martes, 6 de marzo de 2007

Olga Román: esta boca es mía

Olga Román. Ese es su nombre. Corto, disimulado en un juego de letras que cada vez que se repite fascina a quien lo escucha. Olga, la voz, la mujer a la que Joaquín Sabina dice aplaudir de rodillas.

¿Casual? No, no resulta casual que su nombre, como el de sus cinco hermanas, invite a repetirlo como si fuera un trabalenguas, aquello a lo que jugaba de chica. Olga es la segunda de seis hijas mujeres. "La primera es Roser, Rosario en catalán -aclara-. Le sigo yo y luego vienen Marta, Ana, Nidia. -se detiene y agrega-. Ya aquí formamos Román. Después llegó Paula." Como en el scrabble, las iniciales de los primeros cinco nombres se transforman en las fichas que permiten formar el apellido familiar. "No fue premeditado. Mis padres lo descubrieron cuando ya iban por la M."

Nació y se crió en Madrid. Hasta los seis años vivió en la casa de Josefa, su abuela materna, y de la hermana de su abuela, la tía Matilde. "Mi abuela era todo un personaje, murió a los 103 años en 2001. Vivió en tres siglos diferentes - dice-. Fue una abuela poco amorosa. Sus bisnietos la llamaban Pepa, era más lindo ¿no? Su madre vino de Cuba, de Cienfuegos, para mí saber de esto fue una sorpresa maravillosa."

En la casa de Josefa, la pequeña Olga veía cómo los dedos de tía Matilde se multiplicaban en el teclado de un viejo piano. "No llegó a ser pianista profesional, no sé por qué, tal vez por la época en que le tocó vivir. Tocaba mucho, lo disfrutaba -recuerda-, pero yo nunca toqué el piano con ella, ni siquiera hice música en esa casa."

Lo piensa y confiesa que le resulta extraño el no haberse sentado frente a ese teclado sin siquiera haber acompañado a su tía abuela en alguna que otra melodía. Porque la música ya vivía en Olga. Estaba en sus juegos, en las historias que creaba, en los sonidos y en los golpes de sus manos en el cuerpo. Quizá por ello no les sorprendió a sus padres que la profesora de música de la escuela se fijara en ella y hablara con su mamá para que la llevara a la academia que dirigía. "Tenía 6 años y por aquel entonces la situación económica en casa no era del todo buena. Mi madre le dijo que le era imposible costear la academia -cuenta-. Lo que yo no sabía y me enteré recién hace tres años es que la profesora me becó." Esa mujer se llamaba Conchita Sannuy.

-Pero ¿por qué no te contaron lo de la beca?
-Mi madre es un poco despistada y te cuenta las cosas a cuentagotas. Quizá aparece un día y te dice algo que ocurrió hace años, como si nada. Cuando le pregunté por qué no me había hablado acerca de la beca, simplemente respondió: "Pues ahora lo sabes".

Danzas, juegos, instrumentos de percusión, flauta dulce, piano clásico. Así se acercó a la música, a ese mundo que no abandonaría nunca, pero que hasta los 12 años le parecía lejano e impersonal. "Fue a esa edad que decidí comprarme una guitarra española. Lo hice para acompañarme, para poder sacar canciones, sola, en mi habitación. Había dos músicas: la clásica, la de estudio, la formal, y la otra, la que estaba en mi cuarto, conmigo, tratando de darles forma a las canciones de los Beatles, de Serrat. La que me acompañaba."

Ese acompañar, en una intimidad casi imaginaria, la empujó a descubrir otras músicas, sonidos, voces, canciones. "Tenía 13, 14 años, cuando oí por primera vez a Ella Fitzgerald. Recuerdo escucharla en un pequeño grabador que pegaba en mi oreja a la hora de dormir. Estaba la almohada, el grabador y mi oído. Lo hacía así para no molestar a mis otras hermanas que dormían en el mismo cuarto."

En esas noches, Olga, a pesar de no estar sola en su habitación, conseguía cierta intimidad, una conexión entre lo que escuchaba y lo que su cuerpo sentía. "Soy curiosa, siempre lo fui, me encantaba eso del descubrimiento, ese cosquilleo."

En la España aún franquista, Olga saciaba esa sed como podía. "Era una época en la que había poca televisión -comenta-, no llegaba nada de afuera y sólo teníamos dos canales. La programación empezaba a las 17, con la imagen de la señal y música de fondo. En el diario nos informábamos de lo que íbamos a escuchar, así que ya media hora antes estaba lista frente al televisor para pegar mi grabador al parlante. Era un momento sagrado. Mis hermanas tenían que hacer silencio."

A Olga nunca le quedó muy en claro por qué sus hermanas permanecían allí, en la sala, cerca del televisor, jugando en voz baja por su pedido de silencio. "Siempre fui muy mandona y determinante. En casa, cuando jugábamos a dar misa, yo era el cura, me encantaba sermonear."

The Beatles, Fitzgerald, Elis Regina. "Uh! Cuando di con Regina fue tan fuerte, no podía entender esa manera de cantar tan visceral. Me dije: "Por Dios, qué le pasa". Es maravilloso ese estado de juventud en el que necesitas dar con cosas nuevas, que te muevan, que te penetren. Es como estar en trance, un estado puro, hasta adictivo."

Busco mi destino

Ese estado, de buscar, de sentir cosas nuevas, fue el que llevó a esta madrileña de cabellos ensortijados y ojos azules a pedir una beca, a los 20 años, al prestigioso Berklee College of Music de Boston, en Estados Unidos. Recién comenzaba la década del 80 cuando Olga supo definitivamente que la música era su vida. Siempre estuvo allí, pero no se animaba a dar el primer paso, hasta que Luis Eduardo Aute la llamó para grabar el disco en vivo Entre amigos (1983). "De repente estaba allí con Joan Manuel Serrat, Pablo Milanés, Silvio Rodríguez. Y yo ahí, con 18 años, cantando y a punto de reafirmar que la música era mi vida."

Acompañó a Aute en giras y participó en otro de sus discos, Cuerpo a Cuerpo (1984). Hasta que armó las valijas y partió rumbo a Boston. Le habían otorgado la beca. "Necesitaba saber más, volver a estudiar música, porque cuando empecé a dedicarme a cantar profesionalmente dejé los instrumentos de lado y sinceramente es una de las cosas que más pena me ha dado -asegura-. Allí me dediqué a experimentar, formé parte de varios grupos y me movía por distintos ritmos. Podía hacer lo que quería porque no tenía que darle explicaciones a nadie, y era el momento para no hacer nada coherente. Hasta me animé a armar el Olga Román Quartet (con el que se presentó en el Montreal Jazz Festival). Fui muy feliz, fue una época de aprendizaje, en lo musical y en la vida misma."

Debieron pasar ocho años antes de que Olga retornara a Madrid. Estaba lista para encarar un proyecto propio, hasta que Joaquín Sabina reapareció en su vida. "Prácticamente me secuestró, porque estuvimos cuatro años entre giras y grabaciones. Recién cuando paró para grabar con Fito Páez encontré mi tiempo. Me puse a componer e hice mi primer disco solista, Vueltas y vueltas (2001) y Joaquín volvió, para más giras, otras grabaciones y así pasaron otros tantos años."

No le pesa que su nombre aparezca con el título de "la voz femenina de Sabina", la mujer que desde 1993 lo acompaña en los escenarios. "Yo sé que si no estuviera con Joaquín hubiera sido mucho más complicado que me conocieran, que se abrieran ciertas puertas."

Entre gira y gira, de las interminables fechas del cantante jaenés en su regreso a los escenarios porteños, la mujer de cabellos ensortijados y ojos azules también hizo lo suyo con sus canciones y su música. En un teatro, lejos de la calle Corrientes, en dos funciones, cantó y disfrutó, y se emocionó con cada uno de los temas de Olga Román 2, el disco que acaba de editar en la Argentina. "He dejado de burlarme del tiempo, de reírme del amor, he dejado a un lado mis hazañas, ahora cuido las palabras, lo que hago y lo siento. He dejado de esperar eternamente." canta en Ahora ya ves.

Fabiana Scherer

De rodillas, por Joaquin Sabina: ¿Olga Román? Pregúntale a cualquiera que no venere el cielo de su boca de su desván, pomelo con caderas del dulce desconsuelo que provoca cuando en plazas de toros imposibles pega su voz a mí como una lapa. Sus coros rompen techos y fusibles y el don de su despecho se destapa. Su bola de cristal llena de dientes. Es un peligro para las morenas. Tontas de la ton tómbola amarilla. ¿Olga Román? No ejerzo de vidente pero poned su charme en las antenas y yo estaré aplaudiendo de rodillas.

Y nos dieron las tantas, por Olga Roman: Conocí a Joaquín en un bar de Vallecas cuando yo tenía 20 años. No sé cuánto tiempo hablamos, ni de qué. Pero recuerdo sentirme muy cómoda y por sobre todo entendida en una época en la que yo era tremendamente tímida. Me fui a vivir a Boston por unos meses y me quedé ocho años. Cuando regresé a Madrid me llamó Joaquín para grabar en su nuevo disco, Esta boca es mía. Era la segunda vez que nos veíamos. ¡Llevo buscándote ocho años! ¿Hasta qué hora te puedes quedar?, me dijo en Cinearte. Hasta un poco antes de que cierren el metro, respondí. Y sacó un billete de cinco mil pesetas del bolsillo: así fui arrebatada para que me quedara hasta las tantas y me fuera en taxi. Empezamos a grabar El bulevar de los sueños rotos y toda la pasión que Joaquín había puesto en el encuentro estaba su manera de decir las cosas. Nos entendíamos. Joaquín necesita apasionarse, emocionarse con cada cosa que hace, y a mí siempre me contagia su emoción. Yo me dejo llevar y le sigo. Y disfrutamos cantando juntos. Así es en el estudio y en el escenario, donde, además, es muy generoso y comparte y te hace compartir el espacio, el foco, el público, todo. Después de todos estos años, me sigo sintiendo muy a gusto cantando con él. Joaquín es lo que es. Llega a la gente porque es de verdad. En todo este tiempo con él he aprendido muchas cosas, pero sobre todo, aprendí sobre la vida y sobre mí misma.

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1 comentario:

Sara dijo...

Me ha encantado la entrevista a Olga roman, tenía ganas de saber más sobre ella. La verdad me ha parecido una chica de lo más normal. Estoy muy orgullosa de poder escuchar a Olga. Desde antes de nacer mi madre me ponía sus canciones con Luis Eduardo Aute, los cascos con mucha voz, luego a Sabina y ahora ahorré y tengo sus 2 discos "Vueltas y Vueltas" y "Vueltas y Vueltas 2". El sueño de mi vida es poder por fin conocerla, en algún bar, algún programa o donde sea para poder darle las grácias por habernos regalado su voz, y su dulce interior, y también por haberme contagiado más de una sonrisa cuando no tenía demasiados motivos para hacerlo. Si Olguita lo lee y no le importa o alguien me puede ayudar, lloraría de emoción. Un abrazo muy fuerte y de verdad, ojalá se cumpla mi sueño y se lo pueda dar en persona.