miércoles, 27 de febrero de 2008

Géminis, de Albertina Carri se proyecta en la Unidad Penal Nº 3 de mujeres

Vestida como un muchachito que va a jugar al fútbol, Claudia se despegó de las piernas de su novia de un salto para hacer oír su acuerdo. “¡Bien por eso!”, gritó y despreció el micrófono que de todos modos deformaba las voces en el Salón de Usos Múltiples del penal de mujeres de Ezeiza. “Yo quiero que me escuchen así”, dijo, parándose frente a Albertina Carri y Cristina Banegas, directora y actriz de Géminis, la película que se acababa de proyectar. “El amor no es malo. Lo que pasa es que la gente piensa mucho en la sociedad, y no es así, hay que vivir la vida como uno la siente”, agregó gesticulando como si desafiara, los hombros cerca de la cara, los brazos colgando como de una percha. Después volvió con su chica, tan rubia como lo permite el agua oxigenada, envuelta en un buzo rosa, del mismo color del chicle que mascaba. “¿Y qué?, ¿a mí no me aplauden?”, exigió Claudia, ya fundida en el mismo abrazo salpicado de piquitos que la había contenido durante toda la película. Es que ella había aplaudido a rabiar cuando Carri buscó una palabra correcta para definir oligarquía y encontró “careta”. “Una sociedad careta atenta a lo superficial y que no puede mirar a su propia cría”, dijo tocándose apenas los rulos de su cabeza para sellar así una complicidad con el auditorio que fue forjándose a lo largo de la proyección. Algo del orden del alivio sacudió entonces esa sala inhóspita para el cine, con la luz de un día de perros colándose por los ladrillos de vidrio y un viento que a mitad de octubre todavía era helado que no dejaba de soplar aun dentro de los muros de la sala. En definitiva, autora y espectadoras se habían entendido perfectamente. Aun cuando las risas sonaran disonantes en el tramo más dramático de la película y hasta se hayan permitido un aplauso para saludar una escena de amor y sexo desesperado entre dos hermanos tan lindos como chiquitos, tan autosuficientes como abandonados en su cuna de diseño y baños con jacuzzi. Ellos hacían lo que querían o lo que podían. En la pantalla, ellos lo hacían y las mujeres en el mismo gimnasio donde se reciben las visitas y se inventan refugios para el amor expropiado por el encierro, festejaron. Ni una sola vez el espanto frente a dos hermanos que se aman y se buscan y se encuentran. Apenas la sorna para esa madre que en la ficción ordena a la familia como objetos que embellecen su propia ficción dentro de la pantalla. A esa gesticulación de madre bien montada para la vista le dedicaron la risa como una revancha, justo en la parte en que otros espectadores –esta misma cronista– apenas pueden contener la angustia de enfrentarse con lo que estaba destinado a quedar oculto.

Algo saben estas mujeres, supo Albertina Carri, que dieron vuelta su guión con sus exclamaciones para devolvérselo sintentizado: una historia de amor que arrasa a la hipocresía hasta dejarla balbuceante, perdida en su propio juego de formas que enmascaran el deseo. De eso y no de otra cosa se trataba el alivio. El incesto era una anécdota útil y todas podrían contar la propia rescatando el jugo de la historia.

“A mí nunca me gustaron los caballos”, dice la madre de Géminis, el personaje de Cristina Banegas, cuando ha perdido sus máscaras y hasta puede despreciar las idas al campo, refugio de familias bien constituidas y mejor alimentadas. “Nosotras siempre somos coaccionadas por la sociedad, a veces estamos en la cárcel por eso”, dijo una mujer con intenciones de lucir un vocabulario que se escapaba de las pocas palabras del encierro y que sin embargo provocó el comentario de la jefa de Educación: “Cárcel, qué feo que queda”. Se le podrá decir de muchas maneras, pero la película se dio en la cárcel y los eufemismos no tuvieron lugar después de una proyección que contó con el silencio de las presas y el murmullo de las uniformadas que cada tanto caminaban por la sala gritando un nombre para recordar, como si fuera necesario, que esto no es un cine y que las urgencias de la vida intramuros no pueden esperar a que una película termine.

Las presas, sin embargo, dejaron en suspenso su devenir cotidiano para no perderse esta chance de espiar la calle o lo que en ella sucede. Después, cuando esa mujer diminuta de sonrisa que encandila se mezcló entre las internas para dejarse llamar Betina en lugar de Albertina y volver a escuchar con otras palabras que el amor tiene sus propias reglas y que esas reglas no responden a una clase social o a otra, supo de qué se trataba esa inversión: mujeres que desafiaron las reglas para sobrevivir, adentro aceptan ser tratadas como niñas sin albedrío para lo mismo y un poco más, para agradar, para ser aceptadas. ¿Cómo no iban a disfrutar entonces de una ficción que se lleva puesta la ficción cotidiana de lo que se debe y cómo se debe?

“Con esta película quedó demostrado que acá tienen derecho a ver lo mismo que se ve en el mundo libre”, dijo el director del penal para cerrar el acto dejando en claro que ésa no es la moneda corriente. Podría una preguntarse cuál es el mundo libre, pero eso sería entrar en otra ficción. Una de esas que acá, en este helado Salón de Usos Múltiples, las internas saben cómo dejar expuesta.

Géminis, de Albertina Carri, es la segunda película que se proyecta en la Unidad Penal Nº 3 de mujeres en el marco del ciclo de cine en cárceles organizados por el Ministerio de Justicia, el Incaa y la asociación Por la Vuelta Clara que busca dar herramientas para las mujeres que recuperan la libertad.

Marta Dillon

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