domingo, 28 de septiembre de 2008

Haciendo cola

Si esta historia fuera una película, seguramente comenzaría en un laboratorio. Apenas iluminado por la luz mortecina de una bombita de 25 watts, la primera toma mostraría a un científico enfundado en su guardapolvo blanco en el preciso instante en que descubre, por accidente, una valiosísima fórmula secreta. Casi como si hubiera dado con la piedra filosofal del siglo XX, aunque en este caso, en vez de transmutar el plomo en oro, lograra convertir el agua en (algo similar a la) Coca-Cola. Sin embargo, la historia es real y su protagonista se llama Saúl Patrich, el creador de la bebida argentina más popular de los años ‘60: la Refres-Cola.

Eureka: un hallazgo accidental

En 1948, Patrich era un técnico químico especializado en bromatología que, pese a sus escasos 22 años, ya había trabajado para diversas firmas elaboradoras de bebidas como asesor y degustador profesional. Esta experiencia le había permitido desarrollar un “paladar absoluto” y con sólo probar un sorbo era capaz de detectar sus componentes. Tal vez por eso los dueños de Fernet Leocatta, para quienes trabajaba, acudieron a él como su última salvación: su Fernet era un fracaso, pero un distribuidor se había comprometido a comprarles toda la producción si cambiaban de rubro y lograban una imitación de un conocido amargo serrano. “¿Usted puede hacerlo?”, le preguntaron a Patrich, y de inmediato le extendieron un vaso con el producto a emular. El joven técnico hizo un buche y dejó que el líquido recorriera su boca para estimular las papilas gustativas, sopesó sus componentes, realizó unos cálculos mentales, tragó y respondió: “Dénme una semana”.

Luego visitó una herboristería y compró todo tipo de hierbas, las llevó a su laboratorio, las trituró, las maceró en alcohol y elaboró ocho muestras distintas. De una de ellas derivaría el amargo serrano que le habían solicitado y las siete restantes serían descartadas. Pero sucedió algo inesperado: “En la prueba número 6 encontré una pista —recuerda como si narrara una investigación detectivesca—. Al principio no sabía adónde me iba a llevar, aunque intuí que podía ser algo grande; así que me dediqué día y noche a experimentar con esa muestra para ver si podía dar con la clave de ese gusto tan extraño”. Y si bien a él mismo le costaría creerlo, esa pesquisa resultó clave para acercarse al sabor de aquella gaseosa de color negro y nombre raro originaria de los Estados Unidos.

Seis años antes, el lunes 3 de agosto de 1942, Coca-Cola había llegado al país y su primer aviso publicitario se difundía en los principales diarios a página completa. “Usted no olvidará jamás la inefable sensación de frescura y exquisito sabor de Coca-Cola”, decía el spot, pero a la vez advertía: “Eso sí, pídala siempre ¡bien helada!”. Hasta ese momento, el mercado de las gaseosas estaba dominado por Bilz, Pomona y Crush, los chicos tomaban chocolatada Vascolet y deportistas como Juan Manuel Fangio y el futbolista Vicente de la Mata recomendaban Kero, una bebida nutritiva “rica en dextrosa (sic)”.

Para imponerse en el gusto popular, Coca-Cola desplegó una enorme campaña publicitaria que aún continuaba seis años después de su arribo a estas tierras, y de ese modo llegó a manos de quien desentrañaría su preciado secreto: “Una tarde encontré un camión gigante de Coca-Cola en la esquina de casa, en Beiró y Bermúdez”, rememora Patrich, y agrega con una sonrisa: “Había dos chicas lindísimas: una rubia y una morocha repartiendo botellitas. Como no me podía decidir, le pedí una a cada una”. Apenas entró a su hogar, el químico destapó uno de los envases y probó su contenido. “No está mal”, pensó. Era un gusto nuevo, absolutamente original. Guardó la segunda botella y sólo la retiró días más tarde, para llevarla a su precario laboratorio en la fábrica Leocatta y cotejar su contenido con los resultados de su experimento número 6. Allí trabajó día y noche, haciendo innumerables pruebas hasta dar con la fórmula. “Era medianoche —señala don Saúl—, pesé cada hierba por separado en la balanza de precisión y anoté cuidadosamente las cantidades. Luego hice un jarabe con 50 gramos de azúcar, y le agregué acidez tartárica. Mezclé todo, lo diluí con agua y lo probé, lo comparé con la Coca-Cola y grité: ‘¡Lo tengo!’”.

La batalla por el nombre

Al poco tiempo, Patrich dejó su puesto en la firma Leocatta y abrió su propia fábrica... en los dos metros cuadrados que abarcaba el patio trasero de su casa. Allí ajustó su fórmula y preparó varias jarras que dio a probar entre familiares y vecinos.

-Es muy bueno. ¿Cómo se llama? -le preguntaban.

-Refres-Cola -respondía, con el pecho henchido de orgullo.

No obstante, pronto se toparía con un problema. “Yo quería registrar el nombre ‘Refres’ porque consideraba que ‘Cola’ era de uso genérico, pero Coca-Cola se oponía”, afirma. Claro que eso no lo amedrentó, todo lo contrario; y se puso a investigar a su contrincante. “Las bebidas cola son ácidas, y la acidez puede ser cítrica o tartárica, aunque en el caso de la Coca-Cola no detectaba ninguna de las dos”, explica el técnico, a quien le llevó tres años resolver el misterio: “Un día se me ocurrió consultar el código bromatológico de Estados Unidos y vi que ahí estaba permitido el ácido fosfórico. Entonces hice nuevas pruebas y descubrí que ésa era la sustancia responsable de la acidez de la Coca-Cola”.

Con ese dato, descubierto en los fondos de una modesta casa de Devoto, le inició juicio a una de las compañías más grandes del mundo: “Mi argumento era que la marca estaba mal concedida, porque ellos utilizaban ácido fosfórico, que en ese entonces no estaba habilitado por el código bromatológico de nuestro país”. Y debió ser un argumento de peso porque los abogados de Coca-Cola le propusieron llegar a un acuerdo para evitar el juicio. Así, la palabra “Cola” pasó a ser de uso genérico y pudo ser utilizada por otras bebidas.

Los duros inicios

Patrich había ganado la batalla por el nombre, pero ahora tenía que convertirlo en una marca reconocida. Para empezar, la Refres-Cola no era una gaseosa sino un jarabe concentrado listo para ser diluido con soda. De hecho, su etiqueta mostraba una familia tipo con el padre en el acto de accionar un sifón. Sus ventajas consistían en que podía ser utilizada mucho después de abierto el envase, sin perder sus cualidades, y que cada persona podía regular la intensidad del sabor a su gusto, como una gaseosa bajo el concepto “hágalo usted mismo”. Aunque su principal atributo era económico, como proclamaba uno de sus slogans: “Con una botella sola / 40 vasos de Refres-Cola”. Es decir que rendía casi 10 litros por botella. “Y aparte era más saludable -añade don Saúl- porque no contenía ácido fosfórico ni cafeína, que son las sustancias más cuestionadas de la Coca-Cola.” Pese a todo esto, no le fue sencillo imponer una bebida elaborada en el patio de su casa, con una cuba de madera de 200 litros sin bombeador ni filtro, y cuyas botellas eran llenadas, etiquetadas y encorchadas a mano, una por una, por el propio Patrich y sus hermanos.

El primer almacén que exhibió la Refres-Cola estaba en Canning y Warnes. El químico hacía el reparto a bordo del colectivo 124. “Cuando llegaba al comercio dejaba los cajones afuera, me asomaba y gritaba: ‘¡Un cajón de Refres-Cola!’. El dueño me pedía que lo bajara como si tuviera el transporte estacionado en la puerta. Entonces yo salía, esperaba un poco, y volvía a entrar con el cajón”, recuerda risueño. Luego alquiló una camioneta con chofer una vez por semana. La Refres-Cola empezó a ganar clientes y su dueño, dolores de espalda, por cargar los 12 kilos que pesaba cada cajón. Ese moderado éxito lo obligó a trasladar la “fábrica”: tras compartir una planta con otra firma en Haedo, tuvo su primera sede propia en un modesto galpón de Navarro al 4547, equipado con una llenadora de seis picos, una encorchadora manual, una bomba y un filtrador. Las ventas crecieron bastante, pero después se estancaron. Sin embargo, a Patrich le aguardaba un inesperado golpe de suerte.

El enigmatico senor Pollak

Una tarde de 1955, el técnico recibió la visita de un desconocido que se presentó como León Pollak, quien le ofreció comprar toda su producción para ser su representante exclusivo.

-¿Pero usted sabe cuál es nuestra producción? -le preguntó Patrich.

-No, pero eso es un detalle menor -contestó Pollak en tono despectivo.

El dueño rechazó la oferta. No obstante, días más tarde, recibió un llamado de Raúl Pereyra, director de la agencia de publicidad Naype: Pollak le había encargado una gigantesca campaña publicitaria para difundir la Refres-Cola y él había preparado afiches para vía pública y tenía reservados espacios en diarios, revistas y radios. Pero Pollak había desaparecido y la agencia quería saber cómo recuperar el dinero invertido. “Lo lamento —se excusó Patrich—. Yo tengo una pequeña fábrica y no puedo afrontar semejante gasto.” Entonces Pereyra le propuso un pacto de caballeros: él asumiría la inversión y si la campaña daba resultado, se cobraría los costos de las ganancias. En cambio, si fracasaba, el químico no tendría que pagar nada.

El slogan ideado por la agencia destacaba la principal virtud de la bebida, era efectivo y hasta admitía cierta belleza poética: “Haga cola con Refres-Cola... y verá que resulta más”. A las semanas, esa frase empapelaba las paredes de Buenos Aires, se leía en los laterales de los tranvías, en las páginas de los diarios y se escuchaba en forma de jingle por las principales radios. La repercusión fue descomunal y la capacidad productiva de la modesta sede de la calle Navarro se vio rápidamente desbordada. “Recibimos tantos pedidos que los camioneros se llevaban las botellas sin etiquetar y pegaban las etiquetas en el camino”, rememora don Saúl.

Auge y caida

Dos años después de esa campaña, el 12 de octubre de 1957, quedó inaugurada la nueva fábrica de Refres-Cola: una planta modelo totalmente automatizada que ocupaba una manzana completa de Ciudadela; y con ella comenzó la edad dorada de la bebida, que se extendió desde fines de los ‘50 hasta principios de los ‘70. De Rivadavia 12120 partían 20 camiones por día a las órdenes de las 28 distribuidoras que hacían llegar la Refres-Cola a todo el país. Los salones de fiestas encargaban damajuanas para preparar sus propias jarras de gaseosa y hasta hubo un pedido de Aerolíneas Argentinas, que en uno de sus vuelos convidó a sus pasajeros con la cola nacional. “Pero se ve que no prosperó porque no volvieron a pedirla”, dice Patrich.

Durante los ‘60, Refres-Cola fue un habitual auspiciante de programas de radio y televisión. Su repercusión fue tal que los memoriosos aún recuerdan el rumor que afirmaba que la bebida había sido un invento de Juan Domingo Perón para amargarle la vida a los capitales foráneos, versión que el técnico desmiente a carcajadas.

Sergio Núñez y Ariel Idez

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Lo habíamos amado tanto

Como ballenas que se acercan a morir en la playa, quienes fuman se arrojan sobre las sillas que los bares les disponen en las veredas. Se los puede observar de cerca, están en exposición, ellos y ellas igualados por el destierro, boqueando cuando antes daban bocanadas, ejecutando ante el público su debilidad, un vicio de inseguros, autodestructores, hervidero del mal aliento y las manchas amarillas, conocido hasta hace muy poco como el supremo arte de fumar.

Dicen quienes ponen en números la realidad que en el año 2000 ya había en el mundo unos 1100 millones de estas personas –tres hombres por cada mujer–. Ahora, que deben ser más, resulta muy fácil imaginarlos a todos por las calles de China –el país que lleva el record con 340 millones de fumadores–, Estados Unidos, Europa y desde hace poco también Buenos Aires, deambulando sin techo, expulsados de sus oficinas y otros lugares que se volvieron santos. Las personas que fuman se volvieron homeless por gracia de una conciencia saludable, pariente cercana de aquella otra que quemó brujas a las que luego consultó, mandó a la basura al aceite de oliva por venenoso y luego lo colocó en el estante principal de la dieta mediterránea.

Una breve historia del tabaco –la que compilan Sander Gilman y Zhou Xun en un libro llamado Humo (Paidós)– registra que a esta sustancia, y sobre todo al acto de fumar, siempre les tocó caminar por la delgada línea que divide el bien y el mal.

Los europeos lo descubrieron en el primer viaje de Colón y enseguida lo adoptaron mientras le atribuían propiedades curativas. En 1571 un reconocido médico de Sevilla proclamaba que esta “hierba santa” curaba molestias y expulsaba males, y que si bien generaba haraganería e indolencia en los nativos de América, en los cristianos se mostraba propicia nada menos que para dar alivio a la sífilis. Sífilis y humo, bien avenido matrimonio de placer y alevosía.

El cigarrillo, por el humo muere

El conde Corti, en su libro A History of Smoking (1931), cita una anécdota que sella esta sumisión del arte de fumar –como todo arte del placer– a los caprichos de la cultura: “Rodrigo de Xeres volvió a España para hacer una demostración pública del acto de fumar, sacando rédito de su descubrimiento personal; acto con entrada gratuita y a la luz del día. Sucedió allá en Ayamonte ya hace mucho tiempo, pero los vecinos de Rodrigo aún no lo han olvidado. Después de ver al bueno de Xeres echando humo por sus orificios, sin quemarse, se convencieron de que el Diablo había tomado posesión de su cuerpo. El cura de la parroquia lo denunció al Santo Oficio, y fue sentenciado a pasar varios años en una cárcel de Sevilla. Cuando volvió a casa se encontró con que todos sus paisanos fumaban. Y sin que se les impusieran penitencias en la penitenciaría. Eso es fumar y guardar la forma. O, por otro lado, una metáfora sobre los hombres y las modas”.

La liviandad con que se considera al acto de fumar como dios y demonio alternativamente justificaría un epitafio o una elegía, ahora que está pasando por el peor momento de su historia, apenas equiparable a la Ley Seca que su compañero el alcohol también supo soportar.

Pero ¿con qué palabras componer la elegía de un asesino que acorrala a sus víctimas con deseo y luego las sorprende con cáncer de pulmón?

Los que hablan con cifras dicen que en Estados Unidos el cigarrillo se lleva a la tumba a 500.000 personas cada año y un estudio reciente en China sugiere que hasta un tercio de los adultos morirá antes de que le llegue la hora, a causa del tabaco...

En los últimos doscientos años, se produjeron muchos epitafios con los que se podría armar una historia de la literatura que teme quedarse sin cigarrillos. La ficción adicta se dedicó a incluir el rito en sus mejores personajes: Conan Doyle lo asoció con ingenio y capacidad de deducción, Tolkien les adjudicó a los hobbits el descubrimiento de la hoja y la invención de la costumbre, Lewis Carroll permitió que la Oruga fumara delante de Alicia y el pionero inglés, Walter Raleigh que llevó el pecado a su país en el siglo XVI, enfrentó el cadalso con una pipa en la mano. Hoy se pondría en duda si lo mató el suplicio o la adicción.

Porque ahora las cosas han cambiado. El estigma de asesino que se saldaba con el concepto de la libertad individual para arruinarse la vida se eclipsa con la prueba de que quien fuma se mata y mata al prójimo. “Por desgracia, inhalar el humo que se genera al quemar la planta no les hace bien a los pulmones. El humo del tabaco contiene monóxido de carbono que al absorberse perjudica la capacidad de sangre para transportar oxígeno”, dice una de las autoras de Humo. Este es el veredicto y ya no es la nicotina sino el humo el acusado. Y con el humo, el espíritu que hizo del fumar uno de los hábitos más significativos, queda puesto en jaque. Sus cultores –que aún recuerdan al hombre de Marlboro, a George Sand con pantalones y acodada en el piano de Chopin, a Lauren Bacall, Rita Hayworth, Bette Davis– quedaron reducidos a un vademécum, definidos tan sólo por su patología.

Has recorrido un largo camino

Si una voz se dispone a llorar por la muerte de este perverso amigo, debería ser una voz de mujer, ya que la voluta de humo la acompañó en luchas y disgustos colaborando con ella para que se librara sin perder estilo de la dominación que ya sabemos. De hecho, en su trayectoria tan leve como circular podría leerse aunque irritara a los ojos, la condición femenina a lo largo de los últimos siglos.

Cuando en el siglo XIX comenzaba a crecer el consumo masivo del tabaco, los publicistas eligieron a la mujer como señuelo. Fumar, asunto de hombres, como las prostitutas, las palabrotas y el juego, era sinónimo de poseer a alguna de las lánguidas vampiresas que diseñaba Mucha y dibujaba Job en sus carteles. Los pintores tomaron al cigarrillo como símbolo fálico mientras que poetas y novelistas equipararon el humo con el género femenino. Rudyard Kipling hablaba de sus cigarrillos como “un harén de bellezas morenas atadas de a cincuenta”.

Poco antes de llegar al siglo XX, las mujeres que fumaban estaban repartidas en dos categorías: la mala mujer y la nueva mujer, esta última caricaturizada como hombruna y patotera. En los cuadros de Van Gogh o de Monet las fumadoras aparecen melancólicas y deprimidas, muy probablemente por estar descuidando a sus hijos y metiéndose en asuntos que no les corresponden. Carmen de Merimée popularizó el fumar como atributo de la mujer fatal, así como Naná, la prostituta de Zola “armaba cigarrillos todo el tiempo y se hamacaba en su sillón al fumarlos”. Ambas con final trágico aunque sus muertes no entren en las estadísticas que hoy tanto importan.

Si el hombre construyó su imagen y el objeto de deseo en parte a través del humo, la mujer se ocupó de comenzar a desbaratarlo tirándoselo a la cara. En los primeros años del siglo XX ya eran más las fumadoras del catálogo: sufragistas, prostitutas, nuevas mujeres que estudiaban y andaban en bicicleta, y señoras amas de casa que fumaban a escondidas de sus esposos, acto que dejaba a las claras que también iban a ser capaces de buscar un amante y esconderlo en el placard. “Cuanto más se retrae la mujer, más se aleja de la influencia civilizadora del hombre, y más peligrosa se vuelve”, advertía el escritor Arthur Simons (1865-1945), quien veía en estas escapadas el primer indicio de una debacle. Cuando la que fuma es ella, las ilustraciones tienen una connotación masturbatoria, la chica se abandona al placer donde no penetra nada ni nadie.

Así como en la vida real las mujeres finalmente se apropiaron de los gestos del fumador, en el plano del arte también fueron mujeres –se destacan Ouida, Frances Benjamín Johnston y Jane Atché en el siglo XIX– las primeras que se lanzaron a retratar estos gestos desechando lujuria y decadencia. Los codos hacia adelante, la actitud lúcida y personajes tan sensuales como decididos, armaron una nueva figura de la mujer digna que si quiere fuma.

Por eso, por su condición de símbolo en la construcción de la mujer que hoy conocemos, tal vez una voz femenina llore su ausencia en los lugares que solía frecuentar. Mientras alguien no termina de escribir el epitafio que el humo reclama, alguien le quita dramatismo: una historia con tantas idas y vueltas hace suponer que no todo termina aquí. Resta esperar que la ciencia se esfuerce en hallar una capa protectora para los pobres pulmones, así como el espíritu ONG se esfuerza hoy por aplicar legislaciones restrictivas, construye la figura del hombre y la mujer puros, crea espacios libres de humo y ora por nosotros.

Liliana Viola / Las12

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Mundo bizarro

Existen en el mundo miles de personas que por determinadas características físicas, extrañas "gracias" o ciertas creencias son considerados "fenómenos". Suelen marcar hitos en el Guiness, aparecer en shows de TV, batir récords en las categorías más insólitas y ahora son parte del r ecién publicado ranking de las diez personas más bizarras de todos los tiempos.

Dos fenómenos

El primer puesto lo ocupa el vietnamita Thai Ngoc , de 64 años, que asegura no haber dormido ni siquiera una siestita desde 1976. Jura haber pasado casi 12 mil días despierto . El segundo, el hindú Sanju Bhagat's, aunque suene increíble, estuvo embarazado de su hermano, aunque suene increíble. Tenía la panza del mismo tamaño que una mujer a punto de dar a luz cuando se acercó a un hospital para consultar por las graves dificultades que sentía para respirar. Lo examinaron y le diagnosticaron cáncer.

Cuando los médicos estaban extrayéndole el "tumor", descubrieron que, asombrosamente, la hinchazón estaba ocasionada porque en su interior alojaba los restos vivos de su hermano gemelo, que había quedado atrapado en su cuerpo durante el embarazo de su madre. El feto sobrevivió como un parásito alimentándose a través de una especie de cordón umbilical. Médicamente su condición se conoce como "Fetus in Fetu" y sólo hay registrados 90 casos similares en toda la literatura médica.

Los más bizarros

Uno de los personajes más famosos que figura en la lista es el soldado japonés Shoichi Yokoi, que en 1944, durante la Guerra Mundial, se escondió para escaparse del ejército estadounidense y fue encontrado 28 años después. Otro "bizarro" conocido es Mehran Karimi Nasseri o Sir, Alfred Mehran, un refugiado iraní, que por haber visto rechazada su residencia en varios países europeos y tras el robo de los documentos que acreditaban su identidad, hizo del aeropuerto Charles de Gaulle, Francia, su residencia estable desde 1988.

Por su parte, el japonés Yoshiro Nakamatsu asegura ser la persona con más inventos realizados en toda la historia de la humanidad. Tres mil en total, entre las que incluye el disco floppy y las zapatillas "Pyon Pyon". Como si eso fuera poco, quiere vivir 140 años y ha fotografiado cada una de las comidas que ingirió durante los últimos 34 años.

El último entre las 10 personas más bizarras del mundo es el francés Michel Loito, conocido mundialmente como "El Señor Come todo". Como su nombre lo indica es capaz de introducir en su organismo metal, vidrio, goma, bicicletas, televisores y hasta un ¡avión! que tardó dos años en comer. Loito jura que jamás se sintió mal después de alguna de sus excéntricas comilonas, ni siquiera cuando comió alimentos considerados venenosos. Las paredes de su estómago, al parecer, son el doble de anchas de lo normal y sus jugos gástricos son sumamente poderosos.

Los místicos

Por estar convencido de que es Dios, el japonés Matayoshi Mitsuo tiene su lugar en el podio. Mitsuo quiere ocupar el cargo de Primer Ministro de su país y así poder realizar las reformas que considera necesarias para lograr la "Salvación". En sus campañas llegó a proponerles a sus oponentes que se suicidaran usando el método hara-kiri. Se presentó en varias elecciones, pero hasta hoy, como era de esperar, no consiguió reclutar demasiados seguidores.

Después de Bihari viene David Icke, que afirma que la Tierra está manejada por un grupo secreto de reptiles humanoides llamado "La elite". Según manifiesta en los 15 libros que lleva publicados, distintas celebridades e importantes personajes de la política provienen de ellos. El presidente de Estados Unidos, George W. Bush y la Reina Elizabeth II serían parte de la descendencia.

Otro personaje con creencias alternativas es David Allen Bawden, que se hace llamar Papa Miguel I. Considera que las últimas elecciones son inválidas porque los Papas que eligieron fueron modernistas. Él, junto a seis cónclaves –entre los que se encontraban sus familiares y él mismo– se autoproclamó el cargo. Hasta el día de hoy, dice, continúa ocupándolo.

Lucía Bertotto / Copyright 1996-2006 Clarín.com - All rights reserved

Hipocresías y apariencias

En mi niñez se denominaba fallutería; en mi adolescencia, incoherencia; en mi juventud, contradicción; en mi adultez, doble discurso, y ahora en ésta. digamos... madurez, vuelvo a nombrarla fallutería chanta de acomodaticios sin pudor. Los políticos son los más notables por su exposición mediática, pero no son los únicos en desplegar teorías opuestas como si fueran afines. De hecho, la doble moral es un lugar común en las relaciones sociales y/o familiares.

"Yo sé que tú sabes que yo sé" es el código impuesto a lo largo de siglos de hipocresía, una hipocresía de la que no estamos exentos casi ninguno. A veces no hay más remedio que callar alguna verdad que pueda ofender a seres queridos o temidos. La suegra y el jefe, el cónyuge y el amigo requieren especial cuidado. Pero no es la "buena educación" lo que produce el doble discurso de prohibir a los hijos lo que los padres hacen. Es lógico proteger a los inexpertos y contarles los errores que dejaron un resultado nefasto. Pero eso no justifica las peroratas de seudomoralidad mientras se transgreden todas las normas en privado. Virtudes públicas y vicios privados han jalonado con manchones vergonzosos la historia. Ministros ultraconservadores manteniendo relaciones ardientes con muchachas ligeras de cascos. Alarmante número de religiosos supuestamente castos enredados en escándalos de acoso, violación y estupro de cuanto sexo se les cruce en el camino al confesionario; drogas prohibidas en congresos y altas cámaras legislativas, jueces coimeados y funcionarios socios de garitos y lupanares forman la cadena de vergüenza y barro que tiñe la crónica diaria con el amarillo escandaloso del chismerío.

El gran desafío es vivir de acuerdo con lo que se dice y predica. ¿Creés en el matrimonio como institución? ¡Casate! ¿No creés? ¡No te cases! Así de fácil y así de difícil. ¿Juraste fidelidad? ¡Sé fiel! ¿Ni mamado se te ocurriría prometer semejante cosa? No jures, hablá claro y que te tomen o te dejen, pero no mientas para que te tomen y después te quejes porque te dejaron. Y si hay algo que "no te cierra" en cualquiera de tus conductas, si hay cosas que "te hacen ruido", cambiá, intentá modificar lo que no te gusta y, si no podés, viví de frente mostrándote tal cual sos, y más tarde o más temprano terminarán aceptándote con tus limitaciones, que, al ser expuestas con claridad y honestidad, acabarán por convertirse en cuasi virtudes. Cualquier cosa será preferible al doble juego de la hipocresía. Escandalizarse por la moral ajena ha sido el pasatiempo predilecto de mediocres y superficiales que tratan de entretenerse con el prójimo y sus miserias para olvidar las propias, a menudo mayores que las ajenas.

Cada tanto, algún asesinato con ingredientes sexuales o pasionales sacude la monotonía y abre las puertas de los infiernos personales de mucha gente, que debería sentir un poco de piedad por la víctima -sea quien sea- y no tratar de justificar la muerte con el "algo habrá hecho" o el "se lo buscó" o el "así terminan los que empiezan mal". Piedad para el que cae y, sobre todo, recordar que nadie puede tirar la primera piedra, aunque esté libre de ese pecado, pues tendrá seguramente otros. Y ¿por qué no? hay que pensar también que muchísimas veces las apariencias son sólo eso y forman una cadena de malentendidos difíciles de desentrañar. La realidad es mucho menos complicada que una telenovela. No deberíamos olvidarlo al juzgar a los otros.

Enrique Pinti

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Yo, la desfachatada

Ella se toma un whisky en ese pequeño museo del kitsch genuino –es decir, involuntario– que es la peluquería de Miguelito Romano, a donde Alba Solís vino animosamente, en una tarde febril, a producirse para las fotos de Las12, rodeada de retratos de Graciela Borges, Susana Giménez, Nacha Guevara, Mirtha Legrand. Polvo de estrellas nativas flota pues en el aire, entre sillones de estilo cortesano tapizados de símil leopardo y adornos rococó dorados. Evidentemente, Alba Solís, aunque no la haya pintado Federico Klemm, se siente en su elemento, sobre todo ahora que vuelve a brillar gracias al futuro reestreno de Tanguera, donde su presencia de diva de antaño ha generado algunos cambios en la escena del cabaret prostibulario, en el que reina la madama María Nieves desde que este show se estrenó a comienzos de 2002 (exceptuando varias giras). Leticia Fallacara ha reemplazado a Mora Godoy, mientras que Marianella sigue siendo la cantante relatora que hace los temas de Eladia Blázquez.

La trayectoria de Alba Solís arranca muy temprano, a mediados de los años ’40 en la radio, prosigue en el teatro, a través de grabaciones de discos lamentablemente escasas, en la televisión y el teatro (con hitos como Tangolandia, Blum, Tango argentino), más algunas incursiones en el cine que no supo sacar partido de su fotogenia ni de su temperamento (a Solís le gusta rescatar Maleficio, con Narciso Ibáñez Menta, por encima de Carne, protagonizada por Isabel Sarli).

Con su voz grave y profunda, su fraseo cargado de intenciones y una desfachatez infrecuente en los ’50 y en una cancionista, Alba Solís creó un estilo que mantuvo a lo largo del tiempo. En los últimos años, la intérprete que actuó junto a Mariano Mores, Enrique Santos Discépolo, Juan D’Arienzo y Francisco Canaro, entre otros sumos sacerdotes del tango, estuvo en distintos boliches, a veces compartiendo micrófono con otras glorias del pasado que, como ella, se resisten al retiro. Actualmente, aparte de su participación en Tanguera, la cantante trabaja en el proyecto de un nuevo CD.

“Querido, nos debés algo”, le coquetea Alba al mozo, ya instalada en un bar con aire, frente a un chop de cerveza con tres platitos, uno de maníes y dos de palitos fritos. “Precioso mío, te olvidaste las papas fritas, que para comerlas pedí la bebida.” Después se dirige a la cronista: “Acá me tenés en medio de esta locura que ya he vivido tantas veces de los ensayos, las pruebas, el vestuario. Por suerte me acompaña el bandoneonista Lisandro Adrober, con quien hice toda la gira de Tango argentino y me entiendo muy bien. Además, es muy lindo para mí volver a trabajar con María Nieves y que me marque un director tan exigente como Omar Pacheco”.

¿Cuándo empezó realmente esto que llamás locura? –En el año mil novecientos taipico, cuando doña Herminia Trapanese de Lamberti y Oreste Juan Guillermo Lamberti –tomá que no tenés nombre, viejo– hicieron esto, me tuvieron a mí. De recién nacida era negra, negra, tenía pelo en la frente y llegué tan flaca que parecía un bicho. Dicen que con el tiempo se cambia mucho, yo no sé si ha sido mi caso (no puede con su genio y coquetea de nuevo), pero sí estoy convencida de que la gente me quiere porque yo le doy todo si tengo la oportunidad...

Tampoco te hagas la pobrecita que bastante te han reconocido tu belleza, llegaste a estar como vedette en la revista... –No, qué pobrecita ni qué víctima ¿Yo? ¿La estrellita que surge, en ascenso? (Risas.) ¿Sabés cuántos años hace que canto? 68. Porque yo, a poco de andar por la vida, esta hermosa vida a pesar de todo, ya tenía un micrófono en la mano.

Sin embargo, no naciste en un hogar musical. –Para nada. Y cuando empecé a cantar espontáneamente, no pensaba que lo iba a hacer públicamente, y menos que me iba a dedicar al tango. Las cosas fueron surgiendo, se fueron encaminando y cuando quise darme cuenta, ya cumplía 50 años con una carrera más o menos armada. Y ahora tengo 79, un bonito número. Decime que estoy bárbara y que me veo como de 78 (más risas).

¿Con alguna ayudita del cirujano plástico? –Claro que ha pasado por aquí algún bisturí que otro, lo reconozco sin problemas. No soy como esas señoras que aseguran que toman mucha agua y que meditan, qué aburrimiento... Igual hay algunas malas lenguas que nunca se conforman y me dicen “¿Cómo? ¿No se te cayó el as de bastos?”. No te digo lo que les contesto porque no es muy elegante para dejarlo por escrito.

Es que cuando las figuras han tenido una carrera larga e intensa, dan la impresión de haber alcanzado casi la eternidad... –Bueno, he tenido una vida larga, linda en general, a veces divertida, con muchas satisfacciones, pero que todavía no considero cumplida: como habrás notado, no les dije adiós a los escenarios y hasta estoy dispuesta a grabar algún disquito, sí señora. Eso sí, sin hacerme la orgullosa, siempre fui de las que esperan que las llamen, a mí nunca me vas a ver haciendo cola en una oficina. Jamás. Ni teniendo representante iba a su escritorio. En parte porque nunca necesité hacerlo, las oportunidades vinieron a mí, y en parte porque –no te rías de lo que te voy a decir– soy realmente tímida. Decí que las tablas, la experiencia, el hacer las cosas a mi manera y el sentido del humor me han dado bastante soltura.

Tus ancestros del sur de Italia, además de belleza física, ¿te legaron esa pasión reconcentrada con que hacés algunos tangos? –Ay, sí, gente muy pasional. Mi mamá y mi papá nacieron directamente en Italia, ella en Cava di Terreno, un sitio un poco más importante que el piccolo poppolo de él. Mi mamá le tomaba el pelo: “Pero si vos venís de un lugar donde no hay agua siquiera”. Cuando yo pude viajar, recorrí todo el paisaje del sur, con esas ruinas maravillosas y estuve en el sitio donde nació mi padre: sólo quedaba una estación de una cuadra, un riel y el campanile, le mandé una postal con esa imagen. Ahora, vos fijate: yo soy italiana por un lado, italiana por el otro, me puse un nombre gallego y canto tangos. No me digas que Solís no te suena a castañuelas... Un señor me retrucó el otro día: “Alba Solís sólo suena a tango”, y yo le puse la tapa: “Es porque hace muchos años que le estoy dando y dando...”

¿Tu papá y tu mamá vivieron a hacer la América? –No tanto: la familia de mi mamá era rica, muy buenos sastres. Mi abuelo, que también vino, tuvo en la calle Brasil 1184 una casa de artículos para hombres donde trabajaban todos sus hijos, como diez. Mi papá laburó de sastre y mi mamá de nada, no le interesaba ser ama de casa, era el despiste total. Y tenía una boquita que heredé yo, de soltar las malas palabras con mucha seguridad, en el momento oportuno, y en español. La única que hablaba italiano, en dialecto, con la abuela era yo. A mi mamá, además, le gustaba escandalizar un poco en esas épocas de tanta compostura. Por ejemplo, estábamos en una reunión, ella se había puesto una enagua con mucho encaje y me decía: “Ahora vas a ver cómo saltan todos”. Entonces anunciaba: “Miren el encaje que llevo”, y se levantaba las polleras. Era fatal, pero divina.

Vos siempre decís que no elegiste esta carrera, que el destino te fue llevando, pero ya desde chiquita estabas en la Pandilla Marilyn. –En realidad, entré en la Pandilla por iniciativa de una prima que me llevó a los tres años, después de enseñarme una canción. Me subieron a un banquito, entoné la primera línea y me largué a llorar. Cayó tan simpático que quedé incorporada a la Pandilla y me convertí en Angelita, la divina nenita de la radio. Todavía tenía el nombre que mis padres, como buenos italianos, me habían puesto por la abuela. En la Pandilla cantábamos, hacíamos un radioteatro. Después, todo fue cuestión de suerte, casi siempre de buena suerte. Incluso cuando he estado sola y sin vento, siempre se me ha abierto una ventanita. Y lo que son las vueltas de la vida, ahora regreso a El Nacional, teatro donde trabajé muchos años como vedette, gamba al aire, sí, era una linda mina, y creo que algo se conserva de aquellos tiempos, porque te estoy hablando de la década del 50.

Estuviste con estrellas de gran impacto carnal como Nélida Roca, Alicia Márquez. –Así es, ésa sí que era carne dendeveras, chicas naturalmente espectaculares. Tuve un problema porque el novio de Alicia se enamoró de mí, Jack el bongosero.

¿Te fuiste con él? –¿Cómo? ¿De parte de quién? ¿O te olvidás que yo vengo de familia italiana? Si te digo cuándo dejé de ser señorita, te vas a reír todavía más: después de cumplir los 25, con libreta. Es verdad que a partir de esa fecha me puse al día. Ah, sí, sí, había que recuperar el tiempo perdido. Porque soy tana, pero no abstemia.

¿Cuando te casaste ya habías participado en el concurso “Buscando la voz del tango”? –No, eso fue en Radio Splendid, todavía estaba soltera. Salí segunda, porque ganó la cantante que le gustaba al empresario Julio Korn. Pero tengo el orgullo de que la señora Nelly Omar haya votado por mí: es una señoraza, la adoro, siempre me gustó sobre todo haciendo cosas criollas.

En esas fechas, ¿ya habías decidido que lo tuyo era el tango? –Para nada. Me presenté alentada por Armando Acquarone, el autor del tango “San José de Flores”. Yo estaba en Radio Mitre y todavía me llamaba Angelita. Era tan pobre que ni apellido tenía... No, en verdad no podía usar mi apellido porque según mi abuela quelle artiste sonno tutte putane. En esa radio, entraba a las 11 de la mañana y salía a las 6 de la tarde, y cada hora, cada media hora, cantaba tres tangos en vivo.

¿Tu papá y tu mamá todavía te controlaban? –No hacía falta, yo trabajaba, sabía lo que hacía. Me divertía, jugaba, pero tenía claro hasta dónde llegar. Ahí se bajaba una y decía: vivo en esta calle. Franela sí, honduras no. Colocaciones ninguna todavía. Por eso después tuve que ponerme al día. Ahora me queda una sola hormona, razón por la cual me retiré hace rato, pero en aquellos tiempos tenía una revolución. De modo que en cualquier momento hago la de Ada Falcón: me voy a despojar de todas mis joyas y mis pieles, y me meto en un convento.

Pero primero vas a hacer Tanguera. –Sí, por supuesto, y algunas cosas más, también. Tampoco tengo tanto apuro.

¿Es verdad la historia de que te enamoraste de Discépolo? –Es muy cierto, aunque con él no me acosté nunca, desgraciadamente. Ni se dio cuenta, creo, después me hice amiga. Era una etapa en que Tania, Dios la conserve en su gloria, colgaba las chancletas muy seguido. Pero él es mi autor favorito. ¿Querés que te cante “Uno”? Aprovechá porque no lo voy a hacer en Tanguera, donde me toca “Yira, yira” y “La última curda”.

¿Vivís esta actuación como una especie de rentrée por la puerta grande? –Y sí, sé que hubo otras candidatas. Encima tuve una neumonía hace poco, me llevaron para internarme, me dieron oxígeno y mi asistente oyó a un médico que decía: “Apúrense que la perdemos”.

¿Viste la luz al final del pasillo? –No, qué luz, ninguna luz. Acá estoy, prácticamente recuperada y muy contenta. Si no hacía Tanguera, me moría, porque sí, es volver empezar en la calle Corrientes. Tengo mucha energía a pesar del reimplante total de cadera de hace unos años, después de un accidente al volver de actuar en Rosario. Pero salí, hasta ahora salgo de todas.

¿Sos puro instinto cuando actuás? –Mirá, salgo al escenario temblando como una hoja en la tormenta. Empiezo a cantar sin tener mucha conciencia y me voy a otro lugar, no sé dónde estoy. O sí, dentro de ese tango, como si yo lo hubiese escrito, yo soy el señor que lo compuso, por eso lo puedo contar y cantar. Es una sensación muy hermosa. Y cuanto más fuerte y profunda es la letra, más hermosa es.

Cuando hacés tangos como “Fangal”, que no se pueden pasar al femenino, ¿sos un varón en ese momento? –Yo siempre estoy al borde, en el filo. Me paso un poco para allá, soy un macho; un poco más acá, soy un puto. Porque es así, algunos tangos no los podés cantar como mina, es el punto de vista total del tipo. Y como no sólo hay que cantar, también hay que actuar.

Moira Soto / Las12

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Cuidado al despedirse por e-mail

NUEVA YORK (The New York Times).- Chad Troutwine, un empresario de Malibú, California, estaba haciendo un negocio hace unos meses con una propiedad que tiene en Medio Oriente. Aunque la conversación empezó bien, la cuestión se endureció pronto. ¿El signo que delataba que las cosas habían cambiado? Las frases de despedida de cada correo electrónico.

"Cuando las negociaciones empezaron a fallar, las despedidas se volvieron más breves y más frías -destaca Troutwine-. Al principio era algo así: Espero ansioso su respuesta. Mis saludos más cordiales; después sólo podía leerse: Saludos."

¿Qué es lo que subyace en una despedida por e-mail? Muchas cosas, aparentemente. Es que esas pocas palabras finales que aparecen sobre la firma establecen las relaciones y jerarquías, y donde lo que está escrito en el cuerpo del mensaje puede quedar reafirmado o... no tanto. En los días previos a la comunicación electrónica, las formalidades de una carta, tanto comercial como personal, se enseñaban a cualquier chico en el colegio. Y las despedidas (desde sinceramente hasta cariños) fluían sin mucho esfuerzo.

Pero el e-mail es un medio casual, y sus convenciones ya tienen casi una década de atraso. Todavía están evolucionando, a menudo con torpeza. Es común que algunos mensajes de negocios estén escritos en forma casual, y que otros mensajes rápidos y concisos cambien del tono formal al íntimo en unas pocas líneas.

Aunque los saludos que encabezan un e-mail puedan ser tramposos -hay un mundo de diferencia, se ve, entre hola y querido-, la despedida es donde la mayoría de los firmantes intenta expresarse, incluso cuando expresar la personalidad, como en la correspondencia de negocios, no sea algo muy bien visto.

En otras palabras, se trata de tierra minada. Los expertos en etiqueta y comunicaciones concuerdan en que se está volviendo cada vez más difícil decir adiós.

"Mucha gente no sabe comunicarse claramente", explica Judith Callors, creadora del sitio www.netmanners.com , orientado a la etiqueta on line (netiqueta), y autora del libro Porque la netiqueta importa . Para entender claramente lo que un mensaje trata de decir, lo implícito y lo enunciado, "el lector tiene que mirar todo, desde el saludo hasta la despedida", indica.

Saludos, besos, abrazos

Kim Bondy, una ex ejecutiva de CNN, le escribió a un pretendiente después de una comida: "Hablemos pronto". Fue su manera de decir: "La cita estuvo bien, hagamos otra cita". Y puede ser que ella haya creído que fue la única en pensar eso. La respuesta a su e-mail cerraba con el lacónico "saludos". Lo que la hizo sentir que todo había salido mal. "Pensé: Ay..., esto es muy formal. Creo que no le gusté", cuenta, y se ríe. "Cuando leí saludos se me heló la sangre." Desde entonces no volvieron a salir.

Pero saludos tiene sus fans: especialmente en los lugares de trabajo, donde puede convertirse en un final multipropósito. "Yo uso saludos en todos mis e-mails profesionales -declara Kelly Brady, una publicista neoyorquina-. Es amigable, rápido y conciso."

En cuanto al envío de besos, sorprendentemente, la despedida un beso se ha vuelto común incluso para los que mantienen relaciones no amorosas. Body, que recibía entre 300 y 500 e-mails diarios cuando estaba en la CNN, nunca fue fan de un beso, especialmente cuando provenía de un extraño que intentaba vender una idea para alguna nota. "Intentan parecer cálidos y familiares cuando no deberían serlo. Es inapropiado, y ése es probablemente el e-mail que no voy a responder", se indigna.

Robert Verdi, diseñador de moda y conductor del reality show Surprise by Design, en el que los participantes cambian de aspecto, explica que no acepta "un beso ni en la primera ni en la segunda comunicación". Pero se apura a aclarar que, después de algunas llamadas telefónicas o intercambios de e-mails amigables, se siente cómodo con la despedida afectuosa y casual, aunque generalmente espera que sea la otra parte la que haga el primer movimiento. Así, si alguien se despide de él diciéndole: "¡Sos el mejor! Cariños, Alison", él puede llegar a contestar: "Besos y abrazos". Y a esta altura ya están fuera de toda esa confusión y se han convertido en mejores amigos.

Lola Ogunnaike

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Adiós a un gigante del humor

MONTEVIDEO (AFP).- El actor uruguayo Ricardo Espalter, gran figura del humor rioplatense, falleció ayer en un sanatorio de Maldonado, a 140 kilómetros de esta capital, a causa de una insuficiencia renal. Tenía 82 años.

"Cara pálida y llena, con cierta expresión hondamente preocupada que atrae las carcajadas por alguna razón misteriosa, como si esas cejas afligidas (de pronto distendidas por una sonrisa inesperadamente atractiva que transfigura ese rostro cómicamente hosco y confuso) alcanzaran alguna fuente de risa asimismo confusa, indiscernible."

Como si hubiese querido con estas palabras incluir su nombre en una suerte de diccionario antológico del humor y la comicidad en el Río de la Plata, así definía la Revista LA NACION a Ricardo Espalter en julio de 1974, a propósito de un espectáculo de café concert que ofrecía por entonces en Buenos Aires junto con Enrique Almada y Katia Iaros.

Ese mismo año y con los mismos compañeros, primero en la TV y más tarde en el teatro y el cine, Espalter alumbró a su personaje más popular, El Toto Paniagua. Aquel entrañable chatarrero de cabello engominado y raya al medio que de un día para el otro se convirtió en millonario, se sumó con sus impagables clases de buenos modales a la antología de la mejor comicidad televisiva de todos los tiempos en ambas orillas del Río de la Plata.

Entre las quejas de su profesor ( zamborotudo y chulángano era lo menos que le decía Almada) y el "vamo vamo" con el que Toto se ponía a la defensiva creció como nunca la popularidad de Espalter. Gracias en buena medida a esa presencia notable en tiempos del inolvidable Hupumorpo , el público comenzó a reconocer definitivamente el valor del humor que el actor nacido el 14 de abril de 1924 trajo al país junto a sus compañeros uruguayos desde el desembarco de Telecataplum , en 1963, una verdadera revolución humorística que siguió con Jaujarana , Hupumorpo e Hiperhumor , ejemplos de un humor lúcido, agudo y elaborado que está en las antípodas de la vulgaridad actual.

En ese impar grupo que integraban Almada, Berugo Carámbula, Andrés Redondo, Raimundo Soto, Julio Frade, Emilio Vidal, Gabriela Acher y Henny Trayles, entre otros, Espalter dejó un aporte único gracias a sus excepcionales dotes para la pantomima y para hablar en distintos idiomas: sus apariciones discutiendo en ruso con un norteamericano (D Angelo) junto al Kremlin fueron memorables.

"Espalter se sume en su somnolencia, abstraído y tozudo como si estuviera resolviendo mentalmente un problema", decía de él la Revista LA NACION en 1974. Así lo veíamos en la televisión, con el gesto huraño y sufrido de quien no podía resolver una situación que lo tenía como víctima, pero a la vez producía un efecto humorístico irresistible: así era el pobre hombre internado en un sanatorio soportando a quienes lo visitaban y maltrataban, el sufrido farmacéutico al que le pasaban todas, el empleado de la disquería encerrado junto a un cliente de gustos muy especiales o un adormilado aprendiz de kung fu.

Más que un cómico, a Espalter le gustaba definirse como un actor con una larga formación teatral que nació primero en la revista y más tarde, a mediados de la década de 1950, en los grupos independientes La Máscara y Club de Teatro, donde llegó a representar obras de Shaw y Sartre.

Se multiplicó en los años 70 con trabajos simultáneos en Chile, Uruguay y la Argentina, hizo varias películas (entre otras, La industria del matrimonio , Los irrompibles , La película , El dirigible y Maldita cocaína ) y ciclos de TV en las dos orillas, dejó un libro con sus memorias ( El comediante ), volvió al teatro clásico en 2002 y dos años después recibió un homenaje televisivo que conocimos aquí en marzo de 2006. Lo vimos más envejecido y gordo, pero igual de chispeante por última vez en la piel de su personaje más célebre. Y allí pareció, sin palabras, que repetía algo que dijo más de una vez: "Siempre he hecho reír sin proponérmelo".

Marcelo Stiletano

Pinchinatti: Ni el Toto Paniagua ni Marieta (una de las hermanas Rivarola) le dieron a Espalter en Uruguay la popularidad que alcanzó Pinchinatti, un personaje que nació en la televisión oriental y que llenó plazas y estadios en 1989 "postulándose" como candidato presidencial, interpretando el desencanto de sus compatriotas frente a la política. Proponía entre otras "medidas" privatizar el Parlamento y fomentar el analfabetismo para que pueda aumentarse el producto bruto interno .

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