domingo, 28 de septiembre de 2008

Las dueñas de la tierra

Hay una palabra que define cabalmente el trajín histórico de las hormigas: éxito. No es una opinión o un juicio de valor; es un hecho. Los números lo confirman plenamente. Se calcula que la población mundial de hormigas –unas 9500 especies conocidas aunque se cree que en verdad son 19 mil– es de 100 mil millones, y que si se las pesara a todas en una imaginaria superbalanza planetaria su peso en conjunto sería aproximadamente igual al de todos los seres humanos juntos. En lugar de mirarlas siempre desde arriba, con un aire de indiferencia y con el pisotón como amenaza renuente, se les debería rendir homenaje, por su constancia, permanencia –están dando vueltas desde hace 100 millones de años–, y por lo que son en realidad: junto a las bacterias y congéneres insectoides, las verdaderas dueñas de la Tierra.

Como si fuera su cuota de distinción especial, cada insecto goza de un rótulo emotivo frente al ojo curioso del espectador. La mosca molesta (por su vuelo insidioso), la cucaracha repugna (al mezclarse con lo desechable, y excretorio), la termita resulta corrosiva y se la emparienta con la destrucción silenciosa. La hormiga, mientras tanto, fascina: por su tesón, su perseverancia, por su andar obrero y sigiloso. Es el trabajo hecho patas, abdomen, cabeza y mandíbula, todo en tamaño diminuto.

Con excepción de las cumbres de las montañas y los polos, se las puede hallar en prácticamente todos lados. Sólo basta con afinar la vista, enfocar un instante y ver(las): yendo de acá para allá como autómatas, guiadas por una especie de mandato inquebrantable. Su ahínco, su lealtad y su ímpetu laboral las situaron en el flanco admirable de las moralejas: aquella forma de ser a emular y a admirar con respeto. Mientras la cigarra despilfarra en verano, la hormiga trabaja, almacena y vuelve a ahorrar, y cuando cae el invierno, vive plena sin sobresaltos. Así lo vieron Esopo, La Fontaine y Samaniego.

“Son el pináculo de la evolución social de los insectos”, apuntaba hace 25 años el entomólogo Edward O. Wilson, al mismo tiempo que fundaba la sociobiología a partir del trance casi hipnótico que le producían las hormigas. “Son fascinantes. Ellas han evolucionado en sociedades complejas. Si las entendemos, podemos hacer analogías con el sistema de salud y agrícola del ser humano”.

Superhormigas y superorganismos

A decir verdad, no todos los insectos inquietan tanto más allá de su tamaño ridículo y sus facciones grotescas cuando se los desplaza bajo el microscopio. Las termitas, las abejas, algunas avispas y, por supuesto, las hormigas sobresalen: es que son ellas las que exhiben con mayor prestancia un comportamiento social tal que intriga y descoloca al ser humano, quien creía que su forma de organización era única, exclusiva. No es el caso, otra vez. Ahí tal vez resida el porqué de tanta atracción: las hormigas en el jardín, en el patio del colegio, en la pieza, en todas partes, son el primer conejillo de indias de todo chico. Son los embajadores de lo otro: otro mundo en este mundo, otra forma de ser, distinta pero no tanto. Saber que las hormigas son en su mayoría “ellas”, es curioso; un ejemplo del que las (y los) feministas podrían mirar con atención y experimentar como argumento. En una sociedad matriarcal como la de las hormigas, las hembras son la fuerza que manda en la colonia. El macho corre con mala suerte. Es tan sólo un juguete sexual, un protagonista secundario en la reproducción.

Una reina (cuyo objetivo de vida no es más que ser una máquina de poner huevos), obreras infértiles, hormigas guerreras o soldados, hormigas jardineras, hormigas tejedoras, hormigas invasivas y dañinas (como las hormigas argentinas que desde su llegada en barco a Portugal en el siglo XIX, ya colonizaron cinco países del sur de Europa). Y más. La división del trabajo, una de las condiciones de sociabilidad, es estricta y no admite protesta ni huelga. La individualidad se diluye detrás del interés y protección del colectivo (en este caso, la colonia, considerada por sus altos niveles de cooperación un “superorganismo”).

Dios salve a la reina. La sociedad de las hormigas es plenamente matriarcal. El unico objetivo en la vida de la reina es ser una maquina biologica de poner huevos.

A cada tarea un tamaño: las más diminutas cultivan el jardín, otras se encargan de la nutrición y la limpieza, las medianas construyen y buscan hojas, las más grandes defienden y atacan, y las más viejas manejan la basura. Y la reina engorda casi sin parar. Justamente es ella la que tiene una curiosa capacidad de almacenaje: puede llegar a mantener en su cuerpo espermas vivos durante 15 años –el tiempo promedio de vida de una hormiga– y decidir en qué momento deberán nacer los machos.

El sistema de comunicación de las hormigas es plenamente olfativo. En vez de hablar y transmitir sonidos, entablan diálogo a través de olores, más específicamente a partir de la secreción instintiva de feromonas, sustancias con las que indican dónde hay alimento. Con la ayuda de estas pistas marcadas químicamente, las hormigas se abalanzan en la búsqueda de su sustento. Y lo hacen de una manera ordenada. Recientemente, un grupo de investigadores europeos de las universidades Paul Sabatier (Toulouse), Libre de Bruselas y Tecnológica de Dresde, examinaron los desplazamientos de estos insectos con la ayuda de modelos informáticos y matemáticos. Así descubrieron que cuando una hormiga obrera da con una fuente de alimento, la marca con una feromona que actúa como pista química para el resto de la colonia. Allí donde el rastro de la feromona es mayor, aumenta el tráfico de hormigas. Pero cuando el embotellamiento llega a un tope de densidad, se reorganiza espontáneamente y el flujo se redistribuye por senderos secundarios.

Hall de la fama

Así como hay proyectos e investigadores que se queman las cejas tratando de entrever el pasado humano a través de sus genes, también afloran intentos por urgar en la historia bien antigua de estos bichitos. Corrie S. Moreau del Museo de Zoología Comparada de la Universidad de Harvard, Estados Unidos, logró, por ejemplo, reconstruir el árbol de familia de las hormigas a partir de su ADN y arribó a la conclusión de que éstas aparecieron entre 140 y 168 millones de años, pero recién hace unos 100 millones de años se diversificaron. El elemento clave fue el desarrollo de las plantas de flor que les ofrecieron alimento y refugio a las hormigas.

En rigor, no tienen nada que envidiarles a los dinosaurios ni a los seres humanos, ni siquiera a los monos. Las hormigas también ingresaron al hall de la fama cultural con dos películas (Bichos y Hormiguitaz) que, si bien desvirtúan tenuemente la realidad en pos de un fin poético y argumentativo, las retratan y las reposicionan en lo que ya de hecho son: héroes y protagonistas.

Federico Kukso

Termita social club / LA VIDA SOCIAL DE LOS GUSANOS DE LA MADERA

Hace más de 65 millones de años, cuando los dinosaurios se paseaban por la Tierra y la mayoría de los mamíferos no superaba el tamaño de un ratón, ciertos insectos emparentados con las cucarachas vivían en sociedad: se agrupaban en nidos multitudinarios y se repartían el trabajo.

Con el paso de los siglos, los dinosaurios desaparecieron y los mamíferos aprovecharon la ocasión para crecer en número y en tamaño. Pero aquellos insectos sociales no cambiaron gran cosa. Los antiguos romanos los llamaban “termes”, que significa “gusanos de la madera”. Actualmente se los conoce como termitas.

Division del trabajo

Las termitas viven en grandes nidos, los termiteros, y sus sociedades están formadas por tres castas que realizan distintas actividades: los obreros, los soldados y los reproductores. Los obreros son ciegos, sin alas y de color crema pálido. Se encargan de construir y mantener el termitero. También buscan el alimento y lo distribuyen entre los habitantes del nido.

Los soldados, también ciegos, son cabezones y dotados con poderosas mandíbulas. Tienen el cuerpo claro y la cabeza oscura. Su principal tarea es la defensa. Cuando un grupo de hormigas perfora la pared de un termitero, los soldados bloquean el agujero con sus grandes cabezas. Si la abertura es mayor, los soldados la rodean y, con sus fuertes mandíbulas, van cortando en dos a los intrusos que se aventuran dentro.

Los reproductores son el rey y la reina. Ambos desarrollan alas y casi no hacen otra cosa que comer y producir hijos. Cuando la reina alcanza la madurez, su abdomen crece hasta 10 centímetros de largo (decenas de veces su tamaño original). Una reina llega a poner miles de huevos por día.

Hongos para la cena

Las termitas se alimentan de celulosa, uno de los principales componentes de la madera. En general, los insectos no están capacitados para digerir esta sustancia, pero eso no representa un problema para las termitas: en sus intestinos viven unos microbios que transforman la celulosa en sustancias más simples y fáciles de digerir. Algunas termitas se alimentan de un hongo que ellas mismas cultivan dentro del termitero, en una cámara especial y usando sus propios excrementos como abono.

Se estima que existen unos cuatro mil tipos de termitas. Cerca del 10% son de importancia económica, porque se alimentan de la madera con que están hechos algunos muebles, viviendas y otras construcciones humanas.

Catedrales

En las grandes llanuras de Africa y Australia hay grandes termiteros cuyas siluetas recuerdan las formas de las catedrales. La construcción de estas obras está a cargo de los obreros. Empiezan amasando bolitas de tierra, excrementos y celulosa masticada, que depositan en el terreno elegido y van formando montículos alineados, que luego se transforman en columnas sostenidas por tabiques.

Estos termiteros suelen alcanzar los dos metros de altura, pero en algunos casos superan los seis y tienen hasta 24 metros de diámetro. En algunas regiones cubren el 30% del suelo. Los de mayor tamaño albergan millones de termitas, es decir, tantos habitantes como las más populosas ciudades humanas.

En la base de los termiteros se encuentran las cámaras donde las obreras cultivan los hongos. El calor que despiden los hongos en crecimiento calienta el aire, que entonces tiende a subir y se dirige a una gran cavidad ubicada en la parte superior de la construcción. Esa cavidad está comunicada con el exterior, entonces el aire ascendente se mezcla con aire fresco, se enfría y vuelve a descender. Si no existiera este sistema de circulación, los habitantes del termitero consumirían todo el oxígeno en cuestión de horas.

Aunque se suele describir a las sociedades de insectos en términos humanos (y esta nota no es una excepción), y aunque a veces hasta los expertos caen en la tentación de interpretarlas desde un punto de vista antropomórfico, se trata de dos cosas muy diferentes. Hay que tener presente que los insectos no razonan ni planean sus actividades. Buena parte de su comportamiento es una respuesta automática a los estímulos que reciben del ambiente o de otros organismos.

Raúl Alzogaray

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