domingo, 28 de septiembre de 2008

El ajenjo, una bebida que conserva sus misterios y vuelve a 120 años de su auge

Un halo de misterio (verde, por supuesto, tiene que ser) abraza al ajenjo aún en nuestros días. En 1890, su momento de auge, el hada verde, bebida sensual y demoníaca, desencadenó olas de borrachera en Europa. Fue la musa inspiradora de los poetas malditos y de artistas atormentados en general. Se le atribuyeron poderes alucinógenos y hasta asesinatos. No podía terminar de otra manera: a partir de 1910, una ola de prohibición ahogó los vapores verdes del mentado licor. Pero en rigor, el ajenjo es una planta aromática, artemisia absinthium se llama, a la que le descubrieron primero facultades medicinales y luego, concatenación mágica de la historia, terminó convirtiéndose en la bebida más espirituosa entre todas. De su nombre científico el licor heredó su identidad en francés, absinthe, luego legada al inglés.

Por fortuna para los que habitamos el mundo por estos días, después de largas décadas de ausencia y prohibición, un joven resurgir, de no mucho más de cinco años, se produjo de la mano de una francesa Marie-Claude Delahaye's. Pero no es nada fácil, el ajenjo se sabe hacer desear y no se deja encontrar de buenas a primeras. Muchos nos topamos con buscadores empedernidos de ajenjo, que avanzan en una búsqueda infructuosa. Eso sí, quienes comiencen a interesarse por el encriptado universo del ajenjo, deberán tomar muy enserio un dato fundamental: tiene un 70 por ciento de graduación alcohólica.

Brebaje alucinado

"Después del primer vaso, uno ve las cosas como le gustaría que fuesen. Después del segundo, se ven cosas que no existen. Finalmente, uno acaba viendo las cosas tal como son, y eso es lo más horrible que puede ocurrir", supo escribir Oscar Wilde. Se le atribuyen al licor muchas historias famosas. Por ejemplo, se dijo que la oreja que Van Gogh se cortó fue producto de su excesiva ingesta de licor de ajenjo. Hay otras, como la que cuenta que a causa de dos medidas de ajenjo, en 1905 un campesino suizo disparó y mató a su mujer embarazada y a sus hijos de 4 y 2 años y luego intentó suicidarse con la mala suerte de fallar. A partir de semejantes historias, se gestó la ola de prohibición.

Un libro llegó a la Argentina para desmitificar un poco tanta leyenda. Se llama "Ajenjo, mito e historia", de Phil Baker. Allí apunta que uno de los datos fundamentales acerca del ajenjo es su altísima graduación alcohólica, a la que debe ser atribuido el concentrado poder de una medida y no a otra cosa. Claro que el licor de ajenjo tiene, y lo trae desde la planta, una sustancia alucinógena llamada thujone. Lo cierto es que, apunta el autor, la prohibición previno que esta bebida del demonio se popularizara y derramara su influencia de los salones burgueses a la clase trabajadora.

Hubo ley seca de ajenjo en Francia, en Inglaterra, en Suiza... el único país europeo que no tuvo veda fue España. ¿Pero por qué es tan difícil encontrar un sitio donde sirvan ajenjo en 2006?. En Inglaterra se volvió permitir en 1998, por ejemplo. Pero lo que nos interesa es Argentina: según entendido en la materia, Salvador Gargiulo, editor de Cántaro y encargado del lanzamiento del libro de Baker en Argentina, la prohibición también llegó a nuestro país a través de una disposición para el expendio de licores y bebidas alcohólicas alrededor del '30. Fue consecuencia de la veda en Francia y Suiza, porque por ese entonces Argentina importaba ajenjo francés.

Gargiulo, tuvo el privilegio de probar varios y diferentes ajenjos. Hay que apuntar que lo que hoy se vende como ajenjo no es la misma fórmula del siglo XIX. Entre otras diferencias, se venden en varias graduaciones alcohólicas, el original tenía un 70 por ciento. La versión que se arrima más a la original es la francesa La Fee Abstinthe, y se puede comprar una botella on line, cuesta alrededor de 30 euros. En el Free Shop de Río de Janeiro, hace unos siete meses Gargiulo pudo encontrar una botella de Versinthe, una muy buena presentación, (con la cucharita obligatoria incluida), para un ajenjo que no es de los mejores. Otra oportunidad para los que viajan: el free shop de Barajas (España), allí se consigue el Marí Mayans, una botella cuesta aproximadamente 15 euros.

Algunos ya lo estarán pensando, pero apuntemos: si hacer crecer en el fondo de casa una plantita de ajenjo no es tan complicado, sí lo es el acceso a la receta y sus proporciones exactas. En la web se reproducen fragmentos de una búsqueda que rinde cuentas del mito. También se puede encontrar información, aunque en inglés, en el Museo Virtual del Ajenjo y bellísimas imágenes, reproducciones de viejos afiches e ilustraciones de la Belle Epoque, publicidades y fotografías de objetos como botellas, copas y cucharas. Un tesoro para nostálgicos.

Cómo se sirve

El ajenjo tiene algo de alquimia. El licor puro es de ese característico color verde y debe servirse en una copa de base ancha, pero no se toma sólo, se le agrega agua fría. El efecto de esta mezcla es un sorprendente blanco lechoso. Hay quienes lo prefieren con azúcar. En ese caso habrá que utilizar una pequeña y original herramienta: algo así como una cucharita con orificios. Sobre ella se coloca un terrón de azúcar y recién entonces se vierte con lentitud el agua sobre el terrón, que se irá disolviendo y caerá sobre el ajenjo, a través de los agujeritos de la cuchara. Luego se revuelve y está listo para tomar. Las proporciones pueden variar, una de ajenjo y tres de agua, tal vez cuatro o incluso seis.

Como queriendo perpetuar el misterio, en Buenos Aires no se anuncia abiertamente dónde se sirve el ajenjo. Pero se consigue, un poco subrepticiamente. Habrá que acercarse a la barra de algunos bares de moda, pedirlo y ver qué pasa. Dicen que el precio no baja de los 50 pesos. La recomendación será averiguar qué ajenjo tienen. Entretanto deberemos controlar las expectativas. Tal vez no nos esté esperando el hada verde en el fondo del vaso. Gargiulo, que como dijimos antes, probó algunos de los ajenjos modelo 2000, admite que la variedad es amplia, el sabor es anisado, algunos son más amargos que otros, algunos más fuertes que otros. Engaña un poco, se siente fresco porque es frío, y dulce por el azúcar, tal vez por eso las francesas del siglo pasado lo tomaban con fruición, era una de esas bebidas que complacen el paladar de las mujeres. Es, desde luego una bebida muy potente, pero ninguna musa, dice Gargiulo, "después de tres vasos lo único que me quedó fue un mareo colosal".

María Farber

Copyright 1996-2006 Clarín.com - All rights reserved

Una especie es capaz de sobrevivir 40 millones de años sin relaciones sexuales

Un grupo internacional de científicos ha descubierto un conjunto de organismos que ha sobrevivido más de 40 millones de años sin relaciones sexuales.

En un informe publicado en la revista 'PLos Biology', el equipo, encabezado por científicos británicos e italianos, señala que su estudio desafía la presunción de que el sexo es indispensable para la diversificación de los organismos.

Además, señalan, su investigación proporciona nuevos conceptos sobre la evolución de las especies.

El estudio está centrado en rotíferos deloides, organismos microscópicos acuáticos asexuados que se multiplican mediante huevos que son clones genéticos de su madre, pues no hay padres.

Según los científicos, los registros fósiles, así como los datos moleculares, muestran que estos microorganismos surgieron hace más de 40 millones de años sin necesidad de reproducción sexual y que, desde entonces, han evolucionado y se han convertido en especies diferentes.

Según Tim Barraclough, de la División de Biología del Imperial College of London, la investigación permitió descubrir que "diferentes poblaciones de estas criaturas se han convertido en especies diferentes no sólo debido a su aislamiento, sino por presiones diferentes en ambientes distintos".

Barraclough citó el caso de dos especies de rotíferos que vivían en un organismo superior muy cerca uno del otro: uno en las patas y el otro en el pecho. Su cuerpo ha evolucionado de forma diferente para ajustarse a un hábitat diferente.

"Estas criaturas son asombrosas y su existencia pone en duda la idea de que las que son asexuadas desaparecen rápidamente. Han estado aquí durante millones de años", señaló.

EFE / 20minutos.es

Alpargatas en cruz, vaca violeta, corcho sanador...

Para el asombro, un recuento de los mitos argentinos:

Si se habla de mitos, más vale recurrir a Carl Gustav Jung. En Arquetipos e inconsciente colectivo admite que los mitos son, ante todo, "manifestaciones psíquicas que reflejan la naturaleza del alma". El discípulo de Sigmund Freud confirma, además, que la lucha contra el dragón, el respeto y el miedo a la muerte, y el renacimiento por sobre las cenizas del Fénix están entre los mitos más conocidos y comunes a todas las tribus del planeta. Quizá los argentinos -desde los porteños más urbanos hasta los gauchos más gauchos-, sólo por el afán de sorprender, puedan aportar a la mitología global su propio grano de arena. Por ejemplo: rige en las rutas argentinas la presunción de que se puede acceder a platos buenos, ricos y baratos en los restaurantes donde se ven estacionados camiones sobre la banquina cercana. Pero hay más mitos.

Sea Monkeys y mas

Los que en los años 70 observaron el lento e improbable desarrollo vital de los sea monkeys (esos supuestos minimonos acuáticos que nacerían de un prometedor polvo que estaba en un sobre para después mezclarlo con agua) fueron, por ventura, también los que oyeron -en algún sarao de adolescentes- que la combinación de una aspirina con determinada bebida cola actuaría como un formidable estimulante femenino. La misma bebida ofrecía una serie de segundas intenciones de uso: bronceaba, aflojaba las tuercas apretadas, y servía para quitar el papel engomado del parabrisas de los autos en infracción.

En esa misma época aparecía una corriente revisionista en los estudiosos, y el profesor Santiago Fernández Arlaud, autor de manuales de historia argentina de cuarto y quinto año editados por Editorial Stella, animaba a sus alumnos lasallanos a dudar de la existencia del sargento Cabral y del legendario Negro Falucho. Y cuando el sonetista Gustavo García Saraví publicó un poema que aludía a la inexistencia de Cabral, debió coprotagonizar un entredicho con un representante del Ejército. Pero, segurísimo, el historiador Félix Luna confirma la existencia del heroico Cabral: "Hay documentos que demuestran su existencia".

Contra la mufa

A fines de los años 60, exagerados o precavidos, los compañeros de trabajo de un conocido conductor televisivo no se animaban a pronunciar su verdadero nombre para no atraer la mala suerte: a sus espaldas, lo llamaban Robert Mitchum. El mito fue perdiendo fuerza.

Como aquel otro que aseguraba que, para no desencadenar una pelea, había que tratar de no regalar objetos puntiagudos. De hacerlo, el resultado sería tan trágico como comer sandía acompañada de vino; a los 77 años, el ex rematador René Fossatti conserva un cuaderno de infancia en el que anotó la experiencia de haber invitado a un vagabundo con esta mezcla supuestamente explosiva. No tuvo mucho para contar, por suerte. En esos mismos apuntes recuerda cómo los padres obligaban a los chicos a dormir la siesta porque, si no, aparecería una criatura llamada la Solapa y se los llevaría.

El mundillo del espectáculo todavía conserva otro mito: para neutralizar el efecto de la mala suerte, habrá que mencionar a Pugliese, y listo. Los conductores de autos, en cambio, atan una cinta roja a unos centímetros de la patente para protegerse en la vía pública.

La vaca intoxicada

En los años 80, en tanto, se instaló la duda acerca de si se había pintado o no una vaca con los colores blanco y violeta de la etiqueta de un conocido chocolate. Una corriente de opinión sostenía que la vaca había sido pintada e intoxicada. Otra, que se trataba de un truco fotográfico, ayudado por computadoras.

Y en momentos difíciles de cualquier década, alguno que otro echará mano, con seguridad, del vinagre. Y no sólo para preparar ensaladas, sino también para limpiar las malas vibraciones en negocios, hogares, y para evitar la pediculosis. Y los corchos de botellas, con sus propiedades terapéuticas, son un complemento perfecto: llevarlos en el bolsillo aseguraría la eliminación de calambres y dolores de huesos.

La gente de campo ha contribuido a la conformación de un compendio mitológico. Abundan ejemplos en El mito, la leyenda y el hombre, de Félix Molina Téllez: la higuera sólo florece a medianoche en Navidad, con una sola flor blanca; si se cultivan hortensias en las casas, las chicas se quedan solteras; la flor de la magnolia, si se la corta, trae mala suerte para los de la casa; si el arroz se derrama en la mesa, es buena suerte, pero si se derrama la sal... tragedia (aunque, se sabe, hay que tirar un puñado hacia atrás, sobre el hombro, y el efecto queda neutralizado). Todo, parte de la religión o de la cencia gaucha que fue gestándose en madrugadas de mate y que asegura que, cuando los perros ladran de noche, un santo remedio es poner las alpargatas en forma de cruz. Y nada como clavar un cuchillo en la tierra para desviar una tormenta.

Alejandro Schang Viton

Copyright S. A. LA NACION 2006. Todos los derechos reservados.

Proyectos faraónicos XL

Aún se recuerda qué les contestó el célebre Carlos Saúl, que siempre tuvo pasión por el antiguo Egipto, a quienes calificaban de “faraónicos” algunos de sus proyectos. “¿Qué tienen contra los faraones? –los interpeló– ¿Acaso ellos no nos dejaron esas hermosas pirámides que aún siguen atrayendo a tantos turistas?”

No nos consta que Kheops promoviera el turismo, pero no cabe duda de que los egipcios, que sólo contaban con la tecnología de la Edad del Bronce, apenas estaban en condiciones de levantar unas pocas pirámides. Andaban muy lejos de algunas fantasías ingenieriles que supo soñar la Modernidad, y que al parecer aún hoy siguen ejerciendo alguna seducción sobre los hipermodernos.

Entre las fantasías menos conocidas se cuenta un proyecto que tuvo alguna popularidad en los años ‘20 y ‘30. Proponía bajar el nivel del Mediterráneo para ganarle miles de hectáreas al mar y generar energía eléctrica a discreción. Aspiraba ampliar la superficie de Europa hasta convertirla en un nuevo continente, que se llamaría “Atlantropa”. En su tiempo mereció la consideración de intelectuales como Sigmund Freud y Thomas Mann.

Sueños de grandeza

Apenas restañadas las heridas de la Primera Guerra Mundial, los años ‘20 rebosaban de ideas audaces y proyectos grandiosos que apostaban a poner el progreso y hasta el orden político en manos de la tecnología.

El canal de Suez y el de Panamá estaban creando nuevos vínculos entre los continentes, cuando los ingenieros soñaban con obras más ambiciosas, con las cuales se proponían cambiar la faz de la Tierra, sin sentirse inhibidos por el menor escrúpulo ambientalista.

En 1928 los franceses proyectaron abrir el Canal de los Dos Mares, que debía unir a Marsella con Burdeos, aunque al fin desistieron, y Le Corbusier se propuso remodelar Argelia en 1932. Pero la obra que mayor impacto cultural tuvo en Europa fue el dique del Mar del Norte, construido entre 1923 y 1932, que permitió a los holandeses ganarle grandes extensiones al mar. Hasta Freud le rindió homenaje en una conferencia de 1932, cuando enunció esa célebre fórmula donde comparaba el dominio que el Yo realista debía ejercer sobre el impresentable Ello, con la conquista de las tierras del Zuiderzee.

Para el imaginario de la época, la transformación de la geografía se ofrecía como el instrumento para lograr la unión de los europeos. “Paneuropa” era una idea que contaba con el apoyo de muchos intelectuales y de líderes como Léon Blum y Aristide Briand. Hasta era vista con simpatía en la Sociedad de las Naciones.

Atlantropa

En ese contexto político y cultural creció el faraónico proyecto del alemán Herman Sörgel (1885-1952), que si bien sedujo la imaginación de muchos europeos, nunca encontró el apoyo político necesario para ponerse en práctica. Sörgel era un arquitecto e ingeniero de Munich. Hombre de grandes ambiciones, en un libro que escribió en 1921 ya se había propuesto reformar la educación, para formar ese “hombre nuevo” del cual casi todos hablaban entonces, desde Lenin hasta los fascistas.

En 1927 comenzó a elaborar su proyecto, que presentó al público en 1931. Sörgel proponía ganarle al Mediterráneo una superficie equivalente a la legendaria Atlántida. El nuevo continente se llamaría Atlantropa. Sörgel no estaba solo. Lo secundaba un equipo de brillantes arquitectos e ingenieros alemanes como Bruno Siegwart, Peter Behrens, Fritz Höger y Erich Mendelsohn, que soñaban con diseñar y realizar las monumentales obras que se levantarían en los nuevos territorios. Sörgel publicó cinco libros sobre el tema y en 1930 armó una exposición itinerante que despertó gran interés en Alemania y Austria. Su desafío era dramático: “Atlantropa, o la decadencia de la civilización”.

Curiosamente, los nazis no se interesaron en el proyecto. Con él, Alemania hubiera ganado tráfico para su puerto de Hamburgo, en desmedro del Mediterráneo, pero la mayoría de las nuevas tierras serían para Italia. En vísperas de la guerra, Sörgel seguía tratando del halagar a las potencias del Eje con un libro titulado Las tres A (Atlantropa, América, Asia). La Gran Alemania y el Imperio italiano (1938).

La guerra mandó al proyecto al olvido. Pero en una novela soviética de ciencia ficción de los ‘40 (Batallas bajo el Artico) todavía aparecían los nazis, ahora refugiados en el Polo Norte, saboteando las obras de Atlantropa, que había construido una revolución socialista triunfante.

Sörgel también tuvo un discípulo sionista, Erich Mendelsohn. Refugiado en Suiza tras el ascenso del nazismo, publicó un manifiesto donde proponía aplicar las ideas de Sörgel para entregar tierras a los colonos judíos de Israel, sin tener que quitárselas a los palestinos.

Sörgel murió en un accidente de auto de 1952 y su instituto cerró sus puertas en 1960. En 1950, todavía era capaz de inspirar una película alemana (Atlantropa, el nuevo continente), y para el año 2002 “calcular cómo cambiaría la cuenca del Mediterráneo, de bajarse el nivel del mar unos cien metros” seguía siendo tema de algunos exámenes de física del secundario.

Quien dio a conocer a Sörgel en Estados Unidos fue el ingeniero alemán Willy Ley, uno de los grandes promotores de los proyectos espaciales, que habló de Atlantropa en su libro Sueños de ingenieros (1954). Entre los lectores que tuvo estaba Gene Roddenberry, lo cual explica cómo en la primera de las películas de Viaje a las estrellas (1979) el Almirante Kirk visita la represa hidroeléctrica de Gibraltar.

Sólo recientemente, gracias a la labor de dos historiadores de la arquitectura, Wolfgang Voigt y Alexander Gall, la historia de aquel proyecto utópico ha sido rescatada del olvido.

El fondo del mar

La idea de Sörgel, que confesaba haberse inspirado en el Esquema de la Historia de H. G. Wells, parecía muy simple: aprovechar la diferencia de nivel entre el Mediterráneo y al Atlántico para generar energía eléctrica y apropiarse para la agricultura de parte del fondo marino.

De hecho, el agua que aportan los ríos como el Nilo, el Po, el Rin, el Tíber y el Ebro no alcanza a compensar las pérdidas por evaporación que sufre el Mediterráneo. El Atlántico vuelca en él unos 88.000 m3 de agua por segundo, doce veces la masa líquida del Niágara.

Según Sörgel, se trataba de construir en Gibraltar un dique de 35 km de largo y 550 m de ancho que alimentaría un megaproyecto hidroeléctrico. La obra correría por cuenta del ingeniero suizo Bruno Siegwart, que entonces dirigía la Shell. El arquitecto Peter Behrens pensaba coronarla con una torre de 400 m, que sería el símbolo de la nueva Atlantropa.

Con esa represa, el nivel del Mediterráneo bajaría unos cien metros, a razón de 1,5 cm por año. Italia podría cultivar el Mar Adriático, agrandaría Sicilia y refundiría a Córcega con Cerdeña. Las islas del Egeo quedarían unidas y Libia, que Mussolini estaba colonizando, también tendría un gran crecimiento.

Pero el proyecto no se limitaba a Gibraltar. Un segundo dique uniría a Sicilia con Túnez y la conectaría con toda el Africa, de manera que sería posible ir en ferrocarril desde Berlín a Ciudad del Cabo. El megaproyecto se completaba con un tercer dique a levantar en los Dardanelos, con el cual se desconectaría al Mediterráneo del Mar Negro.

Con el segundo y el tercer dique, el Mediterráneo quedaría dividido en un mar occidental, cien metros más bajo que el actual, y uno oriental, que bajaría cien metros más. Este desnivel permitiría nuevos emprendimientos hidroeléctricos, con una producción de energía cercana al 30% del actual consumo europeo.

¿Qué hacer con el agua sobrante? Sörgel proponía bombearla hacia el Sahara, para hacerlo cultivable. De este modo, todos los países con costas en el Mediterráneo ganarían tierras al mar, pero los puertos como Barcelona, Marsella, Génova y Venecia quedarían lejos de la costa. El equipo de Sörgel tenía pensado preservar las ciudades como patrimonio histórico. Como todo el proceso llevaría unos dos siglos, durante la transición los actuales puertos serían reemplazados por enormes pontones flotantes, con muelles y aeropuertos.

El proyecto Atlantropa culminaría cuando la nueva Europa tuviera su propia capital. Algunos, como Höger, planeaban instalarla en Basilea (Suiza) por su tradición de neutralidad. Otros apostaban por una nueva ciudad que se llamaría PortduRhône, o se levantaría en el emplazamiento de la antigua Cartago.

Cualquier estudiante diría hoy que una obra como esa cambiaría el régimen de lluvias y el clima de toda la región, con lo cual buena parte de la electricidad se gastaría en acondicionadores de aire. Pero Sörgel, con un total desconocimiento de la perspectiva ecológica, no dudaba de que el efecto sobre el clima sería benéfico. Estimaba (erróneamente) que el Sahara estaría bajo el nivel del mar, y proponía irrigarlo con el agua de sus embalses.

Su proyecto geopolítico respondía, en definitiva, a la misma óptica que había dominado al colonialismo, con total desprecio por los “nativos” y los ecosistemas naturales. Esa era la época en que Heidegger presentaba a Europa apretada entre las pinzas comunista y capitalista de una tenaza que amenazaba con aplastarla. Sörgel y sus colaboradores se proponían defender a Europa, pero eran un poco más paranoicos. Las amenazas se daban en varios frentes: el peligro amarillo por el Este, la insidiosa americanización al Oeste, y el peligro negro por el Sur africano...

Había que crear las condiciones para que continuara la expansión de la raza blanca, a la cual la superpoblación había puesto severos límites, empujando hacia tierras americanas un enorme flujo de emigrantes. La crisis económica del treinta era para Sörgel la señal de que había que hacer algo, y pronto.

El delirio no se rinde

Se diría que en aquellos tiempos estábamos a una distancia abismal de cualquier prudencia ecológica. El avasallamiento de la naturaleza sin condiciones formaba parte de esa fantasía machista que animaba al colonialismo. Basta recordar que Hegel había expulsado a Africa de la historia, condenando a sus habitantes, que no habían llegado a someter a la naturaleza al arbitrio de la raza blanca.

Los proyectos que tenía Sörgel para Africa parecían prescindir de todos los escrúpulos que podía abrigar para Europa, casi como si ignorara que el continente estaba habitado. En efecto, el alemán también había pensado en levantar un dique en el río Congo. El embalse resultante uniría sus aguas a las del lago Chad, para formar dos grandes mares interiores en Africa. El excedente sería enviado al Sahara, para lo cual habría que excavar un segundo Nilo. ¡Nada más fácil!

Uno pensaría que proyectos semejantes, en los cuales es fácil reconocer el sesgo paranoico del totalitarismo europeo (más de lo que cualquier faraón o tirano asiático hubiera soñado) deberían haberse esfumado con el avance de las ideas liberales y el crecimiento de la conciencia ecológica.

Sin embargo, los megaproyectos siguieron poblando la fantasía de los tecnócratas en los prósperos años ’60. Hoy, cuando todos dicen estar preocupados por el calentamiento global y la deforestación, hay que recordar que en 1957 hubo un proyecto norteamericano para abrir un segundo canal de Panamá usando explosiones nucleares. El soviético Borisov imaginó entonces un dique en el estrecho de Behring, desde donde se bombearía agua tibia a Siberia y Canadá. Nadie parecía preocuparse por la contaminación radiactiva o por el derretimiento del hielo del Artico.

En esos años Frank Davidson, del MIT, imaginó un acueducto que llevara agua del Amazonas a Africa, y Herman Kahn, el futurólogo del Hudson Institute, propuso en 1968 una represa en el Amazonas que hubiera inundado muchos miles de millas cuadradas, con efectos probablemente catastróficos. En 1956, un físico ruso y el senador norteamericano Estes Kefauver propusieron crear un Sol termonuclear.

Suenos hipermodernos

Las nuevas tecnologías parecen haber dado aliento a nuevas fantasías, que rescatan aquellas de preguerra. Ahora no hay que pensar en los esclavos, la piedra de los faraones o el cemento de las represas. Hoy es posible construir estructuras ligeras e inflables hechas de kevlar, y usar cables y membranas de nanotubos hechos de fullereno, que es cien veces más fuerte que el acero.

El principal abogado de Atlantropa es hoy Richard Brook Cathcart, quien en numerosos trabajos publicados entre 1983 y 1998 propuso retomar el proyecto de Sörgel. Cathcart recomienda bajar el Mediterráneo solamente unos cincuenta metros, con lo cual se ensancharía considerablemente el norte de Africa. El Mediterráneo se transformaría en un “oceanario” y sería más salado y caliente. Ahora todo se presenta con intenciones humanitarias y ecológicas: la planta de Gibraltar permitirá retirar del aire los gases de invernadero y “restaurar la atmósfera anterior a la revolución industrial”. También se propone sembrar nanorrobots, capaces de armar reflectores solares para bajar el albedo del mar, levantar gigantescos domos el Sahara y tender un acueducto que lleve agua del Rin a Cataluña.

El ingeniero Frei Otto, que viene proponiendo cosas semejantes desde 1953, se propone nada menos que remodelar la biosfera y hasta “embolsar la Tierra” con una ligera membrana, para prevenir los tsunamis y otras catástrofes naturales.

Lo más alarmante de todos estos proyectos es su lenguaje. Gente como Cathcart, Otto o Yona Friedman hablan de “Noopolitik” (una política para ensanchar esa Noósfera que imaginó Teilhard de Chardin) y hasta de “Disneyficación” del paisaje con fines turísticos. La reconstrucción de la Biblioteca de Alejandría sería el primer paso para la construcción de otros parques temáticos en el desierto.

Quizá la palabra más alarmante sea “Terraformación”. La expresión proviene de los megaproyectos ideados en el mundo de la NASA, que proponen remodelar Marte o Venus para hacerlos habitables para los seres humanos. Lo que nadie explica es por qué hay que “terraformar” la Tierra, que ya está terraformada.

Más ingenuamente, los autores de estos proyectos hablan de “arte oceánico” y hasta de “arquitectura de ciencia ficción”. En ese caso, habría que aconsejarles que escribieran novelas en cuatro tomos o levantaran moderadas instalaciones. No vaya a ser que a alguien se le ocurra hacerlas sin consultar a nadie.

Pablo Capanna

© 2000-2007 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Todos los Derechos Reservados

Buenos Aires, capital de Venezuela

La perplejidad. Recuerdo perfectamente el momento. Hebe de Bonafini acababa de elogiar el mundo de ETA y se despachaba a gusto contra la democracia española. Era el mismo año en que ETA asesinaba en Barcelona al político socialista Ernest Lluch (amigo de muchos de nosotros), y la larga lista de muertos inundaba nuestra ensombrecida conciencia.

Para todos los que nos habíamos educado en los movimientos contra Franco, las Madres de la Plaza de Mayo eran un referente, una especie de lucha blanca contra la maldad negra de la dictadura, y así las habíamos incorporado a nuestra mitología, sin depurar matices. Probablemente éramos víctimas de la ignorancia, acostumbrados a poner en el saco de las bondades a todos los movimientos solidarios. Pero Hebe nos despertó de golpe, como un molesto viento, frío e inesperado.

Si esa mujer representaba la lucha por las libertades, ¿cómo podía defender a una organización totalitaria que mataba a nuestros amigos, a la gente que pasaba por la calle, a cualquiera que situara en su demoníaco punto de mira? Las reivindicaciones vascas, planteadas de forma democrática, formaban parte de las causas de muchos de nosotros. Pero el terrorismo sólo era una maldad nihilista.

Desde aquel día, Hebe de Bonafini conformó el ejemplo más triste -más decepcionante- de cómo una bandera noble podía esconder auténticas maldades ideológicas. Al fin y al cabo, la izquierda reaccionaria había sido, históricamente, tan enemiga de la libertad como su homóloga de derecha, y Bonafini recuperaba esa tradición sin ningún complejo.

¿Cuántos miles de muertos, en nombre de los principios de la izquierda, en nuestra historia reciente? Y a cada muerto, su silencio, porque el mundo decidió que sólo las víctimas de las dictaduras de derecha existían.

Ahí están, en su doble asesinato, el físico y el del olvido, los millones que masacró el estalinismo, o los que murieron en las Camboyas olvidadas, o los que sufren el espantajo de la dictadura cubana.

Las víctimas de Chile, Argentina, España, tuvieron sus poetas, sus recuerdos, su memoria. Pero las víctimas de Pol Pot, de Stalin, de Fidel, no tienen quien les escriba, porque la izquierda decidió no hacer la autocrítica que la historia reclamaba.

Ahora, viendo a los D Elia pasearse por la tiranía iraní, defendiendo sus bondades incluso por encima del respeto mínimo a las víctimas de AMIA, el círculo del fascismo de izquierdas se cierra a la perfección. Sabemos que una parte de la extrema izquierda latinoamericana ya coquetea con el islamismo fundamentalista: les une el mismo odio a los valores de Occidente, y el mismo desprecio a la libertad.

Lo de Ferro, pues, con Hebe de Bonafini y su colega Luis D Elía, abrazándose al sátrapa Hugo Chávez, no resulta una sorpresa. Dios los cría y el mismo populismo demagogo los junta.

El reaccionarismo de izquierdas, tan exhibicionista como el de derechas, gusta de la escenografía y el relumbre de los focos. Tampoco es una sorpresa que Chávez plante la carpa de su circo antiyanqui en todo territorio que considere propio, confundida la persona con el cargo, y el cargo con el país.

Venezuela ya es de su propiedad, dominada la prensa, amordazado el Parlamento y perseguida la oposición. Pero incluso gozando de una notable imaginación, nunca pensé que el dominio territorial de Chávez llegaría hasta el mismo corazón porteño, como si fuera una extensión venezolana de los sueños de Bolívar.

En uno de esos lujos que la vida nos regala, tuve la ocasión de platicar unas horas con Julio María Sanguinetti, una de las cabezas más bien amuebladas de América del Sur. Dos perlas de esa mente privilegiada: "La Paz es un convento, Bogotá una universidad y Caracas un cuartel"; "los venezolanos, cuando votan, no votan al presidente de Venezuela, sino al presidente de América".

Desde ese cuartel con ínfulas imperialistas, este tipo, a medio camino entre el fascismo mussoliniano y el populismo castrista, que tiene sus posaderas asentadas en una ingente y pornográfica fortuna, pero que mantiene a su población en cotas también pornográficas de pobreza, ese Chávez parece que tiene tantas agallas como poca vergüenza.

Visto desde la distancia, su mitín en Ferro me parece un acto de colonialismo sólo imaginable en un país sin entidad, pero alucinante, en una nación que, como la Argentina, es geopolíticamente tan relevante. Viene a chillar contra el imperio, y lo hace colonizando la imagen de otro país, en un acto de imperialismo chusco que me resulta imposible entender cómo han permitido.

Desde luego, un acto así resultaría impensable en Europa. Ya sé que la Argentina respondió poco, que el Gobierno no envió a nadie, que eran menos de los que querían, pero haberlo permitido es ya, sin duda, una dejación muy seria de la soberanía de un país.

Por supuesto, la visita de Bush por América del Sur merece una mirada crítica: no en vano el gobierno norteamericano ha ignorado los problemas de la región. Pero hay un gran trecho entre la crítica severa y este acto de "freakismo" político que reúne lo mejor de la izquierda más jurásica.

Si la oposición a Bush son los amigos de Irán, las amigas de ETA y un aprendiz de dictador que dilapida la fortuna de su país, mientras crecen las diferencias sociales, Bush mejora por momentos.

No hay nada como tener enemigos de caricatura para parecer algo serio.

Pilar Rahola / www.elreloj.com

Los diez mitos médicos más populares desterrados por los investigadores

Los mitos médicos son muy comunes. A veces, lo que las personas creen que saben sobre una enfermedad o su tratamiento puede tener un importante impacto en la forma en que la controlan, e incluso pueden dañar su salud. Y cuando los mitos médicos comienzan a interferir con un control adecuado, es momento de reconciliarse con la realidad, explican los especialistas. Una forma de contrarrestar los malentendidos es brindándole a la gente información precisa y educación para ayudarles a cuidarse adecuadamente. Los investigadores médicos han tratado de explicar o desterrar ciertas creencias que circulan en la "medicina popular".

Uno de estos mitos se refiere a que "la saliva es un buen desinfectante". Y esta falsa idea tiene una base fundamental en la imitación animal. La saliva está compuesta en un 95% de su volumen por agua, el 5% restante lo integran sales minerales como iones de sodio, potasio, cloruro, bicarbonato y fosfatos. Recientemente se han identificado también sustancias como la lisozima, que rompe las paredes celulares de las bacterias contenidas en los alimentos, protegiendo en parte a los dientes de las caries y de las infecciones. Sin embargo, su poder bactericida es muy bajo y lo más probable es que la aplicación de saliva en las heridas favorezca el transporte de gérmenes más agresivos que aumenten el riesgo de infección de las mismas. Entre las creencias más "simpáticas" figura la que afirma que " cortar el pelo hace que crezca más rápido y fuerte ".

Bueno, parece ser, según los que saben , que cortarlo solamente lo hace más corto y crece casi exactamente un centímetro por mes, "no importa qué haces o tomas". Además, el cabello es más grueso en la base que en el extremo y por ello cuando lo cortamos da la sensación que sale más fuerte.

Otra creencia muy difundida es que "la inyección es el tratamiento más rápido". En realidad, cada medicación tiene su vía específica de administración en el organismo. Muchos pacientes frecuentemente piden inyecciones. Al respecto, explica la doctora Beena Kamath , "La mayoría del tiempo, las inyecciones no son necesarias, y más, pueden ser peligrosas (causar una infección por la piel). Siempre hay medicina efectiva en forma de tabletas o jarabes que son más baratas y más seguras". Respecto a las enfermedades, está muy arraigada la idea de que el " Asma es psicológica". Al respecto, explican los especialistas, "el factor psicológico juega un papel importante en todas las enfermedades crónicas, desencadenando o exacerbando las afecciones.

Esto no significa que el Asma sea una enfermedad psicológica pura, ya que necesita un terreno alérgico o no, que permita que el factor psicógeno entre otros, posibilite la aparición de las crisis".

Otro error muy común es creer que "para la gripe y los resfríos, lo mejor es el antibiótico".

Precisamente porque la gripe y el resfrío es una enfermedad viral , no tiene sentido la insistencia de muchos pacientes en recibir antibióticos: los antibióticos no matan los virus, sino que, como la propia etimología de la palabra indica, 'matan bacterias'.También está muy arraigado popularmente que "l as corrientes de aire producen los resfríos". En realidad, explican los especialistas, " nadie se resfría por no llevar una chaqueta o un suéter cuando está fresco, por sentarse o quedarse dormido en un lugar con corriente de aire, o por salir con el pelo mojado". Lo que sucede es que el frío baja nuestras defensas y los virus se aprovechan de eso. Pero si no hay virus (existen más de 100 tipos de rinovirus), no hay resfrío.

Incluso desde el embarazo ya surgen mitos. Como el que afirma que si el vientre de la futura mamá está bajo, es un niño, y si está alto, una niña. O que si la panza está en punta es varón y si es redonda es mujer; simplemente no es verdad. La forma y altura del vientre están determinadas por el tono muscular y uterino y por la posición del bebé. Y una vez que nació el bebé, otra creencia, que hay que "tomar con pinzas". Es la que dice que amamantar es el mejor anticonceptivo.

Lo cierto es que el Método de la Lactancia (MELA), como se lo llama, sólo es válido, explica la Guía para el uso de métodos anticonceptivos del Ministerio de Salud de la Nación sí y sólo sí la lactancia es exclusiva y la madre amamanta fre-cuen-temen-te, tanto de día como de noche (no deben transcurrir más de seis horas entre mamada y mamada); si no se han reiniciado los períodos menstruales y si el bebé es menor de 6 meses de edad. Las estadísticas indican que en los primeros 6 meses después del parto, su eficacia es del 98%. Pero, si no se respeta al pie de la letra los puntos anteriores, no se aceptan quejas.

Y quien no escuchó que "si uno se atraganta lo mejor es la miga de pan" . El atragantamiento, que se produce cuando un trozo de alimento o un cuerpo extraño se quedan atorados en la garganta o en la vía aérea, provoca cerca de 3.000 muertes al año, explica la NewYork-Presbyterian Hospital.

En estos casos, la técnica de primeros auxilios recomendada es La Maniobra de Heimlich (ver técnica), que consiste en una serie de empujones en el abdomen, por debajo del diafragma. Este es el único método recomendado en la actualidad por la Cruz Roja Americana para despejar la vía aérea bloqueada en los adultos. En el caso de niños muy pequeños , una opción sería colocarlos boca abajo en nuestro antebrazo, aplicando con la otra mano unos golpes bruscos entre los omóplatos. Maniobras como deglutir migas de pan es, en muchos casos, contraproducente afirman los especialistas.

Por último, una técnica clásica de primeros auxilios, pero que actualmente los médicos dicen que es inútil e incluso peligrosa es " c hupar el veneno de una mordedura de serpiente" . Estas anticuadas actuaciones "hacen más mal que bien al retrasar el urgente cuidado médico, contaminando la herida y dañando los nervios y los vasos sanguíneos", comenta Robert Barish, un médico de emergencias de la Universidad de Maryland. La víctima no debería sufrir ningún daño y ser transportado al centro médico más cercano, tan pronto como sea posible. Queda claro que no todo lo que se cree es cierto, por eso, lo mejor, siempre es consultar con el médico.

Mariana Nisebe

Copyright 1996-2006 Clarín.com - All rights reserved

Hablar por la herida

¿Cuántas mujeres nacidas en el hospital Digfeer de Mogadiscio (Somalia) en noviembre de 1969 siguen vivas? ¿Y cuántas de ellas tienen voz propia? “La decisión de escribir este libro no me resultó fácil. ¿Por qué iba a mostrar al mundo unas memorias tan íntimas? No quiero que mis argumentos se consideren sacrosantos por el hecho de haber vivido experiencias terribles, algo que además no es del todo cierto. En realidad, mi vida se ha visto marcada por una enorme dosis de buena fortuna.” Habla Ayaan Hirsi Alí, hija de Hirsi, que era hijo de Magan, y éste de Isse, e Isse de Guleid, que a su vez era hijo de Alí... Una familia que salió de Arabia hacia Somalia hace 800 años, cuando comenzó el gran clan de los Darod. Hirsi Alí es una Darod, una Harti, una Macherten, una Osman Mahamud. Es de la rama llamada la Espalda Más Alta. “Eres una Magan. Recuérdalo siempre”, le advertía su abuela, agitando una vara delante de ella mientras la obligaba a memorizar a sus descendientes. “Los apellidos te harán fuerte. Son tu linaje. Si los honras, te mantendrán viva. Si los deshonras, te abandonarán. No serás nada. Llevarás una vida miserable y morirás sola.”

Al nacer

Hace 37 años, Ayaan Hirsi Alí pesó poco más de un kilo y medio. A su madre le pronosticaron: “Este bebé no va a vivir”. Su madre se decía a sí misma: “Este bebé no va a vivir”. Ayaan no iba a vivir cuando enfermó de malaria y neumonía. Ni cuando le extirparon los genitales y creyó morir del dolor, y después de una herida que no cicatrizaba. Estuvo a las puertas de la muerte cuando el maestro que le enseñaba el Corán le fracturó el cráneo. Pero vivió. “Sigo viva, y eso es mucho más de lo que pueden decir los millones y millones de mujeres musulmanas que han tenido que rendirse, que viven encerradas en una jaula llamada Islam.” Anatema. Blasfemia. Impura. Sus palabras le han supuesto una sentencia de muerte. El guión que escribió para la película Submission: Part I le costó la vida al director de cine Theo van Gogh, acribillado a balazos, degollado y su pecho utilizado como tablón de anuncios: el asesino clavó allí una nota para Hirsi Alí, una carta muy concisa, como una fatwa –según los testigos, Van Gogh llegó a esgrimir el sentido común holandés antes de morir ajusticiado: “¿Seguro que esto no podemos hablarlo?”, aseguran que dijo–.

Desde septiembre

De 2006, esta fiera defensora de la libertad vive en la capital de Estados Unidos. “La situación se hizo insoportable en Holanda. De un día para otro me quedé sin empleo –como diputada en el Parlamento holandés–, sin nacionalidad –la ministra de Inmigración Rita Verdonk le retiró su pasaporte tras alegar que había mentido al solicitar el asilo–, sin hogar –sus vecinos pidieron que fuera expulsada de su casa por creer que comprometía su seguridad–, sin futuro; vivía escondida, estaba amenazada de muerte.” Estados Unidos le abrió las puertas. Christopher Demuth, presidente del American Enterprise Institute (AEI), un instituto de estudios de Washington, le ofreció empleo. Desde luego que habrá quien, al saber que Hirsi Alí trabaja en el centro de estudios de carácter conservador, ha sonreído complacido como diciendo: “Ahora se explica todo, ya lo sabíamos: era del equipo de Bush”. En el mundo de lo políticamente correcto que vivimos, Ayaan Hirsi Alí dice verdades que duelen, es una gran crítica de los relativismos culturales que tanto proliferan en Occidente y que, a su juicio, encierran a los seguidores del Islam en su atraso. “Eso es racismo en su acepción más pura. No me asusta la idea de que me tilden de derechista. Cada cual puede tener sus ideas sobre EE.UU., pero yo creo que sigue siendo el líder del mundo libre. No creo estar vendiéndome por pensar, plasmar mis ideas en estudios en EE.UU. En Washington tendré mucho más tiempo para pensar que cuando formaba parte de la política en Holanda e intentaba que el ideario del partido recogiera mi sensibilidad; me propuse que el Islam formara parte del debate político y lo logré. Cuando he defendido la idea de que había que cambiar la situación de las musulmanas de inmediato, la respuesta que he obtenido es la de que hay que tener paciencia. ¿Fue eso lo que dijeron a los mineros del siglo XIX cuando luchaban por los derechos de los trabajadores? Europa parece estar cegada por el llamado multiculturalismo, subyugada al imperativo de ser sensibles y respetuosos con la cultura de los inmigrantes, defendiendo los relativistas morales. ¿Es cultura ser lapidada?”

Hirsi Alí

Estaba condenada a una vida de sometimiento. A Alá. Al clan. A su padre. A los varones de la familia. Su abuela –“una mujer iletrada que vivía en la edad de hierro y que consideraba los sentimientos una necedad autoindulgente”– aterrorizó su infancia: “Una mujer sola es como un pedazo de grasa de oveja a pleno sol. Acudirá cualquier cosa y comerá de esa grasa. Antes de que os deis cuenta, las hormigas y los insectos la habrán invadido hasta que apenas quede una mancha de grasa”. Durante años, esa imagen protagonizó las pesadillas de la pequeña Ayaan. Se crió en Somalia, de donde huyó con su familia para refugiarse en Arabia Saudita, Etiopía y Kenia.

Iba a decirle que me hablara de su infancia... –(Ríe.) Pues tuve una infancia normal, normal para los que eran como yo, claro. Por eso, cuando llegué a Holanda y vi que los pequeños tenían derechos, que los padres leían libros sobre cómo educar y sobre cómo jugar con sus hijos, pues... mi mundo empezó a ser otro, el de una persona libre que no vive atemorizada por la religión ni por la casta ni por su sexo. La razón no existía. Se obedecía y punto. Cuando a los 14 años tuve mi primera menstruación creí que tenía un corte en el vientre y que iba a morir, pero no dije nada. Imaginaba que aquello era algo vergonzoso, no sabía por qué. El día en que mi hermana enseñó a mi madre mi ropa interior manchada de sangre, mi madre lo primero que me gritó fue “sucia prostituta” y empezó a golpearme con el puño cerrado. Mi hermano mayor me tuvo que rescatar y explicar que lo que me estaba sucediendo era algo normal.

“Yo era una mujer somalí y, como tal, mi sexualidad pertenecía al amo de mi familia, mi padre o mis tíos”, escribe en su libro. Así es, además, se encargaron de coserme para garantizar que llegara virgen al matrimonio, entre otras cosas. Esa barrera sólo la podría romper mi marido.

Usted ha sufrido la ablación. ¿Qué edad tenía? Cinco años. Fue a esa edad cuando mi abuela decidió que me sometiera al rito de la purificación, en contra del deseo de mi padre, que no apoyaba esas ideas por considerarlas antiguas y aberrantes. Pero mi padre no estaba. Y en Somalia, al igual que en muchos países de Africa y Medio Oriente, se purifica a las niñas mutilándoles los genitales. Con lo que un buen día mi severa abuela decidió que nuestros kintir, nuestros clítoris, eran muy largos. “Tu clítoris llegará a ser tan largo que se balanceará de un lado para otro”, nos decía a mi hermana y a mí. Yo no entendía nada. Hasta que un día me tocó vivirlo. Recuerdo que un hombre llegó a casa; casi seguro que era un circuncisor tradicional itinerante del clan de los herreros. Primero, mi abuela se encerró con mi hermano y le hicieron algo, no sabía qué, pero había sangre y mi hermano se quejaba, tenía la cara desencajada y la mirada aterrada. Luego me tocó a mí. El hombre tenía unas inmensas tijeras en la mano. Mi abuela y otras mujeres me sujetaban. Aquel hombre puso su mano sobre mi sexo y empezó a pellizcarlo, como mi abuela cuando ordeñaba las cabras. “¡Ahí está el kintir!”, dijo una de las mujeres que ayudaban en el rito. Entonces las tijeras descendieron entre mis piernas y el hombre cortó mis labios interiores y el clítoris. Lo oí perfectamente. Clack. Como cuando se corta en una carnicería un pedazo de carne. El dolor que se experimenta no tiene palabras, me subía por las piernas, no dejaba de aullar, me invadió entera, un dolor imposible de explicar. Pero después de que te han mutilado, después de que notas cómo la sangre te corre por las piernas, me cosieron. Aquel señor tenía una enorme aguja sin punta y con ella remató su faena. No acababa nunca la pesadilla. No recuerdo más de mi propio dolor, pero sí del de mi hermana pequeña; sus chillidos me helaban la sangre. Haweya –quien vivirá una existencia dura y acabará muriendo tras una violación en Nairobi cuando estaba embarazada– luchó tanto, intentó zafarse de tal modo, que al hombre se le escapaba de las manos. Le cortó los muslos y las cicatrices las llevó de por vida.

Hay muchas Ayaan

Muchas Haweya. Miles de niñas mueren durante o después de la ablación, a causa de infecciones. Pero, además de la muerte, esta brutal práctica provoca otras complicaciones que causan inenarrables dolores que pueden llegar a prolongarse durante toda la vida. En Somalia, donde casi todas las niñas están mutiladas, esta práctica se justifica siempre en nombre del Islam. Cuando Hirsi Alí intentó, desde su papel de mujer política en Holanda, abordar temas como la ablación o los crímenes de honor, sus compañeros de entonces –llegó a diputada con los liberales–, le echaban en cara que no respaldara sus argumentos con datos. Y es que no podía hacerlo. Porque no existen. Los funcionarios del Ministerio de Justicia holandés alegaban que no contabilizaban los crímenes de honor porque, al establecer ese criterio, se estaría “estigmatizando a un grupo de la sociedad”.

¿Cuál es la relación que tiene con su cuerpo? Tantos años viviendo en la convicción de que el mundo era “haran” (pecado), tantos años negando su sexualidad... Soy capaz de contemplarme desnuda ante el espejo, fugazmente, pero no es fácil. Disfruto el sexo. Pero tengo muchas amigas que no pueden, por razones físicas, porque el clítoris les fue extirpado, o porque sencillamente son incapaces, siguen prisioneras.

Mujer. Negra.

Musulmana. Mi vida, mi libertad (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, España) es el relato autobiográfico de Ayaan Hirsi Alí, una mujer que ha luchado para dejar de ser esclava de la religión islámica y formarse como persona, llevada casi exclusivamente por su propio ímpetu, en una trayectoria en la que destaca la sinceridad que es la que al final le ha permitido distanciarse tanto del fundamentalismo islámico como de la corrección política europea. Con un estilo directo, claro, transparente, contundente e inteligente, la ex diputada desgrana en su libro la dramática historia de una revolución personal.

¿Por qué abandonó su religión? Sentí que me estaba convirtiendo en una apóstata tras el 11S. Todas las declaraciones que Osama bin Laden y su gente citaron del Corán para justificar los atentados las busqué y estaban allí. Bin Laden citaba verdaderamente las aleyas de nuestro texto sagrado. “¡No es posible!”, pensé. Pero lo era, ¡allí estaban! El rechazo fue algo natural. Más tarde leí un libro, un libro que sabía que no me hacía falta leer porque yo ya había roto con Dios: El manifiesto ateo. Antes de llegar a la cuarta página sabía que había echado a Dios de mi vida. Me había vuelto atea. Lo descubrí estando de vacaciones en Grecia, y como no tenía a nadie a quien decírselo, me miré en el espejo y me dije: “No creo en Dios”. Hablé muy despacio y en somalí. Y me sentí bien, no experimenté ningún dolor, sino una gran claridad. La perspectiva de abrasarme en el infierno desapareció y mi horizonte se hizo muy amplio.

¿No cree que pueda haber un Islam moderado? La gente dice que los valores del Islam son la compasión, la tolerancia y la libertad, y yo observo la realidad, las culturas y los gobiernos, y veo que eso, lisa y llanamente, no es así. En Occidente, muchos aceptan ese tipo de aseveraciones porque han aprendido a valorar las religiones o las culturas de un modo no demasiado crítico por miedo a que los llamen racistas. Lo peor que se le puede llamar a un holandés es racista. Su pasado colonizador, el apartheid en Sudáfrica...

Es la europea

Del año 2006. La revista Time la consideró en 2005 una de las 100 personas más influyentes del mundo. Cuando le comunicaron la noticia, Hirsi Alí corrió a comprar un ejemplar. Pero faltaban semanas para que el número estuviera en los quioscos. El Time que compró hablaba de la pobreza en Africa. En la portada había una mujer joven y delgada con tres niños pequeños. Llevaba una ropa como la que llevaban su abuela y su estricta madre, y en sus ojos se leía la desesperación. Dice la mujer que pesó un kilo y medio al nacer, que aquella imagen la transportó a Somalia, a Kenia, a la pobreza, a la enfermedad y al miedo.“¿Por qué no estoy en Kenia en un campo de refugiados agachada ante un hornillo de carbón cocinando? –pensó entonces– ¿Por qué me convertí en parlamentaria holandesa? He tenido suerte. Soy afortunada. No muchas mujeres son afortunadas en los lugares de donde vengo. Estoy en deuda con todas ellas de alguna manera.

¿De qué manera? Necesito encontrar a las mujeres que permanecen atrapadas en la jaula mental del Islam, en la estructura de la irracionalidad y la superstición, y convencerlas de que tomen en sus manos las riendas de sus vidas. En los últimos 50 años, el mundo musulmán se ha visto catapultado a la modernidad. Entre mi abuela y yo media un lapso de tan sólo dos generaciones, pero en realidad el salto es milenario. Hoy, cuando se cruza la frontera con Somalia, se retrocede en el tiempo cientos de años. Y no creo que hagan falta 600 años de reforma para que los musulmanes cambien el concepto de igualdad y derechos individuales.

Yolanda Monge / Las12

© 2000-2007 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados