus trabajos y sus juegos y todos los personajes no familiares en los cuales desterritorializa a sus padres cada vez que puede. (Gilles Deleuze, Una literatura menor. Kafka)

Muchas veces las multiplicaciones dramáticas funcionan como bloques de infancia que se desbloquean, a través de otras facilitadoras multiplicaciones previas. La inhibición personal da lugar a una multiplicación que por su intensidad sorprende al mismo protagonista, al establecer nuevas conexiones, nuevos ritmos, nuevas potencias y nuevas composiciones con otros integrantes. Des-bloqueos de la infancia, que no tienen valor de interpretación, sino de facilitar al máximo su despliegue con sus conexiones y territorios, en el campo de la experimentación pura. Estos despliegues de bloque o segmento de infancia producen muchas veces reactivaciones de los deseos y nuevas máquinas deseantes. No es cuestión de recordar la infancia, sino de permitir desplegar el bloque en toda su intensidad.

No se trata de representar “al niño”. Es un acto de sobriedad sin recuerdo en el cual el adulto es apresado en un bloque de infancia, sin dejar de ser adulto, como el niño puede ser apresado en un bloque de adulto sin dejar de ser niño (Deleuze). Ni es tampoco un intercambio de papeles. También puede ocurrir que se evoque un recuerdo infantil y luego se despliegue un bloque de infancia inesperado e intempestivo en la multiplicación.

Descansa hijo

Descansa hijo que mereces descansar y enterrar mi cuerpo que ya huele ayúdame a morir en paz para que entonces mi voz siga hablando siempre por todos lados hacia donde a través no soy sólo tu madre madre de madres sin tiempo en tu cuerpo que fabrica mi voz en cada día en cada una de tus células.

Descansa hijo te quiero mamá aunque ya los destrozos me impidan reconocerte descansa hijo no sé si estoy arrepentido lo olvidé lo olvidé si hice bien o hice mal si pequé o soy inocente descansa hijo que yo seguiré hablando mientras pueda disculpa mamá descansa hijo. (De la obra El Cardenal, Ed. Búsqueda)

Escribo con mi cuerpo

Deleuze dice que el pensamiento comienza con un robo. El robo de la transparencia el robo de la intencionalidad robar la escena ante todo es robarle la linealidad transparencia la posesión al sujeto de un sentido.

Lo otro de la escena es el no relato de la escena lo que no puede ser apresado; no puede ser pensado y ésa es una ética, además.

Cuando escribo una obra de teatro se torna representable en realidad el personaje escrito es pura representación.

Cuando ensayo como actor exploro con mi cuerpo las diferentes velocidades y ritmos del personaje. Potencio fragmentos que descubro en la textura de la actuación. Creo que este proceso de búsqueda “opaquiza” la transparencia que posee el personaje escrito. Le robo entonces transparencia intencionalidad linealidad. Mi cuerpo a través de algún accidente (Bacon) busca lo no representable, lo “otro” de la escena.

La búsqueda es para no quedar capturado en la dimensión de la representación pura, me sumerjo en la estética de la multiplicidad. El cuerpo registra otras potencias rítmicas que desconocía cuando la escribí. Creo que cuando actúo estoy experimentando, estoy escribiendo con mi cuerpo un texto de goce.

El lugar del actor es el descubrimiento del texto de goce. No de placer.

Texto de placer: el que contenta colma, da euforia; proviene de la cultura, no rompe con ella y está ligado a una práctica confortable de la lectura. Texto de goce: el que pone en estado de pérdida, desacomoda (tal vez incluso hasta una forma de aburrimiento), hace vacilar los fundamentos históricos, culturales, psicológicos del lector, la consistencia de sus valores y de sus recuerdos pone en crisis su relación con el lenguaje: Beckett, Kafka. (Roland Barthes)

El actor extrae el texto de goce de la representación del texto de placer. Pero para descubrir el texto de goce hay que dejarse atravesar como cuerpo sin órganos. Para este trabajo hay que ser riguroso, nada se deja librado a la pura espontaneidad. Lo que surge en el escenario es un riguroso trabajo de experimentación.

Lo importante no es descubrir al personaje sino a sus diferentes devenires existenciales, arrancar del tiempo convención, del espacio convención, del tiempo homogéneo y el espacio homogéneo el espacio preextensivo, el tiempo como acontecimiento. Esto es el devenir. Lo que en la multiplicación ocurre también es el robo de la transparencia de la explicación clara, lo lineal de la historia, el relato unificado, el verosímil del paciente.

No narran

La multiplicación es rica en su molecularidad. Por su “entre”. Son los intersticios del protagonista. Sus desechos; sus voces desconocidas. Su opacidad.

Las multiplicaciones dramáticas, cuando son efímeras, son verdaderas máquinas expresivas de intensidades. Cuando no narran. Cuando no son metafóricas.

Las multiplicaciones metafóricas siempre tienen una “red” que las protege, alguna explicación que se insinúa. Están a salvo.

No están en el aire como el viaje esquizo de las multiplicaciones efímeras cuando están sostenidas sólo por sus intensidades y sus huidas. Esa huida se realiza en el mismo lugar de intensidad. Tienen poco movimiento. Son generalmente sedentarias. No narran. Son rápidas. “Sólo tiene el espacio que pisa su único punto de apoyo, es el que puede cubrir sus dos manos, así pues, mucho menos que el trapecista del music-hall a quien, por lo menos, le pusieron una red debajo.” (Franz Kafka)

Las multiplicaciones efímeras tienen la austeridad despoblada del teatro de Beckett.

Nadie imita al sujeto. Son todos diferentes devenires. Devenir niño devenir mujer devenir viejo devenir papá. Devenires que están bloqueados.

Contraste

Cuando la electricidad se introducía en la piel morena del extraño –en pleno momento de lo indecible de la gritería en aquel idioma tan horrible como incomprensible– el muchacho tenía siempre su bella erección que nunca pudo detener... aunque lo intentó...

Hubo también una primera vez recuerdo de haberse dejado caer los pantalones sus pantalones: su semen blanco sobre la piel morena la belleza blanca sobre la tez morena blanqueaba el blanco de su semen sobre el extraño hombre que no entendía y a veces hasta dejaba de gritar... por instantes incapaz de entender la ceremonia.

Nunca recuerda haber tenido erecciones tan fuertes si alguna otra vez las tuvo... no recuerda... no tiene imágenes... tal vez el diferente color de la piel... el olor... siempre quiso olvidar.

Sólo el recuerdo de la patria de la belleza apolínea... del orgullo de nación de su belleza sólo podía recordar conceptos pero la nitidez de lo otro - del semen blanco en la tez morena eso nunca lo podía olvidar... todo lo demás una nebulosa de concepto - no era... eso todo lo demás - no era no existía como imagen aquel maravilloso contacto entre su semen blanco y la tez morena - la implacabilidad del contraste ...

Hoy ese recuerdo - la nitidez - lo digo - que alguien lo comparta - que no diga nada - que no se atreva a mirarme ahora me estoy yendo... no sé bien dónde porque mi cuerpo duele tal vez menos sólo si es posible tal vez dios lo sabe sólo dios lo sabe... (Fragmento teatral inédito.)

Eduardo Pavlovsky

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El ajenjo, una bebida que conserva sus misterios y vuelve a 120 años de su auge

Un halo de misterio (verde, por supuesto, tiene que ser) abraza al ajenjo aún en nuestros días. En 1890, su momento de auge, el hada verde, bebida sensual y demoníaca, desencadenó olas de borrachera en Europa. Fue la musa inspiradora de los poetas malditos y de artistas atormentados en general. Se le atribuyeron poderes alucinógenos y hasta asesinatos. No podía terminar de otra manera: a partir de 1910, una ola de prohibición ahogó los vapores verdes del mentado licor. Pero en rigor, el ajenjo es una planta aromática, artemisia absinthium se llama, a la que le descubrieron primero facultades medicinales y luego, concatenación mágica de la historia, terminó convirtiéndose en la bebida más espirituosa entre todas. De su nombre científico el licor heredó su identidad en francés, absinthe, luego legada al inglés.

Por fortuna para los que habitamos el mundo por estos días, después de largas décadas de ausencia y prohibición, un joven resurgir, de no mucho más de cinco años, se produjo de la mano de una francesa Marie-Claude Delahaye's. Pero no es nada fácil, el ajenjo se sabe hacer desear y no se deja encontrar de buenas a primeras. Muchos nos topamos con buscadores empedernidos de ajenjo, que avanzan en una búsqueda infructuosa. Eso sí, quienes comiencen a interesarse por el encriptado universo del ajenjo, deberán tomar muy enserio un dato fundamental: tiene un 70 por ciento de graduación alcohólica.

Brebaje alucinado

"Después del primer vaso, uno ve las cosas como le gustaría que fuesen. Después del segundo, se ven cosas que no existen. Finalmente, uno acaba viendo las cosas tal como son, y eso es lo más horrible que puede ocurrir", supo escribir Oscar Wilde. Se le atribuyen al licor muchas historias famosas. Por ejemplo, se dijo que la oreja que Van Gogh se cortó fue producto de su excesiva ingesta de licor de ajenjo. Hay otras, como la que cuenta que a causa de dos medidas de ajenjo, en 1905 un campesino suizo disparó y mató a su mujer embarazada y a sus hijos de 4 y 2 años y luego intentó suicidarse con la mala suerte de fallar. A partir de semejantes historias, se gestó la ola de prohibición.

Un libro llegó a la Argentina para desmitificar un poco tanta leyenda. Se llama "Ajenjo, mito e historia", de Phil Baker. Allí apunta que uno de los datos fundamentales acerca del ajenjo es su altísima graduación alcohólica, a la que debe ser atribuido el concentrado poder de una medida y no a otra cosa. Claro que el licor de ajenjo tiene, y lo trae desde la planta, una sustancia alucinógena llamada thujone. Lo cierto es que, apunta el autor, la prohibición previno que esta bebida del demonio se popularizara y derramara su influencia de los salones burgueses a la clase trabajadora.

Hubo ley seca de ajenjo en Francia, en Inglaterra, en Suiza... el único país europeo que no tuvo veda fue España. ¿Pero por qué es tan difícil encontrar un sitio donde sirvan ajenjo en 2006?. En Inglaterra se volvió permitir en 1998, por ejemplo. Pero lo que nos interesa es Argentina: según entendido en la materia, Salvador Gargiulo, editor de Cántaro y encargado del lanzamiento del libro de Baker en Argentina, la prohibición también llegó a nuestro país a través de una disposición para el expendio de licores y bebidas alcohólicas alrededor del '30. Fue consecuencia de la veda en Francia y Suiza, porque por ese entonces Argentina importaba ajenjo francés.

Gargiulo, tuvo el privilegio de probar varios y diferentes ajenjos. Hay que apuntar que lo que hoy se vende como ajenjo no es la misma fórmula del siglo XIX. Entre otras diferencias, se venden en varias graduaciones alcohólicas, el original tenía un 70 por ciento. La versión que se arrima más a la original es la francesa La Fee Abstinthe, y se puede comprar una botella on line, cuesta alrededor de 30 euros. En el Free Shop de Río de Janeiro, hace unos siete meses Gargiulo pudo encontrar una botella de Versinthe, una muy buena presentación, (con la cucharita obligatoria incluida), para un ajenjo que no es de los mejores. Otra oportunidad para los que viajan: el free shop de Barajas (España), allí se consigue el Marí Mayans, una botella cuesta aproximadamente 15 euros.

Algunos ya lo estarán pensando, pero apuntemos: si hacer crecer en el fondo de casa una plantita de ajenjo no es tan complicado, sí lo es el acceso a la receta y sus proporciones exactas. En la web se reproducen fragmentos de una búsqueda que rinde cuentas del mito. También se puede encontrar información, aunque en inglés, en el Museo Virtual del Ajenjo y bellísimas imágenes, reproducciones de viejos afiches e ilustraciones de la Belle Epoque, publicidades y fotografías de objetos como botellas, copas y cucharas. Un tesoro para nostálgicos.

Cómo se sirve

El ajenjo tiene algo de alquimia. El licor puro es de ese característico color verde y debe servirse en una copa de base ancha, pero no se toma sólo, se le agrega agua fría. El efecto de esta mezcla es un sorprendente blanco lechoso. Hay quienes lo prefieren con azúcar. En ese caso habrá que utilizar una pequeña y original herramienta: algo así como una cucharita con orificios. Sobre ella se coloca un terrón de azúcar y recién entonces se vierte con lentitud el agua sobre el terrón, que se irá disolviendo y caerá sobre el ajenjo, a través de los agujeritos de la cuchara. Luego se revuelve y está listo para tomar. Las proporciones pueden variar, una de ajenjo y tres de agua, tal vez cuatro o incluso seis.

Como queriendo perpetuar el misterio, en Buenos Aires no se anuncia abiertamente dónde se sirve el ajenjo. Pero se consigue, un poco subrepticiamente. Habrá que acercarse a la barra de algunos bares de moda, pedirlo y ver qué pasa. Dicen que el precio no baja de los 50 pesos. La recomendación será averiguar qué ajenjo tienen. Entretanto deberemos controlar las expectativas. Tal vez no nos esté esperando el hada verde en el fondo del vaso. Gargiulo, que como dijimos antes, probó algunos de los ajenjos modelo 2000, admite que la variedad es amplia, el sabor es anisado, algunos son más amargos que otros, algunos más fuertes que otros. Engaña un poco, se siente fresco porque es frío, y dulce por el azúcar, tal vez por eso las francesas del siglo pasado lo tomaban con fruición, era una de esas bebidas que complacen el paladar de las mujeres. Es, desde luego una bebida muy potente, pero ninguna musa, dice Gargiulo, "después de tres vasos lo único que me quedó fue un mareo colosal".

María Farber

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Una especie es capaz de sobrevivir 40 millones de años sin relaciones sexuales

Un grupo internacional de científicos ha descubierto un conjunto de organismos que ha sobrevivido más de 40 millones de años sin relaciones sexuales.

En un informe publicado en la revista 'PLos Biology', el equipo, encabezado por científicos británicos e italianos, señala que su estudio desafía la presunción de que el sexo es indispensable para la diversificación de los organismos.

Además, señalan, su investigación proporciona nuevos conceptos sobre la evolución de las especies.

El estudio está centrado en rotíferos deloides, organismos microscópicos acuáticos asexuados que se multiplican mediante huevos que son clones genéticos de su madre, pues no hay padres.

Según los científicos, los registros fósiles, así como los datos moleculares, muestran que estos microorganismos surgieron hace más de 40 millones de años sin necesidad de reproducción sexual y que, desde entonces, han evolucionado y se han convertido en especies diferentes.

Según Tim Barraclough, de la División de Biología del Imperial College of London, la investigación permitió descubrir que "diferentes poblaciones de estas criaturas se han convertido en especies diferentes no sólo debido a su aislamiento, sino por presiones diferentes en ambientes distintos".

Barraclough citó el caso de dos especies de rotíferos que vivían en un organismo superior muy cerca uno del otro: uno en las patas y el otro en el pecho. Su cuerpo ha evolucionado de forma diferente para ajustarse a un hábitat diferente.

"Estas criaturas son asombrosas y su existencia pone en duda la idea de que las que son asexuadas desaparecen rápidamente. Han estado aquí durante millones de años", señaló.

EFE / 20minutos.es

Alpargatas en cruz, vaca violeta, corcho sanador...

Para el asombro, un recuento de los mitos argentinos:

Si se habla de mitos, más vale recurrir a Carl Gustav Jung. En Arquetipos e inconsciente colectivo admite que los mitos son, ante todo, "manifestaciones psíquicas que reflejan la naturaleza del alma". El discípulo de Sigmund Freud confirma, además, que la lucha contra el dragón, el respeto y el miedo a la muerte, y el renacimiento por sobre las cenizas del Fénix están entre los mitos más conocidos y comunes a todas las tribus del planeta. Quizá los argentinos -desde los porteños más urbanos hasta los gauchos más gauchos-, sólo por el afán de sorprender, puedan aportar a la mitología global su propio grano de arena. Por ejemplo: rige en las rutas argentinas la presunción de que se puede acceder a platos buenos, ricos y baratos en los restaurantes donde se ven estacionados camiones sobre la banquina cercana. Pero hay más mitos.

Sea Monkeys y mas

Los que en los años 70 observaron el lento e improbable desarrollo vital de los sea monkeys (esos supuestos minimonos acuáticos que nacerían de un prometedor polvo que estaba en un sobre para después mezclarlo con agua) fueron, por ventura, también los que oyeron -en algún sarao de adolescentes- que la combinación de una aspirina con determinada bebida cola actuaría como un formidable estimulante femenino. La misma bebida ofrecía una serie de segundas intenciones de uso: bronceaba, aflojaba las tuercas apretadas, y servía para quitar el papel engomado del parabrisas de los autos en infracción.

En esa misma época aparecía una corriente revisionista en los estudiosos, y el profesor Santiago Fernández Arlaud, autor de manuales de historia argentina de cuarto y quinto año editados por Editorial Stella, animaba a sus alumnos lasallanos a dudar de la existencia del sargento Cabral y del legendario Negro Falucho. Y cuando el sonetista Gustavo García Saraví publicó un poema que aludía a la inexistencia de Cabral, debió coprotagonizar un entredicho con un representante del Ejército. Pero, segurísimo, el historiador Félix Luna confirma la existencia del heroico Cabral: "Hay documentos que demuestran su existencia".

Contra la mufa

A fines de los años 60, exagerados o precavidos, los compañeros de trabajo de un conocido conductor televisivo no se animaban a pronunciar su verdadero nombre para no atraer la mala suerte: a sus espaldas, lo llamaban Robert Mitchum. El mito fue perdiendo fuerza.

Como aquel otro que aseguraba que, para no desencadenar una pelea, había que tratar de no regalar objetos puntiagudos. De hacerlo, el resultado sería tan trágico como comer sandía acompañada de vino; a los 77 años, el ex rematador René Fossatti conserva un cuaderno de infancia en el que anotó la experiencia de haber invitado a un vagabundo con esta mezcla supuestamente explosiva. No tuvo mucho para contar, por suerte. En esos mismos apuntes recuerda cómo los padres obligaban a los chicos a dormir la siesta porque, si no, aparecería una criatura llamada la Solapa y se los llevaría.

El mundillo del espectáculo todavía conserva otro mito: para neutralizar el efecto de la mala suerte, habrá que mencionar a Pugliese, y listo. Los conductores de autos, en cambio, atan una cinta roja a unos centímetros de la patente para protegerse en la vía pública.

La vaca intoxicada

En los años 80, en tanto, se instaló la duda acerca de si se había pintado o no una vaca con los colores blanco y violeta de la etiqueta de un conocido chocolate. Una corriente de opinión sostenía que la vaca había sido pintada e intoxicada. Otra, que se trataba de un truco fotográfico, ayudado por computadoras.

Y en momentos difíciles de cualquier década, alguno que otro echará mano, con seguridad, del vinagre. Y no sólo para preparar ensaladas, sino también para limpiar las malas vibraciones en negocios, hogares, y para evitar la pediculosis. Y los corchos de botellas, con sus propiedades terapéuticas, son un complemento perfecto: llevarlos en el bolsillo aseguraría la eliminación de calambres y dolores de huesos.

La gente de campo ha contribuido a la conformación de un compendio mitológico. Abundan ejemplos en El mito, la leyenda y el hombre, de Félix Molina Téllez: la higuera sólo florece a medianoche en Navidad, con una sola flor blanca; si se cultivan hortensias en las casas, las chicas se quedan solteras; la flor de la magnolia, si se la corta, trae mala suerte para los de la casa; si el arroz se derrama en la mesa, es buena suerte, pero si se derrama la sal... tragedia (aunque, se sabe, hay que tirar un puñado hacia atrás, sobre el hombro, y el efecto queda neutralizado). Todo, parte de la religión o de la cencia gaucha que fue gestándose en madrugadas de mate y que asegura que, cuando los perros ladran de noche, un santo remedio es poner las alpargatas en forma de cruz. Y nada como clavar un cuchillo en la tierra para desviar una tormenta.

Alejandro Schang Viton

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